«Todas las mañanas del mundo carecen de retorno», decía el exmúsico, novelista y ensayistaPascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Normandía, 1948) para empezar su obra más singular, Pequeños tratados I y II, que en el año 2016 se presentó lujosamente en un cofre de dos volúmenes (novecientas páginas en total) por parte de la editorial Sexto Piso.
Con ese comienzo evocamos la película de la que él mismo escribió el guion, a partir de su propia novela Tous les matins du monde (1991), que contó con Jordi Savall para la banda sonora. Los Pequeños tratados fueron escritos entre 1977 y 1980, como indicaba el propio autor, pero los repetidos rechazos que recibió lo que acabó por convertirse en un libro de culto hicieron que no vieran la luz hasta más de diez años después. Y justamente esa expresión, «autor de culto», ha sido utilizada por parte del jurado del Premio Formentor de las Letras 2023 para otorgarle un galardón que supone recibir 50.000 euros y cuya ceremonia de entrega se realizará en Canfranc, en el Pirineo oscense.
Miguel Morey aportaba una extensa nota introductoria explicando cómo había encarado la traducción de una prosa que resulta difícil y exige una «extrema atención», un «tiempo lento», paciencia. Con todo, tal vez sobrarían las advertencias que puedan asustar a los nuevos lectores o conocedores del autor francés y se encuentren, ciertamente, con un estilo filosófico, poético, evocativo: «El amor, la amistad, las obras que se componen: de pronto, un fragmento de acero imanta mil fragmentos de todo lo que nos rodea y que está disperso», se leía. Quignard podría ser ese fragmento que atrae mil asuntos que le asaltan y con los que confecciona los Pequeños tratados, que consisten precisamente en textos aislados, por lo general breves, «espasmos», como los llamó, sin orden ni concierto, caóticos como los estímulos infinitos de la vida diaria.
Narrar la música
El autor de libros tan sugerentes y eruditos como El sexo y el espanto (1994), en el que se adentraba en la época de Augusto y las figuras de los frescos conservados de Pompeya para hablar de nuestra sexualidad, diseminaba en aquellos tratados meditaciones sobre el acto de escribir y el lenguaje, ideas herméticas que cobraban la forma de aforismo, pensamientos acerca de la literatura y la imagen… Frente a un libro de tales características, resulta difícil reseñar los diferentes asuntos que conciernen a un Quignard que, en ese y otros muchos de sus libros, busca poner en palabras sus sensaciones y recuerdos, sobre todo de lo que implica para él leer y algunos momentos de la historia antigua.
Los escritos mencionados que ponemos de ejemplo de cómo es la literatura del que fuera premio Goncourt 2002, por Las sombras errantes, podrá fascinar al lector dedicado tanto como desconcertar y abrumar al que no entre en el juego de su compleja fragmentariedad. Y es que en multitud de ocasiones la prosa de Quignard busca la estructura fragmentaria y es complicado encontrarle una etiqueta al género en prosa que practica: ficción y reflexión, filosofía y biografía, lecturas… Su formación y andadura es realmente poliédrica: fue violonchelista –pero también tocó el órgano más otros instrumentos de cuerda– y fundador del Festival de Ópera y Teatro Barroco de Versalles; estudió filosofía en la universidad y se especializó en Henri Bergson; fue lector y luego secretario general de la editorial Gallimard.
Según el acta del jurado de la Fundación Formentor, es merecedor del premio «por la maestría con que ha rescatado la genealogía del pensamiento literario, por la destreza con que se sustrae a la banalidad textual y por haber resuelto las dimensiones más inesperadas de la escritura». Tal cosa podrá comprobarse este mismo año con la publicación de su última obra, El amor, el mar (Galaxia Gutenberg), traducido por Ignacio Vidal-Folch, de ambientación histórica: la Francia del siglo XVII de carácter musical, pues en ella el compositor alemán Johann Jakob Froberger se transforma en un personaje literario con una historia amorosa como trasfondo.
Toni Montesinos
© Loïc Séron