El autor español más exitoso en el género de la novela histórica, el superventas Santiago Posteguillo, dedica su última novela a Julio César, todo un mito, en lo que es el inicio de un macro proyecto novelístico.
A menudo, el escritor se adentra en ficciones buscando trasfondos de época que abran a los lectores a los encantos y misterios de una sociedad pretérita. Muchos hacen el esfuerzo de investigar hasta intentar un acercamiento realista, pero sabedores de que las licencias están permitidas, pues lo ficticio lo acepta todo: datos inexactos, caracterizaciones libres de personajes conocidos, etc. Por otra parte, hay otros narradores que ya tienen una vieja pasión en la que llevan adentrándose desde la adolescencia, hasta convertirse en expertos sin ser estrictamente historiadores de profesión. Uno de estos ejemplos es Santiago Posteguillo, el autor que tanto ha incursionado en el mundo de la Roma antigua.
Filólogo y lingüística, Posteguillo, es profesor de literatura inglesa en la Universidad de Valencia, y un experto en la época isabelina. No extraña, pues, que para él el rigor de los datos históricos y las diferentes lenguas que se emplearon en los contextos que presenta tengan un peso importante; si uno abre, por ejemplo, la tercera entrega de su trilogía sobre el emperador Trajano, La legión perdida –por sus páginas aparecía Roma, desde luego, pero también India y China, en una trama que presentaba a dos césares y una emperatriz legendarios–, veíamos glosarios de latín, sánscrito y chino, un aparato bibliográfico y mapas y diagramas de diferentes batallas para, como reza el dicho clásico, instruir deleitando.
En una entrevista por las fechas de la publicación de ese libro, el autor valenciano sacaba a colación su vocacional faceta como profesor, la enorme dedicación a Trajano y Escipión (seis años a cada uno), y también aludía a otro de sus referentes, el cervantino, pues no en vano firmó en el 2012 La noche en que Frankenstein leyó El Quijote, un magnífico libro en el que se preguntaba sobre ciertos enigmas de la historia de la literatura. Pues bien, cuando se le hacía la curiosa pregunta sobre cuál es la palabra más llena de esperanza, decía: «Paz. Si hay paz todo es posible. En la guerra, o en el conflicto, nada se puede conseguir que merezca la pena. Excepto el heroísmo, claro. Pero es mejor tener paz y no necesitar héroes.» Lo afirmaba quien por entonces llevaba ya una docena de años logrando un éxito tras otro a partir de mostrar cómo el conflicto nos ha dado la historia antigua tal y como la conocemos.
El Planeta «romano»
Algo que no dejó de crecer, pues, en el 2018 recibía el celebérrimo premio Planeta con Yo, Julia, en que se leía la frase «Roma no es sitio seguro para nadie», en concreto, en la página 174, lo cual era el quid de la cuestión de todo el argumento. Posteguillo, tras dos monumentales trilogías dedicadas a Escipión el Africano –la tercera novela fue La traición de Roma, en la que se conoció el declive de ciertos personajes, como Aníbal, la prostituta Areté y el dramaturgo Plauto, en torno a una ciudad que nunca es segura para nadie– y Trajano, presentaba a Julia Domna como la emperatriz más poderosa de la antigua Roma (en concreto, en el siglo II después de Cristo); se trataba de la esposa de Septimio Severo, gobernador de Panonia Superior, un área dominada por el Imperio romano que hoy abarcaría territorios que son parte de Austria, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia y Hungría, y cuya capital era Carnuntum.
Esos recodos fronterizos y lejanos, y el hecho de atar en corto desde Roma a cada uno de los gobernadores que controlan tales áreas controlando a sus propias familias, devenían asuntos trascendentes en la novela, pues no en balde el césar de turno alcanzará el poder sintiendo en sus carnes que ser tan poderoso es una diana para la traición, cuando no para el asesinato directamente. Y como sucedía con La legión perdida, con Yo, Julia sucedía lo mismo, con unos apéndices que, lejos de ser un añadido baladí al texto, constituían un complemento adecuado para acabar disfrutando de una manera integral de una trama que no podía empezar con más fuerza: con un incendio en la Roma que gobierna, de forma demente, Cómodo, infame y caprichoso ser, más si cabe al contrastarlo con su gran padre, Marco Aurelio; un inicio en que veíamos cómo Galeno se lamentaba por haber perdido manuscritos de inapreciable valor.
