A Antonio Moresco (Mantua, 1947) le van los desafíos literarios fuertes y, sobre todo, no se arredra ante el rechazo. Es un escritor de raza, cuya obra, durante mucho tiempo, fue rechazada por diversas editoriales, hasta que en 1993 logró publicar su primera novela, Clandestinità. Aquel fue el inicio de una trayectoria en la que ha escrito una veintena de obras narrativas, teatrales y de no ficción, aparte de haber sido traducido a numerosos idiomas, entre ellos al español: sus novelas La cebolla (1995, Melusina 2007), La lucecita (2013, Anagrama 2016), con la que quedó finalista del International Dublin Literary Award en 2018, y el volumen de ensayos El volcán (1995, Melusina 2007).
Ahora, Impedimenta apuesta por el autor y nos trae la monumental trilogía Giochi dell’eternità, de tintes autobiográficos, compuesta por Gli esordi (1998), Canti del caos (2001) y Gli increati (2015). Los comienzos es la primera entrega de dicha trilogía, que se fue creando a lo largo de treinta y cinco años; cada uno de los volúmenes está formado por tres extensos volúmenes (los otros serán Cantos del caos y Los increados), divididos a su vez en tres partes. En la primera parte de Los comienzos, cuenta el propio autor, “el protagonista y voz narradora es un seminarista silencioso; en la segunda, un agitador revolucionario; en la tercera, un escritor subterráneo. La primera parte está inmersa en la dimensión religiosa; la segunda, en la histórica; la tercera, en la artística: sacerdote, soldado, artista”.
Esta explicación aparece al iniciarse el libro, con el aviso de que desde el principio encontramos a las dos figuras que «atravesarán las tres partes de toda la obra (el Gato y el Loco)». Moresco describe su propia obra con términos enigmáticos en lo que sin duda es una obra que pretende alcanzar mil y un temas, como los que aparecerán en el segundo volumen: «economía, pornografía, publicidad, moda y reproducción técnica de la vida biológica y de nuestro imaginario mítico y religioso como especie». Además, en la presente edición podemos leer unas páginas que el autor escribió después de que se publicara por primera vez, donde explica cómo nació y en qué condiciones vio la luz la novela.
Tres vidas para un personaje
Desde Impedimenta hablan de Los comienzos como de un big bang narrativo para Moresco, un clásico moderno e inclasificable dada «su ambición conceptual y su incomparable dominio de la lengua». El protagonista sin nombre de la novela, un revolucionario y escritor, «vive con los ojos eternamente entrecerrados; sabe ver lo que no está pero sí existe. En una vertiginosa sucesión de lugares y acontecimientos vislumbrados, en una metamorfosis que nunca acaba, vive al mismo tiempo una y tres vidas». Estamos, pues, ante una obra ambiciosa en lo argumental, en lo estructural, y en otros muchos aspectos: «Personajes, lugares y motivos aparecen, desaparecen y reaparecen cuando uno cree que ya los ha olvidado (…) La poesía, la comedia y la tragedia se entremezclan en una vorágine incontenible que asimila el absurdo de la existencia para reivindicar su hermosura».
Moresco empezó a escribir Los comienzos en enero de 1984 y siguió trabajando en el libro hasta poco antes de su publicación, en la primavera de 1998. Según él mismo, quince años: cuatro de escritura y once para revisarlo y mecanografiarlo, porque por aquel entonces aún no tenía ordenador y lo pasaba todo a máquina una y otra vez. Todo un esfuerzo hercúleo este, a tenor de lo que explica, a lo que se le añadió, como apuntábamos, que un texto como este de ochocientos treinta folios mecanografiados no iba a tener fácil que viera la luz.
«Pero antes de empezarlo me pasé años imaginándolo, soñándolo, e iba con los bolsillos llenos de hojitas, de billetes usados y de pequeñas agendas en las que garabateaba imágenes y apuntes mientras deambulaba por las calles, de día y de noche, mientras iba en metro o estaba en el supermercado, o cuando me despertaba bruscamente del duermevela», apunta Moresco en otra nota inicial. De esta manera tan caótica, el libro fue cobrando forma a través de estructura internas, ayudándose de los dibujos que hacía el autor aquí y allá.
Escribir y reescribir
Moresco no desfalleció al ir recibiendo rechazos, aun siendo consciente de que presentar una novela tan extensa se le antojaba absurdo a él mismo. «¿Por qué me habré metido en algo así?», se preguntó, muy razonablemente. Pero la pulsión literaria es demasiado intensa en un escritor que quiere responder a su instinto artístico, y emprendió la escritura con treinta y seis años, sin saber que se publicaría hasta haber cumplido cincuenta y uno. «No quiero hablar aquí de lo que ocurría mientras tanto en mi interior, porque no creo que el dolor personal sea un valor añadido que contribuya a determinar la fuerza de una obra, aunque a veces no pueda desvincularse de ella y de la lucha por terminarla, como si formase parte de ella», afirma además.
Con todo, Moresco tuvo claro que tenía que escribir «a costa de perder muchas cosas. Porque sentía la necesidad de sumergirme y hurgar a fondo en ese territorio, de no saber qué estaba haciendo, de perderme, de conquistar una desmesura tan constante que acabara creando su propia regla, de seguir avanzando hasta no reconocer ya las calles por las que transitaba, sin brújulas ni mapas; de olvidar de dónde había salido, adónde me dirigía. Luego llegó la larga tarea de descifrar, de escribir a máquina enormes pilas de folios». Visto así, parece la crónica de una obsesión enfermiza: la de urdir una obra que crece mediante varias versiones, lo que lleva al autor a comprar una fotocopiadora vieja y barata de segunda mano para copiar las sucesivas versiones que enviaba a los editores.
Entonces, Moresco releía esas versiones, corrigiendo a mano en papel; las volvía a mecanografiar y a fotocopiar, las releía otra vez, sigue contando, y así, volcado en esa rutina tortuosa, los años pasaban y él fue encaneciendo, pero también trabajando hasta la extenuación en este libro que, sin lugar a dudas, sorprenderá a todo lector que se anime a abrir sus páginas, tal vez condicionado por las alabanzas de la crítica internacional y por cómo la prensa española lo ha acogido, con todo tipo de parabienes.
Antonio Moresco
Impedimenta, traducción de Miguel Ros González, 656 pp., 32,95 €