Los cajones sin abrir de la historia son infinitos y alimentan con fruición los estantes de las novedades de las librerías patrias. Sin embargo, el caso que nos ocupa es apunta en una dirección diferente. La famosa campaña de Portugal de 1580 no es un tema poco conocido de nuestro pasado, ni ha convocado una ausencia en la historiografía. Es más bien un asunto recurrente, casi endémico, entre los historiadores del ramo que se atreven a abordar la Edad moderna y las esencias de la Monarquía hispánica. Por tanto, el reto del autor, ya bregado en novelas históricas de altura, no era baladí. Se trataba de abordar una etapa muy tratada en los manuales y en las biografías de sus protagonistas. El tour de forcé es inmenso. Y Víctor Fernández Correas lo salva con una aproximación personal, detallada y solvente tanto hacia el hecho del pasado, como hacia sus hacedores. Del mismo modo, abunda en aquello de que lo más importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Una prosa torrencial, modernizante sin perder las esquinas de la tradición, canalla y tensa, sirve de alfombra roja para abordar la trama.
Las pretensiones lusas por el norte de África son el origen de esta historia. El quijotismo del rey Sebastián I, y su inopinada desaparición en al otro lado del Mediterráneo (unida al matrimonio de Carlos V con Isabel de Portugal), generan el caldo de cultivo para una contienda tan exitosa para las armas hispánicas como plena de anécdotas. Y muchas de ellas, vestidas de personajes, de recuerdos o de referencias aparecen desde los compases iniciales de esta novela, que arranca cuando la tensión bélica está presta a desatarse.
En esta perspectiva novelesca, pero muy apegada al detalle, destacan algunos filones temáticos, como es la figura de don Fernando Álvarez de Toledo, tercer Duque de Alba. Nos encontramos ante un personaje indispensable en el mil quinientos hispano, tanto por su carga política y su perfil de estadista como por sus dotes para el mando y sus conflictos personales, en especial con Felipe II. Alba es el eje mollar de esta narración. Se parte del momento en el que ha caído en desgracia. No obstante, el noble, haciendo gala de su natural deseo de recuperar la honra y el favor del soberano, despliega una gran energía, una enorme inteligencia y una singularísima capacidad: cuánto más decrépito de salud está, mayor es su capacidad de análisis y dominio sobre las conductas propias de la naturaleza humana. Es decir, domina el arte de la guerra como perro viejo. Una de las constantes del texto, muy bien documentado, por cierto, es cómo Alba juega con su adversario, don Antonio, prior de Crato y pretendiente del trono luso.
Si entramos en lo estrictamente literario, aquí no necesariamente reñido con el rigor histórico ni con la agilidad narrativa, hay elementos muy destacables. Por ejemplo, se relatan un sinfín de subtramas afortunadas y atrevidas. A través de estas páginas viajaremos con un esclavo, Ebou, por el trayecto que le convirtió en lo que es. Además, él habla sin cesar con su hermana difunta. Conoceremos también a un soldado veterano que luchó en Lepanto, Íñigo Sánchez. Se trata de una suerte de ángel de la guarda de un tal Miguel de Cervantes, ahí es nada. Por no citar a Inés Arias, una mujer brava que, como otras tantas, acabará empuñando las armas. En las páginas de marras se alude a la importancia de la historia militar desde un planteamiento social, se reflexiona sobre el papel cada vez más señero que en las batallas tenían los servicios de inteligencia y se desarrollan apartados tan interesantes como la preparación de la campaña o los desórdenes propios de la tropa deseosa de ganar la gloria. En definitiva, el texto destila los elementos propios de toda una época. Y lo hace tratando desde el siervo más humilde hasta las más altas cunas que gobiernan monarquías o dirigen ejércitos. Es este un paseo señero por un tiempo que ya no volverá: el de los antes llamados Austrias mayores.
Juan Laborda Barceló
Hambre de gloria
Víctor Fernández Correas
Edhasa, 704 pp., 24,50 €