Este año el Premio Planeta despertó más expectación que nunca, porque el 10 de octubre la editorial anunció el traslado de su sede social y fiscal a Madrid, después de que el President Carles Puigdemont anunciara y anulara sucesivamente la DUI (Declaración Unilateral de Independencia).
Hay alarma y pesimismo en el mundillo cultural barcelonés por la posible pérdida de la condición de epicentro del mundo editorial europeo en lengua castellana. Aunque la gala del premio siga celebrándose en Barcelona, persiste el miedo a que, a medio y largo plazo, se supriman puestos de trabajo en Cataluña. Un halo de desasosiego presidió la cena y en algunas mesas se decidió no hablar del Tema para evitar asperezas.
A pesar de la incertidumbre, otro año más, la noche del 15 de octubre, onomástica de Santa Teresa, fecha elegida en homenaje a María Teresa Bosch, esposa del fundador, Planeta puso en marcha toda su artillería en el Palacio de Congresos de Barcelona.
El jurado del premio estuvo integrado por Alberto Blecua, Fernando Delgado, Juan Eslava Galán, Pere Gimferrer, Carmen Posadas, Rosa Regàs y Emili Rosales, que también actuó de secretario. El monto de los premios para el ganador y el finalista era de 601.000 y 150.000 € respectivamente. El premiado fue el escritor y periodista Javier Sierra, que posee una sólida trayectoria literaria como escritor y periodista. Su despegue se produjo en 2006 con La cena secreta (finalista del Premio Torrevieja 2004, de Plaza & Janés), obra que, traducida el inglés, escaló hasta los diez primeros puestos de la lista de los libros más vendidos de The New York Times.
Sierra presentó el manuscrito La montaña artificial con el seudónimo Victoria Goodman, aunque el título real de la obra será El fuego invisible. La trama está protagonizada por un joven profesor afincado en Dublín que pasa unos días en España y se ve envuelto en la búsqueda del Santo Grial.
CRÓNICA DE MAGDDALENA PARÍS
Fotografías: Arduino Vannucchi.
Cosas de la vida, mi último Planeta fue en 1994, y no será que no ha llovido desde entonces: Pujol era President de la Generalitat y creo recordar que la cena se celebró en el Hotel Princesa Sofía (aunque es posible que me falle la memoria). Camilo José Cela se alzó con el galardón (oí hablar por primera vez de la Marina Mercante) y la finalista fue Ángeles Caso.
Andrés Aberasturi conducía el evento y tuvo un lapsus importante, pues presentó al President… Josep Tarradellas. Carcajada general. Supongo que al Molt (Des)honorable no le debió de hacer ninguna gracia. ¡Y pensar que en esa época ya pasaban (presuntamente) cosas! Pero claro, los catalanes somos discretos y lavamos los trapos sucios en casa; solo era cuestión de oír y callar y, en algunos (presuntos) casos, poner la mano.
Esta vez, cosas de la vida, pasé el domingo tumbada en el hotel, poco acostumbrada a la humedad de Barcelona, muerta de calor, con mal de amores y el ojo derecho embadurnado de pomada, a ver si se me bajaba un inoportuno orzuelo, mientras el izquierdo estaba pendiente del DUI sí, DUI no, DUI sí, DUI no… Imaginé a Puigdemont deshojando la margarita y no deseé estar en su pellejo.
Pero llegó la hora de los tiros largos y después de meterme en un refajo Spantax —todavía duran los excesos de verano—, conseguí embutirme en mi único LBD (Little Black Dress según los códigos Elle o, tomando a Coco Chanel, la petite robe noir). Taconazo, y maquillaje a cascoporro, incluido el pobre ojo, en este caso, sin embadurnar.
Palacio de Congresos, alfombra roja, photo call: entro con panic attack, pues ir sola a este tipo de actos me causa ataques de timidez: soy más de distancias cortas. Me han dicho que me voy a aburrir, y aún no sé que me lo pasaré bastante bien.
