Nada que perder es la nueva novela de Susana Fortes. La escritora gallega vuelve con una historia sobre el pasado, las desapariciones y los lodos que el tiempo deja en la pleura de la existencia. Con una diégesis muy cercana a lo cinematográfico, logra volver a crear un universo propio. Quizá, y aunque no lo parezca, estemos ante una de sus obras más personales. La dedicatoria al escritor Alfons Cervera, y a su libro Algo personal, así parecen indicarlo. Y es que navegar por las aguas de la memoria es tan caprichoso como necesario, pero también puede ser traicionero. El recuerdo no será el único vaso comunicante que surgirá entre las literaturas de ambos autores.
Hace tiempo escribí que la memoria es el único lugar del que afortunadamente no hay exilio posible. El verso quedó tatuado en el suelo de Madrid por una iniciativa municipal de un gobierno que ya no existe. Como tampoco existen, pero sí se sienten en las ondas del tiempo y de la emoción, algunos personajes que nos regala la autora. Especialmente Hugo y Nico, los chavales desaparecidos cuyos restos son hallados muchos años después, son capaces de estar y de llenar un gran espacio. Son un intangible, como sucede con los recuerdos, pero pesan en esta historia. Mi verso me ha acompañado a lo largo de la lectura de la novela. Lo que ya no está tan claro es el adverbio «afortunadamente».
Decía Hitchcock que cada vez que empezaba un juicio en un filme, ese celuloide se convertía en una película nueva, una obra distinta. Lo mismo sucede con las hechuras del thriller y de la investigación. Todo cabe en ellos. Aunque el tema central en esta novela sea, en principio, resolver un misterio sucedido tiempo atrás, y lo haga con un tempo y una tensión realmente conseguidos, en realidad, la obra va por otros derroteros.
La vida duele, quien diga lo contrario nos engaña. Lo que hacemos con ese dolor, con ese sentir nacido del trauma, es lo que nos configura como personas. No sólo lo que hacemos, sino cómo lo llevamos a cabo. Y de eso, y no de otra cosa, nos habla Susana Fortes en su nueva ficción. De las cámaras acorazadas que construimos junto al pecho para sobrevivir, de los pedazos que se quedaron por el camino y de los amigos que ya no están. Recorre transversalmente estas páginas una emoción netamente literaria que es muy propia de la autora. Se trata de la patria idealizada (y cierta) de la infancia, patrimonio vital que se destila en forma de aventura. La isla del tesoro, Corto Maltés y con el viento en las velas. Quien lo ha vivido lo sabe. Una linterna, una mochila y el campo abierto son ingredientes suficientes para vivir la mayor de las gestas. Ésta, sin embargo, no tendría sentido sin la presencia de los camaradas. La alteridad es justificadora de todos y cada uno de los actos que afrontamos desde que tenemos uso de razón.
Blanca, una profesional competente y discreta del mundo de la edición, guarda una herida en la retina de su pasado. Sus dos compañeros estivales de la infancia se volatilizaron sin dejar huella en la Galicia rural. Ella vivió aquello, pero no recuerda nada. Es más, siempre sintió que podría haber corrido la misma suerte. Aquellos zagales, como otros tantos, pasaron a integrar una larga lista denominada «los niños de trasaugas». Se referían así a los que habían muerto ahogados en la costa, en una poza o en un río. Una mala corriente… De este modo, casi en un acto sincrético, la voluntad popular los instalaba en la mitología gallega. Eran parte de los llamados seres de agua. Esa es otra de las virtudes de estas letras: el verismo con el que Fortes narra lugares, sensaciones y momentos. No obstante, y siguiendo a Jules Renard, es muy complejo (e inevitable) entreverar verdades en la ficción. Y la autora, sin que descifremos la alquimia de las cantidades exactas, lo logra.
No hay nada nuevo bajo el sol. Por eso existe el riesgo de que al hablar de niños muertos, esqueletos colocados en las ruinas cercanas a un pueblo y algunas otras bizarrías resuenen ecos del territorio noir detectivesco, tétrico y cool (o casposo) dependiendo del pelaje de los investigadores. Deslizarse por el filo de la navaja puede ser un problema, pero Fortes lo salva aportando una perspectiva personal, desbordante de referencias fértiles y de sutilezas significativas. Ya hemos indicado que aquí lo que se aborda, sobre todo, es una revisión íntima del tiempo pasado. Una mujer tendrá que hacer frente a lo vivido. Otra muestra de la pericia de este abordaje personalísimo será la construcción de los personajes. La arquitectura de sus vidas es como la realidad misma. Todos esconden cosas, todos tienen aristas. Nadie pasa por la vida sin mancharse. Las familias, como suele ocurrir, nunca son lo que parecen. Estas y otras cuitas podrían suceder el hogar del cuñado (o en el propio). Tengan cuidado con los espejos. Si todas las familias felices se parecen, ya lo decía Tolstoi, las infelices son distintas en la desgracia. Esos matices son los que escuecen.
Hay, además de todo lo indicado, un gusto marca de la casa por Clío en estas páginas. La historia, bien sean las miserias y ecos de la Guerra Civil (que también ha tratado Alfons Cervera) o la situación de Galicia en los 80 con la proliferación del narcotráfico, sirve como vía de aproximación a un contexto que tizna a los personajes. Del mismo modo, conviene señalar que esa Historia con mayúsculas es generadora de contextos necesarios para la narración. Por no decir que los hechos se presentan vestidos con los ropajes de lo literario. La selección de citas, propias y ajenas, va desde el hallazgo léxico al aforismo afilado.
Es esta una novela que habla de muchas cosas (como les sucede también a las buenas películas) y que, al final, duele. No tanto por lo que pudo suceder, que también, aunque la verdad es un imposible (y si es absoluta aún más), sino por lo que exudan los personajes. Son pulsiones, emociones, cuitas y malestares tan reconocibles como el perfil del vecino al otro lado del patio de luces. Y, si miramos muy dentro de estas letras, observaremos que la autora nos propone un viaje al corazón de los micro universos que son los pueblos. Allí residen los atavismos que pueden lastimar.
Susana Fortes ha construido una novela excelsa, plena de oscuridad y encanto. En ella asoma, como un invitado sorpresa, el horror de lo cotidiano. Es, en definitiva, un reflejo del hombre. De un lado luces y destellos, del otro abismos y sombras.
Juan Laborda Barceló
NADA QUE PERDER
Susana Fortes
Planeta, 312 pp., 19,90 €