Gema Nieto el 18 de octubre de 2017, Fundación Entredós.
Como si nuestra intención, la de los aquí presentes, fuese la de un círculo de magos y brujas blancas que pretenden conjurar la memoria y el tiempo, querría empezar mencionando un número al que se le atribuyen propiedades de sortilegio, una cifra de reminiscencias míticas y sagradas en las matemáticas, la religión y las artes: el 7.
El 7 es el número mágico por excelencia, parece la cantidad exacta que lo explica todo, que lo envuelve todo en la naturaleza, en la que todo se resume. Los 7 pecados capitales, los 7 días de la semana, las 7 maravillas del mundo, las 7 notas musicales, los 7 planetas visibles, las 7 vidas del gato. El 7 era el número perfecto según Dante y Pitágoras. Y a día de hoy, todavía, esta cifra tan simbólica tiene una especial influencia sobre nosotros, aunque no precisamente positiva, en un aspecto muy concreto de la vida cotidiana que suele pasar desapercibido. Es el siguiente: sólo un 7% de los seres humanos que aparecen citados en los manuales de educación secundaria en España son mujeres. Y ya sabemos, desde el Génesis, que lo que no se nombra no existe.
Todos hemos ido al colegio y muchos de nosotros a la universidad, pero a la hora de recordar los nombres de grandes mujeres que pasaron a la historia por su inteligencia, su destreza con el pincel o la pluma o sus descubrimientos científicos tenemos serios problemas para nombrarlas sin recurrir a la Wikipedia. Y, lo que es más triste y asombroso aún, para muchos escritores las escritoras tampoco cuentan. Ni siquiera son capaces de citar más de tres. Cinco ya es una labor de notable. ¿Por qué? Sencillamente porque no están presentes en los libros de texto, ni en los museos, ni en las colecciones de los grandes pensadores, ni en las antologías literarias. Los niños pasan por toda su etapa educativa aprendiendo que sólo hubo hombres notables a lo largo de la literatura y la historia, cuando lo cierto es que cientos, MILES de mujeres, han sido ninguneadas y silenciadas en todas las materias, pese a que sus aportaciones fueron tanto o más valiosas que las de sus colegas masculinos. Las filósofas y médicas de la Antigua Grecia, las pintoras del Renacimiento y el Barroco, las retratistas del Neoclásico, las políticas y ensayistas de la Ilustración, las periodistas de la Revolución Industrial, las sufragistas del siglo XIX, las escritoras de la Generación del 27… Las vidas de estas mujeres, olvidadas por la crítica, desconocidas por el público, despreciadas incluso en la actualidad, fascinan y entristecen al mismo tiempo. Todas ellas descollaron en sus respectivos campos, legándonos una obra que sólo ahora empieza a ser valorada como merece. Pero hay tantas figuras arrojadas al vacío, tanto que rescatar todavía, tanta frustración a la que enfrentarse y tanto desinterés que combatir que nuestra rabia se enciende todavía más cuando, en numerosas ocasiones, a muchas nos han contestado con ese falaz y desdeñoso «es que no hay tantas mujeres, hay pocas y por eso no se estudian» cada vez que las hemos reivindicado. He aquí otro conjuro para descubrir ignorantes: suelen verbalizar siempre la excusa más patética que existe.
La literatura estadounidense siempre ha sido una de mis favoritas. Yo venía de los grandes nombres del XIX y el XX, de los silencios de Emily Dickinson y los luminosos delirios de Poe, del hipnótico sur de Faulkner y Carson McCullers, de la arrebatada alegría de Walt Whitman, de la embaucadora sordidez de Flannery O’Connor, de la audacia de Djuna Barnes y la insolencia de Zelda Fitzgerald, de las tensas esperas de Tennesse Williams en las que siempre está por llegar la tragedia… sin sospechar en mi ignorancia, que ahora confieso, que quedaran tantos otros nombres sumergidos bajo esas praderas de dorado cereal y esos cielos inmensos. Dice Gloria acertadamente en su prólogo que «la rica narrativa de la nación estadounidense está incompleta sin ellas», sin las mujeres.
