Se reedita una biografía de la fotógrafa Dora Maar, famosa por su relación con Picasso, que pasó sus últimos 50 años recluida en su casa con un tesoro de recuerdos suyos y del pintor.
En otoño del 2013, pudimos asomarnos por dos veces a la vida fascinante, oculta, de Dora Maar, una artista que despuntó en la fotografía, que se codeó con lo más granado de la intelectualidad francesa y cuyas obras tienen hoy un valor cada vez mayor. Se trató de dos trabajos distintos y complementarios: el de una profesora barcelonesa de Historia del Arte y organizadora de exposiciones: Victoria Combalía, con Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe), y el de una narradora argentina, Alicia Dujovne Ortiz, con Dora Maar. Prisionera de la mirada, que ahora se reedita por parte de la editorial Vaso Roto. La primera proponía una visión apartada del tópico de considerar a Maar la mera compañera sentimental de un Pablo Picassoque la abandonaría tras diez años de relación tempestuosa; la segunda pone el foco en «el ojo» cual «bola de cristal», «pineal» y «surreal», concepto sagrado para los vanguardistas de la época.
Maar fue ciertamente prisionera de una mirada que Dujovne define con las expresiones «ojos de estrella», «ojos que lloran», «ojos desnudos», «ojos en blanco». Con esta forma de titular los capítulos nos adentra en la vida de la artista tanto desde el plano biográfico —hija de un arquitecto croata que se casó con una francesa y con la que emigró a la Argentina, donde Dora creció, hasta que se fue asentando en París paulatinamente en los años veinte— como creativo: sus estudios en la École de Photographie de la Ville de Paris, el montaje de un estudio fotográfico hacia 1930, sus instantáneas de la vida callejera más corriente. Todo en una década, como apuntaba Combalía, «en la que numerosas mujeres alcanzaron un nivel de creatividad muy alto gracias a su talento y a un clima intelectual riquísimo, como lo era el parisino de entonces, marcado por la radicalidad tanto artística como política».
Dujovne rastrea los pocos datos que hay de la etapa de Maar en esta ciudad, y para su trabajo se asienta en muchas entrevistas del entorno de la pintora en París (adonde ella misma se estableció en 1978), mientras que Combalía partió de un camino más directo. Así, tras descubrir por azar que Dora Maar aún vivía —la suponía ya muerta o encerrada en un psiquiátrico—, la telefoneó en 1993 para proponerle la realización de lo que sería la primera retrospectiva mundial de su obra pictórica y fotográfica, en Valencia, al año siguiente. Fue un gran triunfo teniendo en cuenta que Dora Maar llevaba apartada del mundanal ruido varias décadas, sin querer contestar al teléfono ni recibir a nadie, de ahí su reputación «de ser una persona incomunicada, aislada, solitaria y antisocial».
Fotos cubiertas de polvo
Por fortuna, Maar almacenó material fotográfico que salió a la luz a su muerte; según Dujovne, «viviría sus últimos años rodeada de un tesoro»: por ejemplo, las fotografías que realizó en su visita a Barcelona y la Costa Brava en 1932 y muchas otras de los siguientes cuatro años en París. De tal modo que «después de su muerte, su viejo departamento del número 6 de la calle Savoie fue invadido por hombres de leyes o de negocios alterados con un hilo de baba en la comisura y ojos como faroles. Se disponían a buscar los tesoros de Picasso, guardados durante cuarenta años por la anciana reclusa». Y en efecto, alguien «se agachó a mirar bajo la cama y lo que halló fue una montaña de fotos que llevaban la firma de Dora Maar, cubiertas de polvo».
Por su parte, Combalía comprobó que el desconocimiento sobre ella en aquellos años era absoluto. El mundo del arte la había olvidado al tiempo que ella aún seguía teniendo muy presente aquella época dorada para la fotografía, con Brassaï, Cartier-Bresson y Man Ray. Maar apenas había difundido sus obras, vendiendo algunas fotografías de vez en cuando, pero negándose a ver gente. Cincuenta años atrás había decidido que tenía que alejarse de todos aquellos que se interesaban por ella porque querían contactar con Picasso, o porque el trauma del abandono por parte del malagueño fue demasiado para su hipersensibilidad.
