Luz Gabás, una de las autoras más leídas de nuestro panorama literario, regresa a las librerías con la novela ganadora del Premio Planeta 2022 justo cuando se cumplen diez años de la publicación de su primer libro. Esta nueva obra, Lejos de Luisiana, constituye un gran fresco histórico sobre la aventura de España en el corazón de Norteamérica. Después de años de colonización, la familia Girard acepta la controvertida decisión de su país, Francia, de ceder a España en 1763 parte de las indómitas tierras del Misisipi; sin embargo, sufrirá las consecuencias de las rebeliones de sus compatriotas contra los españoles, la guerra de norteamericanos contra ingleses por la independencia de los Estados Unidos y la lucha desesperada de los nativos indios por la supervivencia de sus pueblos. En unos tiempos tan convulsos, Suzette Girard e Ishcate, indio de la tribu kaskaskia, librarán su propia batalla: preservar su amor de las amenazas del mundo que les ha tocado vivir. El resultado es una novela cautivadora y monumental que atraviesa las cuatro décadas en las que España poseyó las legendarias tierras de Luisiana.
Texto: QL.
Fotografía: @ Carlos Ruiz.
Ahora se cumplen diez años de la publicación de su primer libro, Palmeras en la nieve, ¿qué balance hace de este tiempo hasta la obtención del premio Planeta en lo literario, personal y de cara al público lector?
En lo literario, cuatro novelas más, un continuo aprendizaje y la satisfacción de ver cómo se va consolidando mi carrera poco a poco. En lo personal, la triste consciencia de que el tiempo pasa muy rápido y seres queridos enferman o se van. De cara al público lector, un inmenso agradecimiento por sus cariñosos mensajes de ánimo y por su paciente espera, pues tardo unos tres años en publicar. El agradecimiento tras las felicitaciones por el premio es aún mayor ahora si cabe. Han sido semanas muy emotivas, de alegría, amabilidad y afecto compartidos entre miles de seres conectados por las redes de familiares y amistades y de la tecnología. Me siento como un río alimentado por miles de afluentes.
Como en aquella historia, donde abordaba la antigua colonia de Guinea Ecuatorial, ahora, con Lejos de Luisiana también viaja en el tiempo y el espacio. ¿Tiene una especial querencia por los lugares remotos o incluso exóticos a la hora de proyectar su imaginación narrativa?
Esa evasión y viaje al pasado o a lugares exóticos es muy propio del movimiento romántico del XIX, que me apasiona y tanto ha influido en mi forma de ser y escribir. De todos los viajes se aprende; también de los que propone la ficción. Todas mis novelas nacen de un pálpito sobre la vida —el amor tormentoso o sanador, el resentimiento, la esperanza, la lealtad, la traición, el esfuerzo, la muerte, la espiritualidad…— después surge el contexto donde ambiento la novela, cuanto más convulso, mejor. Y en esos lugares, por remotos o exóticos que sean, siempre encuentro una vinculación con mi propio territorio.
Nos referíamos a lo rural también porque, en El latido de la tierra (2019), con ese carácter de novela negra, queda ambientada la España rural de los años 60, 70 y 80, en un momento en que algunas áreas de Aragón y Castilla sufrieron expropiaciones. ¿Cree que la literatura actual, tan marcada por el éxito de los géneros policial e histórico, también debe tener una función social, incluso de denuncia?
La literatura es un acto de comunicación entre el escritor y el lector. Y como en todo, el mensaje puede ser jocoso, serio, profundo, frívolo, o panfletario dependiendo de la voz del emisor y del gusto o apetencia puntual del receptor. Hay escritores que escriben abiertamente novelas denuncia o son activistas de una causa. A mí personalmente me gusta más mostrar, crear un universo en el que se sumerja el lector, se entretenga, aprenda y se conmueva. También creo que, en los diferentes géneros, como el policial o histórico que usted menciona, de la comparación entre la ficción de la novela y la realidad del lector surge inevitablemente la reflexión y crítica sobre la época en la que nos ha tocado vivir.
Usted, académicamente, está formada en Filología Inglesa y fue profesora titular de una escuela universitaria; ¿cómo vivió ese tiempo vinculada tan estrechamente a la literatura antes de decidir consagrarse a la escritura? ¿Fue precisamente por eso que el aguijón de la creación literaria iba persiguiéndole? ¿Escribió tal vez textos en ese tiempo sin decidirse a publicar nada?
