La escocesa Ali Smith goza de un prestigio ascendente. Acaba de publicar una novela sobre una herrera artífice de piezas antiguas que fue perseguida, lo que nos lleva a revisar su obra anterior y destacar algunas de sus características narrativas.
En el año 2000, desaparecía a los noventa y cuatro años Anthony Powell, que marcó el fin de una manera de entender la vida y la literatura en el Reino Unido. Educado en Eton y Oxford, perteneció a una generación excepcional, la nacida entre 1903 y 1906 –Evelyn Waugh, Graham Greene, Cyril Connolly o George Orwell–, manteniendo durante toda su vida una increíble persistencia narrativa con la que recreó la realidad social de su tiempo de un modo torrencial, a lo largo de una obra de dimensiones espectaculares, respondiendo al estilo elegante, sutil e irónico de la tradición dramaturga y novelesca británica.
Compuesta por cuatro trilogías, Una danza para la música del tiempo (título tomado de un cuadro de Nicolas Poussin) asume la voz del escritor Nicholas Jenkins, quien nos transporta por las cuatro estaciones de su vida y del entorno en el que se mueve a lo largo de más de medio siglo. Así, los cientos de personajes que se dan cita nutren un río lleno de afluentes que glosan todos los aspectos laborales, ociosos y trascendentales de la condición humana, como si Powell hubiera colocado un espejo en el camino, en el hogar y en el pasado de una multitud de hombres y mujeres para formar con ello una crónica de la moral y las costumbres de la clase media inglesa.
La crítica comparó a Powell con Marcel Proust, pero Waugh dijo que, de entre los dos, Powell le parecía más divertido. Este presentaba de forma directa la evolución dialogada de sus numerosos protagonistas y escenarios en una estructura circular donde el sentido evolutivo de las diferentes relaciones que se entremezclan justifican el mosaico coral. Es decir, la intimidad del pensamiento psicológico se sustituye por una habilidosa exhibición para el cotilleo y los conocimientos exhaustivos de familias o individuos ajenos.
Larga es la relación entre el ánimo y el clima en lo literario, en especial en la poesía. Incluso hay especialistas que, científicamente, vinculan cada estación con propósitos que los seres humanos podemos plantearnos. Así las cosas, el otoño sería depurativo, como si soltáramos las hojas del árbol y pudiéramos desembarazarnos de ciertas cosas, lo que también puede entrañar un trasfondo melancólico. El subsiguiente invierno tendría un carácter aún más introspectivo, pues al tiempo que nos resguardamos del frío y la oscuridad nos miramos hacia nosotros, añadiéndose a que se relaciona con la recta final de al vida y a un ritmo sosegado de ver la realidad. El contraste fuerte vendría con la primavera, que significa el renacer, cuando la naturaleza florece y nos invita a transitar la vía pública, a amar, a enamorarnos. Y para acabar: el verano, la señal de la luz y la calidez, de la sensualidad y la pasión.
Lo personal y lo universal
Pues bien, aquellas doce novelas de Powell escritas entre 1951 y 1971 y que estaban compuestas por cuatro trilogías (todas en la editorial Anagrama: Primavera, Verano, Otoño e Invierno), fueron potenciadas por la televisión británica en una versión de 1997. Era un mosaico de innumerables personajes, que aparecían y se esfumaban, por ejemplo, en la serie de tres novelas «estivales», que iba de 1934 al final de la Segunda Guerra Mundial, y en que se contaba la introducción de Nick en una familia llamada Tolland, que le abría las puertas para sentir el amor, conocer la guerra, disfrutar de la amistad y, especialmente, penetrar en otras muchas vidas. Y este concepto estacional-narrativo, podría llamarse así, parece que tiene continuidad en la obra de dos autores contemporáneos: Ali Smith y Karl Ove Knausgård.
De este último Anagrama publicó hace poco tiempo, de una tirada, cuatro libros: En verano, En otoño, En invierno, En primavera. En todos ellos, el autor noruego hace, à la Vivaldi, como su colega de generación y como el viejo Powell, todo un recorrido biográfico por las edades emocionales del ser humano, por el paso del tiempo, que al fin y al cabo es el gran tema literario y nuestra esencia humana. De la primera, precisamente, se publicó en el 2022 un estuche que, con el título de Cuarteto estacional (Nórdica), reunió los cuatro libros que en su momento la autora escocesa publicó con el nombre de cada estación.