Recuerdo con horror que, en mis principios como editora en Plaza & Janés, me tocó ir a Valencia a presentar un libro de Mercedes Salisachs, patrocinado por Winterthur. Era 1999, llevaba yo poco rodaje con lo de hablar en público, y a mayor gente, glups, más canguelo. La presentación era a lo grande y, en primera fila, un tropel de autoridades, desde Rita Barberá hasta… Jaime de Marichalar (como miembro de Winterhur acudía a todos los eventos culturales).
Carmen Rigalt había popularizado el alias de Duque de Lujo en vez de Duque de Lugo para referirse a él y me obsesioné pensando en las consecuencias si me equivocaba al nombrarle, pues en este tipo de presentaciones, lo habitual es dirigirse a las autoridades con los consabidos ilustrísimo o excelentísimo don Fulano de Tal, duque de… Por suerte, tras muchos sudores, no metí la pata y debo aclarar que el hombre estuvo muy amable, pues a la hora del cóctel estaba yo más colgada que un fuet (aunque no fuera de Casa Tarradellas —los otros Tarradellas—), y vino muy educado a saludarme. Luego hubo una cena en petit comité, con él y Rita Barberá incluidos, pero ya lo contaré otro día, que me estoy yendo por las ramas.
Volviendo al Planeta y al temido momento de adentrarme en la alfombra roja, ¡zas!… las primeras personas con quiénes topo son Javier Sierra y Eva, su mujer; estaba yo en babia y si llego a saber que iba a ser el ganador le canto a lo Raphael «Hoy puede ser mi gran noche».
Luego casi caigo en brazos de Jesús Maraña (le lancé trastos literarios hace años, pero no poseo los encantos de Ángeles Aguilera) y me hago ilusiones pensando que estoy en un plató de La Sexta. Pero no… estoy en el Planeta, veintitrés años después. Está lleno de cámaras y reporteros, pero claro, a mí no me mira nadie.
Saco la libreta y me dispongo a apuntar el famoseo, pero como soy corta de vista, seguro que se me escapa alguno: Boris Izaguirre acapara cámara vestido totalmente de blanco; Risto Mejide y señora posan con cara de recién casados (¿Laura Escanes ya tiene libro?), Sánchez-Dragó va con una joven de rojo y pasa delante de mí Marta Robles, divina de blanco y negro y con tipazo. Humpff, seguro que no lleva Spantax. Pilar Eyre va de burdeos y está estupenda, al igual que Pepa Roma, a quién ya me presentó el pasado Sant Jordi en la fiesta del Tendències. Julia Otero va de rojo y negro, los colores de la temporada, al igual que mi Alicia Giménez-Bartlett, aunque le ha puesto un toque de blanco. Veo a Antoni Bassas & señora, Luis del Olmo & señora y García Albiol & señora, muy guapetona, y que, según su marido, tiene una urna por cesto de la ropa sucia (¿o era al revés?). Susana Fortes, María Dueñas, Najat El Hachmi, Helena Reseño y mi Manel Fuentes van todos de negro. Pasa por mi lado Pilar Rahola, también de rojo y negro; me entran repentinas ganas de pegarle un pisotón en plan rencoroso (es que estoy asustada por la DUI), pero va con su hija y me abstengo.
Intento conseguir infructuosamente mi entrada al salón, pero resulta que estoy al otro lado, en la trinchera de los chicos de la prensa, así que siento como si fuera entrar por la puerta de servicio y no por la de los señores. Por suerte, veo a Ricard Ruiz y me pego como una lapa.
Llego al aperitivo, pero solo alcanzo a zamparme unos chips de cebolla. Charlo largo rato con José María Calvín, que lleva Planeta en Brasil y rememoramos viejos tiempos esféricos. Me pego a una mesita donde las agentes Amaiur Fernández, Sandra y Maribel Luque, recién llegadas de Frankfurt, tienen ánimo para salir esta noche. Son bárbaras. A lo lejos, diviso a Antonia Kerrigan (felicidades, también fue su gran noche), Pau Centellas y Silvia Bastos, que me deja boquiabierta con un vaporoso top rosa y un moño de estrella de cine.