Dentro de filología inglesa, estudié la especialidad de literatura inglesa y norteamericana, pero luego mi trabajo de profesora se centró en lengua y gramática inglesa. De hecho, gané la oposición de una plaza para inglés técnico en ingeniería. Reconozco que había en mí un desdoblamiento de personalidad que no me hacía feliz: la parte práctica (cobrar un sueldo) y la parte imaginativa, en mi interior desde la infancia (soñar con escribir). Además de los ensayos para las asignaturas, escribía relatos y algún poema, cosas sueltas, más como forma de expresar mis sentimientos que como texto literario viable. Cuando falleció mi padre, cambié de vida con el objetivo de tener tiempo para escribir Palmeras en la nieve, novela a la que dediqué cinco años de mi vida, contados desde que me senté a tomar notas hasta que vio la luz. Mi procedencia, los estudios de literatura, la experiencia laboral, las decisiones difíciles y mi forma de ser —observadora, sentimental y reflexiva— han forjado mi voz literaria.
¿Cómo fue el trabajo de documentación para Lejos de Luisiana? ¿Ese pasado, vinculada con la literatura en inglés, le facilitó las cosas?
Ha sido el más difícil de las cinco novelas que he escrito, en las que al menos había algo cercano a lo que aferrarme. En Lejos de Luisiana todo era nuevo: época, contexto, conflictos, perfiles de personajes, geografía, leyes, costumbres… La mayor parte de la información estaba en inglés. Gracias a la metodología de estudio universitario sabía cómo clasificar el material. Leí hasta que la información comenzaba a repetirse o a referirse a las mismas fuentes. Cuando encontraba discrepancias de fechas, por ejemplo, optaba por la que a mí me parecía más coherente con otros sucesos. El conocimiento de la lengua inglesa y la cultura norteamericana por mis estudios en California y la carrera universitaria de filología sin duda me han servido. Todo se queda en la mente y termina por aflorar, aunque sea en forma de pincelada. En mi cabeza estaban El último mohicano, entre otros, y aunque posteriores, Mark Twain y su Misisipi.
Según algunas de sus declaraciones, hay un considerable desconocimiento de la presencia española en Norteamérica. Según usted, ¿a qué se debe tal cosa y qué tipo de influjo tuvo la cultura de España en esa parte del continente? ¿Aún se percibiría su paso hispano por allá?
Solo los amantes de la historia conocen que la primera ciudad de EEUU fundada por un europeo —el español Pedro Menéndez de Avilés— fue San Agustín, al norte de la actual Florida; o que los españoles crearon en 1738 el primer asentamiento libre para esclavos africanos en Norteamérica. A nivel popular, se sabe vagamente de las andanzas de Ponce de León, Álvarez de Pineda, Vázquez de Coronado, Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Pánfilo de Narváez, Juan de Oñate o Gaspar de Portolá, o que Fray Junípero Serrafundó el sistema franciscano de misiones en California. De Luisiana, como mucho, suena la figura del gobernador Bernardo de Gálvez y poco de la ayuda de España a la independencia de los Estados Unidos. Desde el siglo XVI al XIX, la corona española gobernó en casi todo el continente americano, también en los actuales Estados Unidos, y efímeramente, en Alaska y en el oeste de Canadá. En 1893, el escritor y aventurero Charles Fletcher Lummins, en su libro The Spanish Pioneers —Los pioneros españoles— escribió: «Si España no hubiera existido hace 400 años, no existirían hoy los Estados Unidos». Y añade que las afirmaciones de que los españoles esclavizaban a los indios, les obligaban a elegir entre el cristianismo o la muerte, o a trabajar en las minas no eran ciertas, al margen de abusadores puntuales. A su juicio —y conoció bien el territorio—, el afán civilizador de los españoles contrastaba con la fiebre del oro de los anglosajones. El desconocimiento de la presencia española en los actuales Estados Unidos se debe a que la historia de los Estados Unidos la escribieron los pioneros y los descendientes de las trece colonias del Este que formarían los Estados Unidos. Ellos conquistaron el oeste y se atribuyeron todo el mérito. Como dice el escritor e historiador José Luis Corral, desde mediados del siglo XVI, la cultura anglosajona ha ninguneado y despreciado a la hispana y para ello empleó como arma ideológica la «leyenda negra» que dejaba en muy mal lugar a España. Por su parte, España perdió un inmenso y costosísimo imperio y a nadie le gusta recordar lo que perdió. En tercer lugar, como me apuntó Manuel Olmedo, de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y correspondiente de la Real Academia de la Historia, la historia de Luisiana de esa época fue escrita por Francia, por lo que la figura de Bernardo de Gálvez no ha quedado hasta ahora reflejada con la importancia que tuvo, y, además, en la guerra de la Independencia contra Francia murieron los que estaban destinados a escribir sobre la generación anterior. En la actualidad sobreviven los nombres de localidades, aquellas estatuas que no se han derribado y un cuadro de Gálvez en el Capitolio. Afortunadamente, varios autores españoles actuales de novela histórica han dejado por escrito para futuras generaciones episodios y personajes españoles en Norteamérica. Unos ejemplos: María Dueñas (Misión Olvido), Antonio Pérez Henares (Cabeza de Vaca), Jesús Maeso de la Torre (Comanche, La Rosa de California), Almudena de Arteaga (La Virreina Criolla) y Eduardo Garrigues (El que tenga valor que me siga).
