Decía Todorov aquello de que vivimos en un tiempo líquido, volátil, de esos que se escurren entre las manos sin que nos demos cuenta. La esencia cambiante es innegable en nuestra retina, pues estamos sujetos a modificaciones, mixturas e inestabilidades infinitas.
De hecho, existen varias generaciones para las que mantener un puesto de trabajo apenas un lustro es una quimera. Y no se trata de falta de preparación, voluntad de permanencia o escasez de aguate. Lo que ocurre es que el sino de este tiempo licuado es puro magma danzante. Sin embargo, podemos percibir algunas constantes que dibujan hilos en las sombras de nuestro pensamiento actual. No todas ellas son desafortunada, ni mucho menos. Una de esas fórmulas apreciables es la cada vez más habitual y enriquecedora recuperación de figuras femeninas que el tiempo, el desinterés o el albur forzaron a un triste e interesado olvido colectivo. Desde hace varios años, el patrimonio general de la cultura ha cubierto algunos huecos más que necesarios. Y, como diría algún que otro historiador, aliado en la lucha por el feminismo y la reivindicación, se ha comenzado a hacer una revisión de muchas disciplinas desde una perspectiva de género. Esto es, si el feminismo busca la igualdad real del hombre y de la mujer, conviene bucear en el tiempo para reconocer, reubicar y defender a las creadoras que el tiempo nos ha hurtado. La lista no es corta y aún seguimos trabajando en ella.
Antes de arrancar con una secuencia tan incompleta aún como obligada, quiero lanzar una reflexión. Todo parece indicar, a pesar de mentalidades aún enquistadas, que ya existe un sustrato de sensibilidad suficiente para componer este estudio revisionista de las mujeres en la historia del arte. No obstante, no se trata solo de eso. Vivimos, y por lo que se barrunta seguiremos disfrutando, de las mieles de los más emocionantes hallazgos. Es decir, no sólo estamos empezando a componer una nueva manera de mirar, sino que hemos empezado a colocar en su sitio -antes ausencias y sombras- a múltiples mujeres creadoras. Y con ello ganamos todos, pues además de la citada reivindicación de género, se está recuperando para el gran público talento a raudales, que antes dormía un sueño injusto en algún arcón perdido. Es un patrimonio de toda la humanidad que ahora regresa a la platea para ser degustado sin prisa y con tiento.
Comencemos, si se quiere, en un tiempo lejano. Por ejemplo, la Edad Moderna. Gracias a novelas como Hierba mora (Hoja de lata, 2005), y al buen hacer de escritoras como su autora Teresa Moure, hemos descubierto a figuras tan potentes como Hélène de Jans. Ya apareció en algunos manuales como la pareja de Descartes, con quien tuvo una hija que falleció bien pronto. Es hiriente, pero muy extendido, catalogar a la mujer por su parentesco con el varón, en este caso el famoso filósofo. Ella fue una estudiosa del poder de las plantas, partera y mujer independiente en un tiempo de lobos. Hoy todos deberíamos comulgar con la idea de que estamos ante una precursora de la medicina, si no fuera por aquello de que a las mujeres autónomas se las solía asociar con la brujería sin más.
Por poner otro ejemplo reciente, a comienzos del año pasado se publicó Alice Guy, en el centro del vacío hay una fiesta (Huso Ediciones, 2022). Desde el título basado en el verso de Juarroz, el autor, Juan Laborda Barceló, explica con detalle que la autora francesa es un pilar invisible de la cinematografía actual. Hasta hace poco, los estudios sobre la materia la consideraban simplemente una secretaria de la productora Gaumont. Hoy sabemos que fue una creadora total, precursora de los géneros y galvanizadora de modos de narrar que ponían en solfa cuestiones relacionadas con el papel central de la mujer, los juegos de roles y hasta el lesbianismo. Su filmografía, o lo poco que conservamos de ella, es hoy tan pertinente como ilustrativa de otro modo de narrar (uno que naufragó nada más comenzar).
En esta misma línea se inserta la recuperación de la obra de María Lejárraga que han hecho desde esa editorial preciosista y comprometida que es Renacimiento. Existen un buen puñado de títulos señeros de una autora extraordinaria por diversos motivos, pero destinada al olvido por la necesidad de formar un tándem desigual con su marido. Resulta que María escribía y que Gregorio Martínez Sierra, a quien llegaron a otorgar el premio nacional de dramaturgia por una obra que no escribió, figuraba, hacía las veces de gestor cultural y se movía en el mundo literario con la soltura del dandy bien acicalado que no era. Así, a través de una novela, Luz ajena, el enigma de María Lejárraga (2020), escrita por Isabel Lizárraga, y de múltiples obras que recuperan los escritos de aquella mujer ilustre, se ha logrado desvelar una vida oculta, hurtada al tiempo y al reconocimiento que merece. La última de estas publicaciones es Cartas a las mujeres de España (2022), también en Renacimiento y con edición de Isabel Lizárraga y Juan Aguilera.
Todas estas albricias no vienen solas, pues el documental que nos ocupa, titulado A las mujeres de España. María Lejárraga, estrenado en 2022 y dirigido por Laura Hojman, ha conseguido concretar con la furia de la luz y de las imágenes en movimiento la crudeza de la vida de la escritora de marras. Nominado a los Feroz y a los Goya, aunque sin éxito en ambas intentonas, el filme logra poner en alza, traer al presente y devolver lustre a una figura que lo merece sobradamente. Las calidades narrativas no siempre empastan con la brillantez expositiva de unos contenidos fascinantes. Lejárraga fue maestra, ensayista, dramaturga, novelista, feminista, sufragista, diputada en cortes por la II República y un sinfín de cosas más. Amiga y colaboradora de personajes de la talla de Juan Ramón Jiménez, Falla, Turina, Pérez de Ayala o Rubén Darío… Lo cierto es que entre las virtudes del documental destaca la claridad con la que explica las razones para ocultar el nombre de la mujer en las portadas de sus libros, pero más interesante aún es conocer cómo hemos descubierto este extremo crucial. En un momento dado, y cuando Gregorio se une a la actriz Catalina Bárcenas, con la que tendrá un hijo, el matrimonio inicial se desdibuja, pero no así la sociedad creativa que componían. Las cartas entre María y Gregorio que hoy conservamos demuestran quien escribía y quién movía los hilos de la promoción y de los contactos. El tema clave de la autoría es para Lejárraga, lo que la convierte en una de las más prolíficas y exitosas creadoras de nuestras letras.
Hay innumerables razones para lanzarse a ver el documental citado o a leer las piezas de Lejárraga, pero yo quiero quedarme con una. Al declamar en voz alta algunos de los párrafos nacidos de su pluma, cosa que también se puede apreciar en la película de Hojman, descubrimos un estilo particular y lleno de encanto. A la musicalidad y al compromiso se unen la sencillez de lo escrito con ahínco, trabajado como el hierro para que se beba como el agua, por decirlo con Jardiel Poncela. Hay mucho de búsqueda y de intangible en la prosa de Lejárraga. Es, además, sorprendentemente actual y moderna, con un tono que embriaga y sugiere. Tiene, por tanto, paralelismos con otros autores de tu su tiempo como Luisa Carnés o Manuel Chaves Nogales.
Corred, compañeras, sus libros nos esperan.
Berta Sande
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