Los salones literarios fueron una de las formas de socialización más importantes entre las clases altas del siglo XVIII. Al frente de los mismos se encontraban una serie de mujeres a las que no se podría clasificar de feministas en el sentido actual de la palabra, pero que supieron aprovechar las bazas que les otorgaban los usos sociales para abrir las puertas de sus mansiones a pensadores, científicos o artistas e influir así decisivamente en el devenir de su tiempo.
Coetáneas de la Ilustración, el movimiento social y cultural que abrió camino a las grandes revoluciones burguesas del siglo XIX, las ilustradas reivindicaron su condición de seres pensantes, reclamando su derecho a formarse intelectualmente en igualdad de condiciones que los varones y, sin duda, sembraron la simiente que eclosionaría en el feminismo del siglo XIX.
Mª Pilar Queralt del Hierro, historiadora y escritora, atesora una larga bibliografía como autora de libros de ensayo divulgativo, biografías y novela histórica. He ejercido de profesora de Historia de España en la Facultad de Ciencias de la Información y y es buena conocedora del mundo editorial. Imparte conferencias y colabora habitualmente en diversos medios de comunicación. Ahora presenta Ilustradas. Damas y salones literarios del siglo XVIII (Berenice), un ameno compendio de las protagonistas de dichos salones europeos y latinoamericanos.
Texto: MB.
© foto de la autora: José Ramon Llobet.
¿Cómo surgió la idea de estudiar a estas mujeres ilustradas y sus salones literarios del siglo XVIII?
Llevaba un tiempo, años diría, madurando la idea. Me seducía imaginar cómo debían ser aquellas reuniones en las que lo más granado del pensamiento, la literatura o el arte se reunían para discernir como lograr crear una nueva sociedad que acabara con los privilegios y la forma de vida del Antiguo Régimen. Pero, sobre todo, me gustaba la idea de que fuera una mujer la aglutinadora de aquellas mentes privilegiadas al abrirles las puertas de su casa.
Considera que no eran feministas en el sentido actual del término, pero que sí fueron avanzadas a su tiempo. De todas maneras, como coetáneas de la Ilustración y miembros de la aristocracia o de la alta burguesía, ¿no quedaron también enmarcadas en el marco clasista de estas élites sociales y económicas?
Evidentemente estaban condicionadas por los usos de su tiempo y condición social pero fueron muy listas. Supieron aprovechar sus limitaciones para, escondiéndose tras ellas, acceder al mundo de la cultura, un ámbito prácticamente ajeno a ellas. Eran conscientes de que abrir sus salones a la discusión intelectual era un primer paso para formarse y, al mismo tiempo, reclamar sutilmente su derecho a la educación en igualdad de condiciones que los varones. Piense que la formación cultural de la mujer era muy escasa en las élites y prácticamente nula en las clases populares. Me parece muy reveladora de cuál era la situación de la mujer la frase de la escritora Anna Laetitia Barbauld (1743–1825) que se quejó de tal panorama diciendo que «a menudo una mujer de cuarenta era más ignorante que un muchacho de catorce». De ahí que, tras la cultura de salon se escondiera tras una forma de socialización, la justa reivindicación de unos derechos privativos hasta entonces del género masculino.
¿Cómo convivían esas mujeres ―en cierto modo progresistas― que reivindicaban su papel y su voz en la sociedad, con sociedades donde la religión jugaba un papel fundamental y los monarcas eran autoritarios?
Tomando las riendas de su vida, buscando su propio camino generalmente sin provocar el enfrentamiento aunque, en algunos casos, hubieron de romper con sus propias familias. Es muy significativo el caso de los salones berlineses presididos por mujeres educadas en la ortodoxia judía quienes, a cambio de poder relacionarse con pensadores o artistas fueron repudiadas de su comunidad. Sin embargo, la iglesia católica fue más tolerante, evidentemente siempre que no se contraviniera el dogma, e incluso hubo religiosos que frecuentaron salones literarios. Los poderes públicos sí que fueron más intransigentes, si bien actuaron con maestría: cuando el cardenal Richelieu sospechó que las reuniones de las «preciosas ridículas» que retrató Molière empeñadas en preservar la pureza del idioma tenían cariz político, decidió crear la Real Academia de la Lengua Francesa dado que los académicos eran, como institución pública, mucho más controlables que aquellas damas empeñadas en hablar y escribir con la mayor corrección posible.
En los países latinoamericanos los salones constituyeron la avanzadilla de los nacionalismos y procesos de independencia. ¿Ha sido reconocida su influencia en estos procesos?
Sí, sin duda. La mayoría de las anfitrionas recibieron honores como el de ser reconocidas con el título de «Madre de la patria», si bien algunas de ellas. Unas fueron celebradas en vida y otras ha sido la historia quienes las ha reconocido
En el caso de las españolas, ¿cómo valora su contribución al progreso social y cultural en la España del momento?
Calificaría el caso de España como un proyecto frustrado. El temor a la implantación de las ideas revolucionarias, alertaron a los estamentos más conservadores de la sociedad y despertaron una cierta suspicacia hacia los salones. A ello se añadió la posterior invasión napoleónica con la lógica consecuencia del cierre de salones como el de la duquesa de Osuna en los que habían brillado Goya, Moratín o Mesonero Romanos Con la llegada de Fernando VII al trono, los salones prácticamente desaparecieron como ámbitos culturales. No obstante, pervivieron algunas instituciones como la Junta de Damas de Honor y Mérito (aún en activo) y proclamas como la de la ilustrada aragonesa Josefa de Amar y Borbón fueron decisivos a la hora de reclamar el derecho de la mujer a la enseñanza, un largo camino que no culminó hasta 1910 cuando se permitió que la mujer accediera a las aulas universitarias en igualdad de condiciones que los varones.