«Estas novelas, a caballo entre la inmediatez y la permanencia, lo personal y el alcance de un mundo que se inclina hacia el desastre, son las que leeremos en los próximos años como la literatura definitoria, aunque desconcertante, de una era indefinible y desconcertante», llegó a decir la crítica literaria Rebecca Makkai, desde las páginas de The New York Times Book Review, y realmente han obtenido un éxito rotundo en el ámbito internacional.
Mirada contemporánea
El primero fue Otoño (2017), que fue publicitada como una novela esencial para entender el Brexit y fue finalista del prestigioso Man Booker Prize. En el texto, presentaba una Inglaterra dividida tras un verano histórico, justo después del controvertido referéndum, con todo un corolario de decadencia moral y política. Le siguió Invierno, cuyo comienzo rezaba así: «Dios había muerto: para empezar. Y el romanticismo había muerto. La gallardía había muerto. La poesía, la novela, la pintura, todas habían muerto, y el arte había muerto. El teatro y el cine habían muerto. La literatura había muerto. […] Muchísimas cosas habían muerto. Sin embargo, otras no habían muerto, de momento. La vida todavía no había muerto. La revolución no había muerto. La igualdad racial no había muerto. El odio no había muerto».
Todo ocurría en la víspera de Navidad, en pleno calentamiento global, y la trama abordaba la vida ordinaria de diversos personajes. Una mirada contemporánea frente a problemáticas acuciantes que continuó con Primavera, con el punto de vista puesto en las migraciones y las injusticias sociales a lo largo del tiempo. Así, la autora apuntaba: «Ahora no queremos Información. Lo que queremos es desconcierto. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es repetición. […] Queremos que aquellos a quienes llamamos extranjeros se sientan extranjeros necesitamos que les quede claro que no pueden tener derechos a menos que nosotros lo digamos». Y todo concluyó en Verano, novela ganadora del Premio Orwell 2021 de Ficción Política, en que su protagonista percibía cómo es de complicada la gente y cómo el planeta está colapsando.
Además de este cuarteto climático, Nórdica ha publicado de Smith La historia universal, que reúne doce historias que recorren, en este caso, un año completo, y en las que tienen un protagonismo especial los libros y los libreros, sus emociones, anhelos y frustraciones. Además, «las estaciones son una imagen recurrente en los cuentos», se advertía desde la editorial madrileña, de tal modo que este enfoque temporal y atmosférico es continuo en la autora.
Una pregunta misteriosa
Asimismo, en Chica conoce chico, Smith realizaba una interpretación de las Metamorfosis de Ovidio, el escritor que tanto y tan bien habló del amor y sus remedios. «Y ahora os hablaré de cuando yo era una chica, dice nuestro abuelo», empezaba diciendo esta novela que cuenta la vida de dos hermanas, Imogen y Anthea, que viven en una casa que les dejaron sus abuelos, a la vez que trabajan en una compañía de agua embotellada.
Se trataba de un argumento narrativo que nos llevaba al mundo empresarial, a veces tan falto de principios y valores, pero también al poder del descubrimiento del sentimiento amoroso, además de ser un texto que, por enésima vez en Smith, implicaba urdir juegos de palabras y demás ejercicios estilísticos, como el que sigue: «… y nada perdura y nada se pierde y nada perece, y las cosas siempre pueden cambiar porque las cosas siempre cambiarán y siempre serán distintas, porque las cosas siempre pueden ser distintas».
Ahora, Smith nos ofrece Fragua, «una deslumbrante obra, donde se desborda su personal y poético estilo, que reflexiona en varias épocas de la historia sobre los altos costes de la libertad», según escribió en la prensa, el 12 de septiembre, el crítico Gonzalo Torné, quien no dudaba de calificar Cuarteto Estacional de «arrollador» y de ser «la mejor novela de la última década». Son palabras mayores, ciertamente, que dan testimonio de la dimensión que ha ido adquiriendo la narradora escocesa, que nuevamente aborda el tiempo reciente de Gran Bretaña, en medio de la pandemia, post-Brexit. Así, la artista Sandy Gray recibe una llamada telefónica inesperada de una conocida de la universidad, Martina Pelf, para pedirle ayuda.
Esta mujer acude a Sandy recordando que era muy hábil con todo lo que tenía que ver con el lenguaje, y tras una extraña experiencia al ser retenida en un control de aduanas durante siete horas y media, cuando estaba de vuelta a Inglaterra, por llevar consigo una cerradura medieval para exponer en un museo. Entonces, una voz irrumpe en el espacio y le pregunta: «¿zarapito o cubrefuego? Tú eliges».