La dificultad para gestionar una pérdida, o una herida que no cesa, no es un lugar menor. Y arrancar una novela desde ahí, aunque sea relativamente breve y esteta, resulta halagador para el lector exigente y comprometido.
Alguien dijo hace tiempo que una isla es una promesa inconcreta. Y, por eso, Odette Murray, la protagonista de esta pieza viaja hasta la recóndita isla de Fair para tratar de sofocar sus demonios. No sabe exactamente lo que busca, ni tampoco lo que va a encontrar, pero es, como la propia Esther Ginés, una escritora cierta. Lo que también parece verdad, aunque habría que desterrar este término de la crítica y la teoría literaria, es que la madre del personaje de ficción desapareció misteriosamente en aquel lugar doce años atrás. Con estas hechuras, muchos se hubieran deslizado por el lindero encasillante del noir o del thriller. Lejos de ello, Ginés se lanza a la aventura del drama meta literario, de aquello que se persigue con ahínco, pero que nunca llega a tocarse, pues entonces se desvanecería.
La arquitectura formal de esta historia de contadores de historias es prístina. Hay un entorno familiar herido y supurante, un marido que no logra comprender a su esposa escritora, un farero misterioso y mistagogo y un abuelo que es puro recuerdo, pero por encima de todo está la madre perdida y las leyendas que la rodean. La autora y sus personajes saben que a través de ellas se conoce a la alteridad, pero también a uno mismo. Y esa es la clave del viaje, del nostos, del trayecto que deja huella…Cultivar las obsesiones con esmero también es un periplo. Precisamente ahí se enmarca la fuerza salvadora del relato. Del relato que nos cuenta la autora, del que narra su abuelo farero para construir su infancia, del de los libros no escritos que pueblan estas páginas y, por supuesto, del hilo de Ariadna que construye ficciones y realidades según avanzamos en la lectura.
Esther Ginés alimenta a través de esta novela onírica y psicológica un caudal netamente literario en el que se obra un milagro. Las experiencias vitales se transmutan frente a nuestros ojos en los sillares que sustentan la narración (y también la emoción). Y todo ese camino sucede jalonado de un lirismo natural, ni excesivo, ni pacato, simplemente ajustado.
Y así, al igual que los autores vivimos de la obsesión, los pasajes son en esta obra estados de ánimo. Igualmente, las búsquedas llevan dónde no esperábamos o dónde no queríamos mirar, pero siempre a un lugar incierto, como aquel en el que crecen las fábulas. Quizá el juego más potente que se nos ofrece sea el de la meta literatura. Este apartado tiene muy diversas capas en la obra. En primer lugar, la protagonista ha publicado poesía. Y sus versos sobrevuelan inevitablemente lo que acontece. Además, se encuentra en el proceso creativo de escribir una novela sobre su madre desaparecida y, como es natural, todo eso remueve mucho en su interior. De esta manera, la autora puede centrarse en los recovecos del camino de crear o, en otro nivel, en referencias de autores tan definitivos como Rilke o Kafka. Sin embargo, el nivel más profundo corresponde a una literatura que se alimenta a sí misma, jugando a mezclar realidad, sueño, leyenda y ficción. La fórmula magistral de la autora es como esas máquinas cinéticas impulsadas por el aire de Theo Jensen: el propio aliento de las letras genera puentes que hacen avanzar el universo de esta ficción. Crear, no lo olvidemos, es un magma oscuro que se expande. La propuesta no es baladí. No se la pierdan.
Juan Laborda Barceló
Aguas azul tormenta
Esther Ginés
Tres Hermanas, 204 pp., 19,90 €