Juan José Flores ha publicado las novelas Cómo un ángel herido, En el umbral, Todas las primaveras y El corazón del héroe. También ha escrito el libro de cuentos Vida de perro, que fue finalista del V premio Setenil, la novela corta Whisna, el jardín de las luces, una fábula de los tiempos del Buda, y la fábula moral Aún podemos ganar. En 2018 ganó el premio internacional al mejor relato sobre jazz, organizado por la Editorial Menoscuarto y el Festival de Jazz de Palencia, con el relato «Midnight Special».
Ahora presenta El combate interminable. Treinta años después de ser el conductor de Borges durante una estancia del escritor en Barcelona en 1980, Germán tratará de recuperar y descifrar las charlas que tuvo con él de la vieja cinta. En ella habían quedado grabadas ciertas palabras olvidadas, pero de vital importancia que necesitará para acometer un último e inesperado combate, que acaso será el más decisivo de su vida.
¿Conoció usted personalmente a Jorge Luís Borges?
No, pero llegué a tropezar con él. Tengo una anécdota al respecto. Justo en el año 1980, que recreo en la novela, yo paseaba una tarde por el Paseo de Gracia de Barcelona, estando de permiso de mi servicio militar. Me refugié de una llovizna súbita en la marquesina del hotel Majestic y tropecé con alguien. Era Jorge Luis Borges, al que ya leía y admiraba. Balbuceé una disculpa ininteligible, apareció María Kodama y se llevó a Borges hacia un coche que aguardaba. Años después, aproveché la anécdota para escribir un cuento, y ahora me he atrevido a poner a Borges casi como coprotagonista de una novela. No sé qué pensaría, la verdad, no le gustaban las novelas.
¿Cree que el retrato que de él hace en El combate interminable responde a la realidad o más bien es el resultado de las necesidades del narrador?
Naturalmente, lo segundo. Como he dicho, no le conocí. Quien aparece en mi libro es un personaje, solo que he tratado de que se asemeje algo a lo que el lector común cree saber del escritor. He visto hasta la saciedad numerosas entrevistas, entre otras las dos magníficas que Joaquín Soler Serrano le hizo para el mítico programa A fondo. Yo diría que «mi» Borges es algo más amable de lo que se dice de él, pero nunca se sabe. Las circunstancias que le obligo a vivir son peculiares, pueden dulcificar a cualquiera.
Al parecer, las simpatías de Borges por los algunos regímenes dictatoriales sudamericanos le descartaron como posible Premio Nobel de Literatura. ¿Le parece correcto?
Siempre consideré lamentables esas simpatías de Borges, insostenibles. Intentó retractarse un tanto, al final, pero ya era tarde. Ya sabemos la importancia de la política en la concesión del Nobel. ¿Debería primarse exclusivamente la calidad literaria? La literatura clamaría un sí rotundo, en un mundo ideal, pero eso no es posible. Si hubiera habido un escritor, pongamos afiliado al partido nazi, que hubiese sido muy bueno y le hubieran concedido el premio, a mí me repatearía, lo confieso. La cuestión es dónde se sitúan las líneas rojas, dónde está el equilibrio. Cada jurado, a lo largo del tiempo, lo decide en función de las corrientes de opinión imperantes.
Camilo José Cela, sin embargo, sí lo obtuvo, a pesar de haber ejercido de censor en los años más duros de la dictadura del general Franco… *
Sí, sería un caso de los que nos hace pensar, sobre todo por los escritores que no recibieron el premio ese año, a pesar de que considero a Cela autor de una novela excepcional, la familia de Pascual Duarte, pero tampoco mucho más, quizás La colmena, al menos de mi gusto. De nuevo, el jurado de turno de un premio político decide lo que es políticamente correcto o asumible por la sociedad lectora de la época, sea eso lo que sea, muchas veces dando una de cal y otra de arena. Recordemos la polémica con Bob Dylan. La conclusión, con respecto a Borges, es de que, a pesar de no haber obtenido el Nobel, seguimos y seguiremos hablando de él como uno de los más grandes autores en lengua castellana.