Un día, como relata Dujovne, su propio padre refirió a una persona, «rojo de cólera: “¡Con su talento de fotógrafa, irse a meter con ese tal Picasso!”». Y es que la familia vería con malos ojos esa relación, que venía tras otra con el escritor Georges Bataille, obsesionado con la escatología y el psicoanálisis.
«Picasso dejó a Dora sin decírselo de frente», apunta Dujovne. Simplemente dejó de llamarla, de contar con ella, prefiriendo a otra mujer. Según el pintor, Dora, aquella que le fotografió pintando el Guernicay en cuyo rostro se inspiró para su cuadro Mujer que llora, siempre había estado loca. De hecho, Maar se puso en manos de un joven Jacques Lacan; Combalía detallaba sus «episodios psicóticos» y cómo fue ingresada en una clínica, cómo el poeta Paul Éluard acusó a Picasso de haberla trastornado y este se defendió diciendo que habían sido ellos, los surrealistas, los culpables de tal cosa.
La mujer que llora
En cualquier caso, Maar quiso desaparecer socialmente, entregarse a la fe católica y seguir siendo la misma chica impulsiva y misteriosa —«Era terca, fanática, tenía un genio indomable», al decir de Dujovne—, pero, hasta el resto de su vida, en completa soledad, rodeada de fotos y pinturas de un tiempo glorioso que, un buen día, empezó a revivir mediante biografías, novelas y exposiciones.
Así las cosas, desde la exposición Dora Maar, fotógrafa, en 1995, celebrada en un centro cultural de Valencia, hasta la que preparó la Galerie Pascal Lainé, en Ménerbes, en 2012, se han ido sucediendo las muestras y homenajes en torno a una obra única, llena de fotos de factura tan sensual como de contenido inquietante. Además, el interés que ha ido cobrando su figura también se refleja en el cine, mediante el telefilme de Jean-Daniel Verhaeghe La femme qui pleure au chapeau rouge (2011). Y con un título similar, a la vez inspirado en una serie de cuadros para los que Picasso usó a su amante como modelo, Zoé Valdés publicó La mujer que llora, sobre la relación entre estos dos colosos del arte del siglo XX y en que, como suele suceder, se recordaba a la parte femenina como mero consorte del genio masculino, simple musa al servicio del arte ajeno.
No obstante, la historiografía artística e incluso la narrativa va dando peso a estas mujeres, como en el caso de la novelista cubana, y con otro caso más reciente: En busca de Dora Maar. Una artista, una libreta de direcciones, una vida (Taurus, 2022), de Brigitte Benkemoun. Ahí, el lector veía la raíz de este libro en una anécdota particular: cómo, en busca de un reemplazo para la agenda Hermès que ha perdido su marido, Benkemoun compra una antigua en el sitio web eBay. Tiene suerte, pues es casi idéntica a la original, con «el mismo cuero liso, pero más rojo, más suave, y con una pátina brillante», pero que esconde en su interior una libreta de direcciones que data de 1951.
Entonces, al ponerse a hojearla, la escritora descubre, por completo llena de asombro, que los nombres que aparecen en sus veinte páginas (por ejemplo, en la B surgen Breton, Braque y Balthus; o en la C, Cocteau; o en la E, Éluard…) son «los más grandes artistas de posguerra ordenados alfabéticamente». Estos, justamente, eran el hilo conductor de este libro que implicaba una búsqueda obsesiva que llevaba a la autora a averiguar que la agenda perteneció a Dora Maar. Y a partir de ahí empezaba a ir descubriendo a una persona provocativa, apasionada y enigmático, logrando un nuevo retrato de la artista y su mundo a través de fotografías o escenas de fiestas, más fragmentos tanto de su poesía como de la poesía escrita sobre ella.
Toni Montesinos
DORA MAAR. PRISIONERA DE LA MIRADA
Alicia Dujovne Ortiz
Vaso Roto, 360 pp., 1 €