Aborda en esta extensa novela diversos años de colonización, a partir de la familia Girard, que acepta la decisión de Francia de ceder a España en 1763 parte de las tierras del Misisipi. ¿Se basó en asuntos reales para ir perfilando esos personajes y sus avatares? Háblenos de ese tratamiento, habida cuenta de que sabemos que los personajes principales son inventados pero los secundarios son reales.
Hasta hace poco se seguía empleando la clasificación de historia novelada, novela de ambientación histórica y novela histórica según la proporción de historia o ficción en una novela o si los protagonistas eran grandes personajes históricos o ficticios. Es frecuente en la novela histórica que los protagonistas sean personajes históricos importantes o conocidos y se inventen secundarios para desarrollar la trama, pero el género ha evolucionado tanto que dentro de la novela histórica ya hay mucha variedad. En un primer momento pensé en que los protagonistas fueran personajes históricos, pero me di cuenta de que eso me obligada a estar demasiado atada a la parte histórica. No podía dejar volar la imaginación y diseñar el viaje emocional de los protagonistas. Así que opté por conservar el contexto y ubicar en él a los personajes principales, ficticios. Todos los secundarios existieron, y saqué sus nombres de los textos que leía y documentos que incluyo en la bibliografía. El padre Meurin, jesuita expulsado que regresa con los Kaskaskia existió. Los jefes indios. Los gobernadores. Los comandantes de los puestos. Las amigas de Suzette… Me pareció una forma de homenajear a tantos cuyas vidas nadie elige para protagonizar una novela y que, en el fondo, son quienes sostienen la estructura y la trama de la vida.
Hay multitud de tópicos en torno al mundo de los nativos indios, que en el texto luchan por la supervivencia de sus pueblos. ¿Qué ha aprendido de las tribus que ha conocido para luego volcarlas en la novela? ¿Qué podemos aprender hoy de los antiguos indios, que más tarde sufrirían una extinción masiva?
Algunos tópicos están basados en la realidad. En los informes de los comandantes españoles de los puestos y fuertes, con quienes los jefes nativos estaban en contacto permanente, se alude repetidamente a lo ceremoniosos que eran, al problema con el alcohol y a las amenazas que recibían si no les proporcionaban bebidas y regalos. Los nativos no se consideraban súbditos de nadie y decidían con quienes forjar alianzas, que dependían no solo de quién los trataba mejor sino de quién suponía una amenaza menor y respetaba sus territorios. Tras las guerra franco-india entre franceses e ingleses, la proclamación real inglesa de 1763 —para pacificar las relaciones con los nativos, muchos de los cuales habían apoyado a los franceses, que eran pocos y, por lo tanto, no suponían una amenaza y para protegerles de los colonos granjeros— prohibía a los residentes de las Trece Colonias norteamericanas establecerse y comprar tierras al oeste de la línea divisoria de los Apalaches. Tras la independencia de los Estados Unidos, esta línea ya no se respetó. Fue el origen de los desplazamientos forzados de los nativos y de los conocidos senderos de lágrimas del XIX.
Los nativos eran conscientes de que la supervivencia de los pueblos peligraba, de que cada vez había menos guerreros, de que aumentaba la presión para abandonar sus tierras y desplazarse hacia el oeste a medida que llegaban nuevos colonos. También eran conscientes de los estragos del alcohol. Algunos jefes, como los quapaw Angaska y Guatanika, que aparecen en la novela, viajaron a Nueva Orleans para pedirle al gobernador que prohibiera llevar alcohol a Arkansas, aunque nunca se tomó medida alguna que surtiera efecto. Creo que todo lo que tiene que ver con la historia de los nativos norteamericanos produce tristeza. Vivían, como Ishcate y sus hermanos, en armonía con la naturaleza. La tierra no les pertenecía: eran ellos quienes le pertenecían. Sus proverbios son de una sabiduría ancestral, universal y atemporal. Quise que el protagonista, Ishcate, sufriera esa tensión entre la pérdida de un mundo y la imposición de otro.
La novela atraviesa las cuatro décadas en las que España poseyó las tierras de Luisiana, pero ¿sobre todo podríamos decir que se trata de una historia de amor?
Es una historia de amor en el sentido amplio de la palabra: amor sentimental y apasionado entre una pareja; amor filial, como el de Suzette y Margaux, dos hermanas tan diferentes; amor por la tierra, como el que sienten los protagonistas hacia sus lugares natales o los militares con un alto sentido de la responsabilidad que sienten que se deben a su país… El amor es la única razón para continuar adelante, en la vida y en Lejos de Luisiana.