¿Y qué le parece que, al parecer también, Josep Pla fuese descartado como posible ganador del Premi d`Honor de les Lletres Catalanes por haber colaborado durante la guerra civil con la causa franquista?
Volvemos a lo mismo. Pla es el mayor prosista que recuerdo haber leído en lengua catalana, además de su inteligencia y penetración en los temas que trataba. Sin embargo, hay circunstancias que pesan en el imaginario colectivo. De nuevo se trataba de un premio político —todos los institucionales lo son—, un premio de honor hacia un autor, y si la sociedad que lo concede —los portavoces de ese momento— se considera deshonrada de alguna forma, no puede conceder ese premio, es políticamente incorrecto. Pero me gustaría añadir que los grandes autores, los que la historia preservará si han podido ser divulgados, no precisan de esos premios para perdurar y que les lean. La lista de premios Nobel totalmente olvidados es inmensa, y crece cada año.
Usted es rigurosamente contemporáneo, entre otros, de escritores como Miguel Dalmau, Manuel Hidalgo, José Carlos Llop, Antonio Muñoz Molina o Andrés Trapiello. ¿Cree que hay algo común que les identifique como un grupo generacional?
Yo no creo demasiado en etiquetas generacionales ni de ningún tipo. Siempre me he considerado bastante outsider y tiendo a pensar que a todos les pasa lo mismo. Otra cosa es que, forzosamente, los miembros de una generación, si han vivido en el mismo país, han experimentado cuestiones similares, en términos colectivos, y poseen referentes sociales del pasado inmediato similares, que tiñen de algún modo el mundo de ficción que muestren en su obra. Importa tanto o más la formación, qué literatura o cine o teatro se ha seguido. Yo diría que a esa generación le une haber vivido la «transición» política del franquismo a la democracia a una edad estudiantil, universitaria. Teníamos 20 años, más o menos, cuando murió Franco. Pero, en definitiva, la creación literaria no deja de ser un misterio.
¿Qué opina de El Quijote? ¿Cree, como algunos, que es un libro escrito con los pies por que su autor era manco?
En absoluto. Es una obra inmensa, fundacional para la literatura universal. Lo que pasa es que hay dos «quijotes», es decir, dos partes, y mucha gente se queda solamente con la primera. A mi juicio, y al de otros, la verdaderamente buena, sublime diría, la que inaugura algo que antes no estaba, es la segunda parte. No, no está escrita con los pies, sino con ingenio y corazón, que es lo que se espera de una gran obra.
¿No le parece que Cervantes se burló de los catalanes –muy finamente, eso sí- al definir a Barcelona como «archivo de la cortesía»? ¿No quiso llamarnos maleducados, con la cortesía archivada?
Vaya, no había considerado esa sutileza de «archivar» la cortesía. Yo creo, por el contrario, que precisamente en esa segunda parte del Quijote, Cervantes homenajea Barcelona. Se sabe que estuvo en la ciudad una vez, camino de Italia. En el mismo párrafo en que menciona lo del archivo de cortesía, se deshace en elogios hacia la ciudad. No sé si eran sinceros o buscaba granjearse simpatías. Lo que sí es cierto es que sitúa en Barcelona el verdadero desenlace de su novela, en la playa del Bogatell, y eso no es cualquier cosa.
Tres nombres de escritores españoles, vivos o muertos, a los que admire de verdad.
¡Solo tres! Madre mía. Me gustaría dejar fuera de la lista, es decir, citándolo a pesar de todo, a Valle Inclán, aunque es su teatro sobre todo el que me interesa. Luego citaría a José Ignacio Aldecoa, a Luis Mateo Díez y a Javier Marías.
¿En España escribir sigue siendo llorar?
Escribir, en cualquier país, no solo en España, es esencialmente vocacional. Escribir es ir contra corriente. Es solitario, no siempre se recibe reconocimiento… pero no puede uno renunciar a ello. Es una forma de estar en el mundo, de contemplarlo para contarlo, o para contarse a sí mismo mientras se contempla el mundo. Es de locos, pero es la locura que uno ha elegido.