Miguel Ángel Hernández publica una novela que indaga en la memoria y la presencia de la muerte en la vida cotidiana.
Una rápida consulta en internet nos informa de que anoxia (o hipoxia) es la pérdida de oxigenación del tejido cerebral. Cuando esto sucede, dependiendo de la duración del tiempo de hipoxia, la edad, la extensión y la difusión de la lesión, producirán secuelas de mayor o menor intensidad en el paciente. Esa es la palabra que eligió Miguel Ángel Hernández para una novela en la que reflexiona sobre cuál es nuestra relación con los muertos y cómo los recordamos, cómo vivimos el duelo tras perderlos y afrontamos el tiempo que nos queda por vivir.
«Al difunto trata de mirarlo solo por el visor. Lo tiene delante de ella, pero sus ojos se fijan en la imagen que se forma a través del objetivo: el brillo de la madera cobriza del ataúd, las manos huesudas entrelazadas sobre el pecho, el anillo dorado en el dedo corazón, el traje gris marengo, la camisa blanca flamante, la corbata negra de rayas plateadas y el rostro sin vida. El tono pálido de la piel, la superficie marmórea que refleja la luz y la obliga a mover varias veces la cámara hasta encontrar el ángulo perfecto.» Este es el contundente inicio de una obra que al instante nos coloca dentro de una pequeña sala de un tanatorio, acompañando a una persona, Dolores, encargada de hacer una fotografía.
Junto a ella está la hija del difunto, y a esta le pide permiso la fotógrafa para mover las flores y despejar el campo de visión. «Por eso cada leve movimiento, cada mínima pulsación del disparador, le hace pensar en la incomodidad de la mujer que no deja de escudriñarla. La misma contrariedad que le ha manifestado nada más entrar». Y es que la idea de ser inmortalizado de esta manera había surgido del propio muerto, curiosamente, un «anciano loco», según la hija.
Fotografiar a los muertos
Este es el punto de partida de la novela, que nos presenta, en efecto, a Dolores Ayala, propietaria de un viejo estudio fotográfico que se ha quedado sin clientes y que lleva diez años viuda. Así, de repente recibe el insólito encargo de retratar a un difunto el día de su entierro. Este hecho la conducirá a conocer a Clemente Artés, obsesionado con recuperar por todos los medios la antigua tradición de fotografiar a los muertos. De su mano, Dolores se adentrará en esa práctica olvidada, la del ritmo lento del daguerrotipo, que tan importante fue en el siglo XIX, para consolar a la gente con una última imagen de su ser querido tras fallecer.
Anoxia constituye con estas premisas un adentramiento a toda una serie de secretos oscuros que irán surgiendo a medida que la acción avance, con el mensaje tácito de que, en realidad, hay muertos inquietos que no cesan de moverse y a veces se abalanzan sobre la memoria de los vivos. Todo ello, se mezclará con escenas tan llamativas como la que presenta el autor al describir unas inundaciones que sorprenden al pequeño pueblo costero de Dolores, lo que provoca que miles de peces aparezcan muertos en la orilla de la playa.
«Una novela con el brillo y el encuadre de una fotografía perfecta. Nadie como Miguel Ángel Hernández cruza así la trama con el arte, poniéndonos a pensar en nuestra necesidad de fijar la mirada, la memoria y la vida», ha dicho de ella Aroa Moreno Durán. «Anoxia es una apasionante historia sobre la fotografía, sobre los límites entre la vida y la muerte, sobre el misterio de capturar la muerte en una imagen, en un retrato, en un daguerrotipo. Miguel Ángel Hernández usa el mundo de la fotografía para comprender y explorar las dimensiones de la vida y de la muerte. Una novela maravillosa, inquietante, perturbadora, mágica», ha apuntado Manuel Vilas.
Una cuidada prosa
Estas consideraciones tan positivas han sido unánimes prácticamente en el mundo de la crítica española. Muy en especial, Jesús Ferrer, desde las páginas de La Razón, con su habitual capacidad de observación y reflexión, hablaba de cómo en algunas culturas ancestrales existe «la creencia de que al fotografiar a una persona se le roba el alma; interpretan así que el poder de la imagen absorbe las vivencias del individuo, penetrando en sus secretos y revelando su acaso escondida identidad. Y, por otro lado, existe en ciertas sociedades la tradición de fotografiar a los muertos en el velatorio como último recuerdo de su paso por este mundo».
Se hacía eco de los referentes que sirven como trasfondo de este texto de Hernández y de unos personajes que se movían «en un amenazante entorno de corte apocalíptico» y que «se obsesionarán por captar el preciso momento de la muerte». Ese objetivo les hará pensar que así «detienen el tiempo, fijan la realidad en una decisiva instantánea con pretensiones de eternidad», lo que a fin de cuentas lleva al narrador a proponer que nos preguntemos sobre la importancia de ciertas imágenes en la memoria o cómo sentimos la presencia de los muertos en la vida cotidiana. Pero, sobre todo, en la novela cabe mencionar su cuidado estilo, y es que Hernández se ha distinguido desde su primera obra por su cuidada prosa, en la que es capaz de aunar elementos propios tanto de la narrativa como del ensayo.
Una brillante trayectoria
La trayectoria literaria de Miguel Ángel Hernández puede encontrarse en la editorial Anagrama, donde ha publicado las novelas Intento de escapada (Premio Ciudad Alcalá de Narrativa, traducida a cinco idiomas): «Logradísima» (J. E. Ayala-Dip, El País); «Por fin una novela española de ideas cuyas ideas son realmente buenas» (Patricio Pron, El Boomeran(g)); El instante de peligro (finalista del XXXIII Premio Herralde de Novela): «Inteligente obra» (Jesús Ferrer, La Razón); «Una novela cautivadora» (Pilar Castro, El Cultural); El dolor de los demás (Premio Libro Murciano del Año): «Una estupenda novela» (Fernando Aramburu); «Una magnífica novela sin ficción» (Javier Cercas) y la reciente Anoxia. También, el breve ensayo El don de la siesta: «Me ha hecho pensar en esos grandes libros laterales y breves que proponía Italo Calvino para nuestro milenio» (Enrique Vila-Matas, El País); «Original, delicioso y ameno» (Mariola Riera, La Nueva España).
QL
ANOXIA
Miguel Ángel Hernández
Anagrama, 280 pp., 18,90 €