Elegir es cribar, desechar. Y no siempre se han elegido a los mejores. A las mujeres ni siquiera nos eligieron, qué decir ya de entrar en el canon. Las mujeres en la Historia hemos muerto siempre más de una vez, en la vida y en la memoria. También, a menudo, en la reparadora justicia. Hay, sin embargo, pequeñas tareas de rescate. Iniciativas personales ya que desde las instituciones a nadie parece importarle recuperar y reparar tantas vidas olvidadas. De vez en cuando, alguien como Gloria sopla sobre las brasas, o sostiene una antorcha en alto. Y es un consuelo, aunque el consuelo nunca sea suficiente. Pero es loable y digna de agradecer labores como la suya, como la de Marisa Mediavilla y su Biblioteca de Mujeres o como la de quienes han rescatado a las Sinsombrero, para en cualquier caso aspirar a la universalidad y no al reducto específico e injusto del género que nos convierte a las escritoras en integrantes de una sección de «literatura femenina». Y eso es lo que queda reflejado aquí: ésta es una antología que demuestra en cada uno de los relatos la necesidad y la existencia ya no sólo de un cuarto propio, sino de una voz propia que a la vez se eleva por encima de las particularidades para abrazar lo universal, en este caso un concepto tan sencillo como revolucionario: la «nueva mujer» no hace sino romper con la idea de que determinados roles y comportamientos deban imponerse en función del género.
Este cambio de actitud inaugurado por las mujeres del siglo XIX es toda una declaración de intenciones y tiene una gran importancia histórica puesto que sus consecuencias llegan hasta hoy. Somos, por tanto, deudoras de aquellas mujeres inteligentes y dinámicas, que rechazaron el papel tradicional que la sociedad les asignaba en una época en la que no se reconocía que ellas también pudieran tener una buena educación ni una vida intelectual, y que pese a todo lograron emanciparse por completo, rehusando sacrificarse a los intereses de los hombres.
Todas ellas están aquí retratadas: mujeres que subvierten los roles que han sido creados para ellas, que se enfrentan a fieras salvajes, que salvan a hombres prisioneros, que deciden por sí mismas, que resuelven conflictos y crímenes, que cumplen sus deseos a través únicamente de la fuerza indoblegable de su voluntad. Mujeres que cabalgan libres, que rompen todos los códigos conocidos y en lugar de un vacío estéril inauguran un espacio nuevo, un horizonte deslumbrante y jamás visto donde todas las promesas están esperando a cumplirse. Mujeres que eligen vivir, que se ponen al frente de negocios, que siguen en pie dirigiendo el rumbo allí donde sus esposos fracasan, que vencen prejuicios e ideas preconcebidas, que exigen ser tratadas igual que sus compañeros de trabajo, que no rivalizan entre ellas, como estamos tan tristemente acostumbradas a ver en muchas ficciones masculinas, sino que se sostienen, se comprenden, se ayudan y se consuelan. Por eso, de la lectura de estos cuentos no puede extraerse sino un sentimiento de fuerza y optimismo, la gratificante satisfacción de que se ha hecho, por fin, justicia.
Sarah, Mary, Willa, Kate, Sui, Susan, Charlotte, Harriet, Zitkala-Ša, Catharine, os recordamos. Ha sido Gloria quien os ha traído otra vez hasta nosotros, nuevos lectores y oyentes de vuestras voces, y os ha hecho habitar nuestra lengua por primera vez. Desde esta orilla os vemos, pronunciamos vuestros nombres, os aseguramos que mientras uno de nosotros continúe abriendo estas páginas seguiréis vivas y ya no vagaréis perdidas en esa segunda muerte. Gloria ha hecho posible para vosotras el camino de regreso, de todos los demás depende que no vuelva a cerrarse nunca. Queda, pues, aquí formulada tal promesa para vosotras, y para ti, Gloria, rubricado nuestro agradecimiento.
LA NUEVA MUJER. RELATOS DE ESCRITORAS ESTADOUNIDENSES DEL SIGLO XIX, de Gloria Fortún, editorial Dos Bigotes, 228 pp., 19,95 €.