Diego Trelles Paz (Lima, 1977) es licenciado en Cine y Periodismo por la Universidad de Lima y doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Texas. Ha sido profesor en la Binghamton University (Nueva York), la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad de Lima.
Ha publicado libros de cuentos, una antología de escritores latinoamericanos, el ensayo Detectives perdidos en la ciudad oscura (Premio Copé 2016) y las novelas El círculo de los escritores asesinos (2005), Bioy (Premio de Novela Francisco Casavella 2012 y finalista del Premio Rómulo Gallegos 2013) y La procesión infinita (2017). Sus libros se han traducido al francés, inglés, italiano y húngaro.
Ahora presenta La lealtad de los caníbales, una ambiciosa y deslumbrante novela coral sobre el Perú contemporáneo.
1. ¿Cuándo empezó a escribir?
Muy joven. Tenía catorce años. Escribí un relato, gané un premio en el colegio, leyeron mi relato en clase y ya estaba. Mi resolución solo podía explicarla el goce que me producía pasar horas frente al ordenador leyendo y releyendo lo escrito. Esa obsesión un poco antipática de escribir y corregir casi al mismo tiempo, la mantengo hasta hoy. La escritura es música: me perturba cuando hay una nota que disuena. No es saludable escribir así pero no sé hacerlo de otra forma.
¿Cuándo y cómo escribe?
Uno siempre está escribiendo. Tampoco se necesita todo el tiempo un lápiz o un ordenador. El proceso de escribir ficción empieza por el registro: como una cámara de cine que graba y guarda, los estímulos de la realidad y de la memoria se fijan y luego reaparecen. Toda historia necesita fermentación. En adelante, cuando llega el momento, puedo escribir casi en cualquier lado: en casa, en un café, en el metro, donde sea.
2. ¿A mano o a máquina? (la escritura, no el lavado).
Las ideas, los detalles, algunas frases que llegan de golpe, siempre a mano: siempre van a mis cuadernos o al papelito que tengo cerca. Todo el resto lo escribo en un ordenador portable. Encontrar un café en el que pueda hacerlo a gusto es casi un deporte de aventuras en París.
3. ¿Tiene alguna manía o hábito ante el momento de la escritura?
La única manía que tengo es la corrección obsesiva. Envidio con sinceridad ese proceso en el que el manuscrito tiene el trato de buen vino: se termina y se guarda en el cajón para editarlo después. Jamás podré hacerlo así. Puedo pasar horas en un mismo párrafo porque no he logrado el tono y la forma que anhelo. Es horrible y gratificante, al mismo tiempo. Otros detalles: nunca escribo ebrio, a veces pongo música, no tengo hora.
4. ¿A quién pediría consejo literario?
Todos los consejos que necesité se los pedí a las personas que me ayudaron a entender que igual sería escritor: Enrique Fierro, Oswaldo Reynoso, Jorge Salazar, Miguel Gutiérrez, Ida Vitale. Tenía un miedo muy sincero. Me interesaban escritores y poetas cuya vida terminó con distintos niveles de tragedia.
5. Si pudiera reencarnase en algún escritor/es, ¿a quién elegiría?
No lo sé. Es una pregunta difícil porque no creo en la reencarnación. Me lo planteo ahora y pienso en muchos nombres (por ejemplo, en César Vallejo, que se murió muy joven y muy pobre pero intuyendo que había creado solito una vanguardia poética). Sé que responder sería mentir para no desentonar. Me gusta mentir con convicción. La literatura, para mí, es eso.
6. ¿Qué recomendaría a los autores noveles?
Leer. No solo narrativa. Recomiendo leer poesía. Esa música es necesaria. Ahora hay una fuerte tendencia a creer que se puede asistir a un taller y, dos meses después, uno ya está listo para publicar. Esa urgencia es artificial. Publicar no te hace escritor. La escritura requiere dedicación, curiosidad, vivencia, ensayo y error. Por otro lado, las nuevas generaciones encuentran su sensibilidad en distintos géneros populares. Estupendo. Descrean de aquellos que les dicen que eso no sirve para escribir. Como diría Unamuno: mienten como bellacos.