No hay tiempo para más aperitivo. Pasamos al comedor y me siento entre Xavi Ayén (La Vanguardia) y Jordi Milian, de illadelsllibres.com. Están también Maricel Chavarría (La Vanguardia), el mestre Carles Geli (El País), Manel Haro (En cas dʼincendi), Iva Anguera de Sojo (El Independiente) y un par de personas más cuyo medio no pillé. A lo lejos diviso a Sergi Doria (ABC) y a un recién casado Víctor Fernández (La Razón).
En la mesa de al lado, oh my God, está Andrés Guerra. Hace años le conocí cuando entrevistó a Iñaki Anasagasti y José Amedo, autores de servidora de ustedes. Qué lejos me parecen mis años de editora, ahora estoy en la pestaña «medios de comunicación». Me doy a conocer y le hago una foto, que no un selfie (suelo salir horrible en los selfies y con el orzuelo más): mi mejor amiga es seguidora de Arús City, así que le restregaré la foto para hacerla rabiar.
Me muero de hambre y aunque la faja aprieta, me zampo mi pan y el de Xavi Ayén, quien me cuenta que le encantó la novela de Tracy Chevalier La voz de los árboles, como a quien esto escribe —y no es para darme pisto—. Carles Geli nos cuenta divertidas anécdotas de sus clases de periodismo, quién hubiera pillado tal profesor.
Presenta el acto Esther Vaquero, una periodista de Antena 3, de blanco y negro y de vez en cuando se apagan las luces y todo queda en un tono azulado. Suena entonces una fanfarria musical que parece un amago de Carmina Burana para anunciar la llegada de.. ¿los camareros?, ¿el Apocalipis?, ¿la DUI?, ¿los tanques? No, la ronda de votaciones de los diez finalistas.
Los nombres del ganador y finalista ya están en boca de todos pero nos llama la atención la novela Una fea encantadora, que se presenta sin seudónimo. Dicen que hay muchos concursantes de Venezuela y me río cuando Maricel Chavarría le saca punta a dicho título, pues es como si lo tituláramos Una rubia sorprendentemente lista o algo así. Al día siguiente, una lengua viperina me pregunta cómo es que hay 632 ilusos que todavía creen que pueden optar al premio y me acuerdo de la respuesta de Lara padre cuando un periodista le hizo la misma pregunta: ¿Pero Vd. cree que los niños vienen de París?
Javier Sierra es un buen tipo y todo el mundo se alegra de que se alce con el premio. Será un superventas seguro y tiene el detalle de dedicar la novela a los escritores presentes en la sala. En cuanto a la finalista, la abogada Cristina López Barrio, ya lleva unas cuantas novelas a sus espaldas, pero esto será un espaldarazo para su carrera. Qué suerte, la tía. Al recoger el galardón, explica que el argumento de Niebla en Tánger se inicia cuando la protagonista se despierta desnuda en una habitación de hotel al lado de un desconocido. Una fresca, esta prota.
Son casi las doce de la noche y los periodistas llevamos un rato con los ordenadores para dar la última hora vía online y dejar la noticia lista para las ediciones de papel. Hay una escapada general en el comedor y antes de que Cenicienta se retire a casa, me doy un paseo entre las mesas a ver si pillo famosos. Están todavía Enric Millo, Santi Vila, Xavier Trias, Miquel Iceta, Inés Arrimadas, Marta Rivera de la Cruz… El resto son señoras cortadas con el mismo patrón, el mismo tono de mecha y restos de bronceado veraniego made in yate, Baleares, Marbella o Honolulú. Me pregunto a mí misma si estoy entre la llamada sociedad civil. Siempre me había preguntado qué porras es la sociedad civil y quizás sea esto: las élites económicas, sociales y culturales de siempre, las de toda la vida. Mientras, queman Galicia.