Justamente, el célebre médico griego de la familia imperial era el que comenzaba teniendo el mando narrativo de la obra, destacando «la capacidad de sobrevivir de Julia en medio del peor de los mundos». Iba apareciendo así una mujer de belleza hipnótica y exótica –natural de Emesa, actual ciudad siria de Homs–, dardo literal para un Cómodo infantil y violento cuyos días estaban contados, y destinada a ser fundamental en el devenir del imperio. Y es que un horóscopo le había vaticinado que se casaría con un hombre que llegaría a ser emperador.
Un César fuera de sus casillas
Era esta una elección muy audaz, ya que Julia Domna apenas había sido tratada literariamente; el propio Posteguillo aludía a la única obra (teatral en verso, para más señas) que descubrió sobre ella, de 1903, en Cambridge, y hacía que Galeno avanzase que «tuvo enemigos formidables, oponentes mortíferos» en pos de «entender con precisión quién, de verdad, fue la persona a la que tanto mal intentaron hacer estos».
La obra se estructuraba en cinco secciones ajustándose a los cinco principales enemigos de un personaje que surgía sin cesar con unas virtudes físicas y amatorias, con una valentía e inteligencia extraordinarias: nada menos que cinco emperadores, el mencionado Cómodo, Pértinax, Juliano, Nigro y Albino. Como se sabe, Pértinax es asesinado, constatando que el máximo poder no sale gratis, y con Septimio empezará una nueva estirpe de emperadores, en buen grado gracias al concurso de Julia, que con esta novela salía rotundamente del casi anonimato al que la habían arrinconado los estudios históricos.
Y es que había tenido que sufrir el doble prejuicio y ataque, por su procedencia extranjera y por ser mujer, como recalcaba Posteguillo en un epílogo en que, ciertamente, se atestiguaba que esta ficción estaba asentada de forma sobresaliente en sucesos y personajes contrastados. El autor, así las cosas, como suele hacer, recurría a personalidades reales para su novela: Julia, su hermana Maesa, los hijos de la protagonista, Basiano y Geta, Alexiano, Plauciano, Dios Casio, Sulpiciano, Claudio Pompeyano, Galeno… y añadía algunos esclavos inventados, pues fueron pasto del olvido, para darles el valor y presencia merecidos.
En definitiva, la novela resultaba ideal para aquel que deseara conocer de manera fluida y cercana el Alto Imperio romano, con sus luchas de poder, peligros en todas las clases sociales, esclavitud, mundo militar y ambiente senatorial, etcétera, por medio de multitud de personajes que configuraban un mosaico humano completo.
Pues bien, después de dar continuidad a esta historia con Y Julia retó a los dioses en 2020 –sobre una Julia enferma y testigo del enfrentamiento brutal entre sus dos hijos que aboca la dinastía familiar al colapso–, Posteguillo se puso a trabajar en otro magno proyecto, dando empaque literario a otro personaje extremadamente poderoso. Él mismo ha contado cuál fue la concepción de semejante reto: «Siempre he querido escribir sobre Julio César. Desde pequeño, desde aquel viaje de infancia a Roma con mis padres cuando tenía seis años. Entonces aún no sabía qué suponía escribir, pero aquel mundo de la antigua Roma me apasionaba».
Está hablando un muchacho aficionado a los cómics de Asterix y Obélix y cómo estos «sacaban de sus casillas una y otra vez al legendario líder romano. Yo creo que incluso, desde la broma y el humor, los guiones de Goscinny sobre Astérix destilan esa admiración inconmensurable ante el mito de César».