A la larga lista de poetas que se internan en la prosa sin perder el rumbo hay que añadir desde hoy a Sara Torres (Gijón, 1991), que acaba de publicar Lo que hay (Reservoir Books): una novela que parte de una premisa dramática, la muerte de una madre mientras la hija hace el amor con su amante, para indagar en las profundidades de la culpa, el duelo y el deseo. Torres es autora de cuatro poemarios, uno de los cuales, La otra genealogía, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Gloria Fuertes; además, ejerce de profesora de literatura en varias universidades y ha dirigido numerosos seminarios literarios bajo una perspectiva feminista. Su debut en la narrativa nos deja una prosa sincera, elegante y, sobre todo, valiente.
¿Qué relación existe entre la Sara que protagoniza Lo que hay y Sara Torres?
La historia que movilizó esta escritura es una historia biográfica, especialmente por lo que respecta a la muerte de mi madre. Me pareció que era importante hablar sobre las cosas que culturalmente se reprimen, como puede ser la realidad de un cuerpo que se muere o el acompañamiento de la persona que se muere, en el contexto de una enfermedad como el cáncer de mama. Con las significaciones que eso tiene. Yo no elijo hablar de este tema como ejercicio creativo, sino que elijo hablar de este tema porque me atraviesa. Es decir, no estoy jugando a ficcionar el cáncer de una madre, sino que estoy contando lo que me pasó.
Leemos en la página 14: «Mamá había sido el animal más perfecto: la más bella, la más inteligente y fuerte. Si el cáncer quebraba fuerza semejante, su hija, más débil, tendría pocas posibilidades de sobrevivir a los embates de la vida. Tal era mi lógica tras el primer diagnóstico, y sigue siendo así». ¿Ha puesto usted algún límite o algún filtro a la autoficción?
No. La historia con mi madre es casi literal a como aparece en la novela. De hecho, esta novela es una autoficción en un sentido bastante radical, porque si hubiese contado la misma historia desde el ensayo no me hubiera sentido protegida ni hubiera protegido a mi familia. Es decir, quesi hubiera analizado ensayísticamente todo lo que he vivido, hubiera utilizado mi duelo como un objeto de estudio, y ahí no hubiera estado cómoda. Y si hubiera utilizado la poesía, no hubiera sido lo suficientemente clara.
En su libro aparecen temas tan complejos como el cáncer, la muerte de una madre, el duelo, la relación de pareja, la ausencia, el lesbianismo, el amor… En este sentido, es una novela tremendamente ambiciosa.
Es que también pretendía hablar de la subjetividad de la hija. La narradora habla de cómo le han marcado las experiencias en relación con su madre, pero a su vez la narradora también está atravesada por todos los temas que comentas.
¿Junto al tema de la muerte de la madre, el de la culpa se lleva buena parte del protagonismo?
La culpa es lo que atraviesa a la narradora todo el rato. La culpa es de las peores herencias que tenemos las mujeres en Occidente. A ver, mi generación tiene un montón de horizontes de acción donde podemos imaginar vivir distinto, amar distinto, probar otras libertades y otros nomadismos, pero en mi caso vivo tan atravesada por una educación tan tradicional y conservadora liderada por la culpa que cuando experimento otros mundos nunca llego a ser feliz del todo. En mi colegio de monjas lo peor que te podía pasar en la vida era que alguien dijese que eras lesbiana. Yo viví todo el instituto esperando a ver cuántos años podía alargar el momento en que alguien utilizase esa palabra refiriéndose a mí y me arruinara la vida para siempre. Recuerdo que me repetía a mí misma; «Que no me llamen lesbiana. Que no me llamen lesbiana. Solo que no lo digan». Lo conseguí como hasta los diecisiete años.
Como se ha narrado en tantas ocasiones, ocurría lo mismo en los colegios masculinos de curas con la palabra «maricón»…
Exacto. Ahí es donde se demuestra que el lenguaje es performativo. Una palabra tiene la capacidad de transformar tu realidad. Esa palabra te deja la marca. Sin embargo, ahora a mí no me interesan mucho los discursos de identidad, pero si me tengo que poner un nombre de algo identitario, el término «lesbiana» sí que me importa, porque contiene el viaje emocional desde el terror a ser castigada con él a la reapropiación de una palabra tan bella y tan alegre.
Volviendo al tema de la muerte de la madre, se lee en la página 185: «Tal vez lo peor sea la fantasía cultural que nos hace entender el cáncer como una lucha que puede terminar con una actuación heroica por parte de la enferma y su familia». Narrativamente, el tema del duelo de la hija no queda resuelto en el libro.
Para nada. De hecho, la voz narradora no avanza, no crece y no resuelve, porque para mí era fundamental mostrar el duelo como un proceso que no avanza, no crece y no se resuelve, sino que es más bien un bucle.
En cualquier caso, sorprende cómo se expone usted personalmente al narrar episodios de su vida como el de la amante.
Lo que quería contar es que Sara, como les pasa a tantas mujeres, se da cuenta de que no puede decidir sobre ninguna de las cosas importantes de su vida. Ella tenía la sensación de que controlaba el relato de su vida hasta que lo real irrumpe sobre el relato y suspende su voluntad.
Dice la protagonista en un momento del libro: «Para intentar dormir, algunas noches alquilaba habitaciones de hotel. En dos meses gasté todos mis ahorros». ¿Por qué esa necesidad de Sara de refugiarse en hoteles?
Para mí un hotel es más que un espacio simbólico, que también; es un espacio donde el cuerpo se organiza según unos ritmos determinados, que están marcados por el propio hotel (el desayuno de esta hora a esta hora, la posibilidad de la copa antes de subir a la habitación, la posibilidad, si pasa algo, de llamar a papá recepción, la limpieza a tales horas, etcétera). Lo que ofrece a Sara es una sensación de protección que ella no encuentra si está en casa. Eso le calma la ansiedad y entonces por fin puede dormir.
¿Hasta qué punto la Sara poeta ha ayudado a la Sara prosista para escribir Lo que hay?
En realidad, la poesía me ha ayudado mucho, porque la mirada de esta novela es una mirada poética que se fija en la escena, el fragmento, la imagen, la exploración del tacto, la corporalidad… Instantes que significan mucho y que solo duran dos líneas. Aún así, esta es mi primera novela, y he ido aprendiendo narrativa y cómo enfrentarme a problemas concretos a medida que la iba a escribiendo. En este sentido, es una prosa muy inocente y me parece bien reconocerlo. No es la prosa de una artesana de la narrativa. Y eso que yo tenía una novela anterior que había escrito en la Fundación Antonio Gala, pero era una escritura como Las Olas, de Virginia Woolf, o sea, que era poesía. Por desgracia, mucha gente dice que hoy nadie leería Las olas.
¿Usted está de acuerdo?
Sí que es cierto que hoy tal vez nadie publicaría a Virginia Woolf. Quiero decir, a no ser que tengas una cuenta de Instagram con cincuenta mil seguidores es muy difícil escribir lo que quieras.
LO QUE HAY
Sara Torres
Reservoir Books