Las propuestas de Juan Ramón Biedma cumplen, desde mi punto de vista, dos premisas diferenciadoras con el resto de la literatura actual.
En primer lugar, asume que, aun teniendo rasgos comunes (temáticos o formales en su obra) cada pieza es única. Por tanto, huye, ya sea voluntaria o involuntariamente, de lo que yo denomino «autores one track». Todos tenemos en mente a buenos escritores en cuyas novelas, a pesar de estar bien escritas (o no) abundan una detrás de otra en mimbres comarcanos. Es decir, no es sólo que siempre hagan la misma novela, es que utilizan estrategias, estructuras y aproximaciones similares, pero cambiando ubicaciones, tiempos o motivaciones. Esto puede deberse tanto a un deseo de obtener el favor del público, pues se ha demostrado que la fórmula funciona, como a las obsesiones o limitaciones propias de cada autor. Por poner un ejemplo, Biedma cambia de universos, pero permanecen conectados entre ellos con agujeros de gusano, lo cual no deja de ser arriesgado.
En segundo lugar, Biedma escribe, no me cabe duda, desde el hecho literario mismo. Y lo pone al servicio de su proyecto narrativo, logrando así una sensación holística y emocionante. Si el autor quiere que sintamos la maldad, el desamparo o la violencia, conjugará prosa, trama y sugerencia para lograrlo. Es, por decirlo con una de las teorías del genio del cine José de Val del Omar, un trasunto de la táctil visión. Este concepto alude a que el cineasta granadino quería hacernos vivir una experiencia total a través el cine. Bueno, pues eso mismo logra Biedma, por medio de las letras y de una alquimia indescifrable.
Y así llegamos hasta Crisanta, una novela espectral en la Sevilla de los inicios de la Guerra civil española. Combinar categorías teóricamente irreconciliables es otra de las capacidades del autor, pues espiritismo y cainismo bélico sólo pueden empastar adecuadamente en algunos vórtices ásperos. Biedma ha hecho uso del viejo concepto cinematográfico del McGuffin, que es la recuperación, en pleno expolio religioso propio del momento, de un tríptico de Van Eyck. A partir de ahí conoceremos a una serie de personajes, pues la novela tiene mucho de coral, que se mueven por los bajos fondos de una ciudad con la bilis, el anhelo de ser amados, la rabia o la autodestrucción por bandera. Chacón Carter, Serrador, Díaz Mayordomo, Rublos o la misma Crisanta, una suerte de tratante de arte sottovoce, son todo pasado. Viven a expensas de lo acaecido, entre los peajes del camino y las incertidumbres nuevas y constantes. Las crueldades y generosidades se alternan entre ellos. Su carácter contradictorio los hace profundamente humanos.
Igualmente, hay una considerable maestría entrelazando distintas tramas, todas ellas poderosas, pero administradas con mesura. Recuperar el tríptico de marras, salvar al ex gobernador de Sevilla, resolver unos brutales crímenes de aires sobrenaturales, descubrir a los enemigos en las filas propias, salvar la piel. Todas ellas se van mezclando sin que el resultado sea nada más ni menos que un retrato psicológico, certero y demoledor de unos personajes carismáticos sometidos a un tiempo salvaje.
Y, si a todo ello le sumamos una concepción de la violencia hiriente y contenida, un tono macabro, pero no agobiante, un juego de planos de realidad y un sinfín de ingredientes más, el resultado es una novela de amor, desamparo y fantasmas en la Guerra Civil, un hibrido de noir, terror, drama e histórico en sus mejores versiones. Respecto a esta última cuestión, Biedma pone la Historia a su servicio, con tanto rigor como sugerencia, para construir este relato. Frente a ello, sólo queda rendirse ante el resultado final.
Juan Laborda Barceló
CRISANTA
Juan Ramón Biedma
Alianza, 440 pp., 20,95 €