Foto de Fitzgerald publicada alrededor de 1921 enThe World’s Work, de autoría desconocida, distribuida por Scribner’s.
La editorial Cátedra publica un libro de ensayos de F. S. Fitzgerald, en edición de Juan Ignacio Guijarro González, que ya editó la obra más conocida del autor para la misma editorial.
Puede resultar extraño que, en los años veinte, un joven tuviera dificultad para llegar a fin de mes ganando más de treinta mil dólares al año; que disfrutara de una vida ampulosa y chic pero que no le cuadraran los números. Ese hombre se llamó Francis Scott Fitzgerald y tuvo la feliz ocurrencia de poner por escrito ese dilema monetario en un texto sensacional en 1924, Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año, y al que le seguiría una secuela, Cómo sobrevivir con casi nada al año, de no tanta calidad pero igualmente sorprendente. Ambos textos los recogió en un precioso minilibro la editorial Gallo Nero, que añadió un artículo de William J. Quirk, La declaración de la renta de F. Scott Fitzgerald, encargado en su momento por un amigo y biógrafo del escritor, Matthew J. Bruccoli, que había conservado los papeles de la vida laboral del narrador, de 1919 a 1940.
«Mi mujer y yo nos casamos en Nueva York en la primavera de 1920, durante la época en que los precios alcanzaron las cotas más altas que jamás haya conocido la humanidad», dice el autor de El gran Gatsby: «Acababa de recibir un cheque importante del cine y me sentía un tanto condescendiente con los millonarios que recorrían la Quinta Avenida en sus limusinas: y es que a mis ingresos les había dado por duplicarse todos los meses». Fitzgerald, así, cuenta cómo pasó de no recibir casi un centavo por sus escritos a ser rico, a gozar de una existencia lujosa, pues lejos de plantearse ahorrar, un desenfadado optimismo le llevó a él y a su mujer Zelda Sayre a hospedarse en el hotel más caro de Manhattan. Allí empiezan los problemas para estos «nuevos ricos», como se llaman a sí mismos, meticulosamente expuestos por el escritor con fina ironía, dado que a los tres meses ya no les queda un dólar.
De la riqueza al derroche fatal
La pareja asistirá, incrédula, a cómo el derroche y la falta de previsión, por un lado, y el deseo de seguir yendo al teatro, comer en restaurantes y viajar, por el otro, es difícilmente compatible. Por ello, verán atónitos que los 36.000 dólares «no habían dado para nada» y acabarán por mudarse a Francia tras recibir la noticia de que allí la vida es más asequible (asunto que se explica en el segundo de los textos). Su traductora, Julia Osuna, dice que «pocos son los autores que han logrado plasmar tan bien la impotencia cómica del nuevo rico en nuestra sociedad cambiante»; algo en lo que estará de acuerdo su colega Yolanda Morató, que se encargó de traducir y prologar para la editorial Zut Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos, una colección de diecisiete artículos que Fitzgerald deseó ver agrupados sin éxito, pues su editor, el influyente Max Perkins, no lo consideró oportuno en aquellos años treinta en que recibió la propuesta.
El libro incluye los dos artículos sobre Cómo sobrevivir… y algunos otros donde, al decir de Morató, siguen «las alusiones al dinero en todas sus dimensiones: desde salpicadas referencias a la fiebre del oro hasta reflexiones sobre la conveniencia de los bonos bancarios y los libros de contabilidad domésticos». El relieve crematístico de la vida queda expuesto ya por los tres primeros artículos, tan divertidos: «Quién es quién y por qué—, donde Fitzgerald cuenta cómo vendió sus primeros relatos; Princeton, en el que da cuenta de cómo los ricos tienen mayores posibilidades sociales y universitarias; y Lo que pienso a los 25, páginas sobre su sentimiento de vulnerabilidad en las que dice: «En beneficio de los inspectores de recaudación de impuestos (…) se me puede herir con mayor facilidad (…) en la cuenta corriente».
Cuatro ensayos inéditos
Mención aparte merecen dos textos bien curiosos: Una breve autobiografía, en realidad una catalogación de años en los que bebió champán, vino y diversos cócteles, y Acompañen al señor y a la señora Fitzgerald a la número…, donde reseña sus estancias en todos los hoteles en donde han estado alojados. Estos artículos (Morató adjunta la cantidad que percibió por cada uno: 50 dólares el más barato, 1.500 el más caro), junto con el que da título al libro, Mi ciudad perdida, sobre sus idas y venidas de Nueva York, y varios otros de gran valor humorístico y vivencial, se completan con Ecos de la era del jazz, donde el escritor expresa su nostalgia por una época que le había dado «más dinero del que jamás hubiera soñado».
Tales textos tienen ahora una nueva vida gracias al gran trabajo de Juan Ignacio Guijarro González –que ya editó de manera sobresaliente El gran Gatsby para Cátedra– y José de María Romero Barea, que presentan Ecos de la Era del Jazz y otros ensayos, que recoge veintidós de los mejores ensayos que Fitzgerald publicó a lo largo de su carrera como colaborador en prensa y en revistas literarias, cuatro de ellos traducidos al español por primera vez: Una entrevista con el Sr. Fitzgerald, Tres ciudades, El alto coste de los macarrones y La muerte de mi padre. La idea es «apreciar el cambio radical que experimentó su obra en tan solo veinte años de trayectoria (1920-1940)», dice Guijarro en la introducción. Este añade que hasta la fecha habían sido diez las ediciones de los ensayos de Fitzgerald, seis en España y cuatro en Hispanoamérica, pero esta del tándem Guijarro González/Romero Barea está llamada a ser la más determinante por su gran trabajo de edición crítica, notas a pie y renovada traducción.
Toni Montesinos
ECOS DE LA ERA DEL JAZZ Y OTROS ENSAYOS
Francis Scott Fitzgerald
Cátedra, traducción de José de María Romero Barea, 472 pp., 21,50 €
