«El cine es un género literario más y su bondad la marca la precisa utilización de su lenguaje».
Álvaro Bermejo
Casi todas las novelas de la Generación Perdida ─Hemingway, Steinbeck, Fitzgerald─ saltan del texto a la pantalla.
Hoy muchos jóvenes no soportan películas rodadas «literariamente», solo quieren el ritmo endiablado de los vídeos cortos de Internet.
El misterio no es que las series gusten, sino que la gente, tanta gente, tenga tanto tiempo para ver tantas series.
Leer sobre la película, profundizar en la experiencia, es parte del placer. Es como los libros, no se diferencia.
Pese a su aspecto discreto, su tono afable y su cercanía es uno de los productores más relevantes de nuestro país. Un incondicional del celuloide que respira por sus lecturas. Antes de hacerse cargo de los cines Verdi su trayectoria profesional comenzó dentro de editoriales como Bertelsmann o Salvat. Tras su paso por Filmax puso en pie la productora y distribuidora A Contacorriente Films, a la que debemos más de cuatrocientas películas y un festival de Cine, el de Barcelona-Sant Jordi, centrado en el hermanamiento entre cine y literatura. Nadie como Adolfo Blanco para hacer latir esos dos corazones a un mismo compás. Del papel a la pantalla este hombre proyecta puro mainstream, pero siempre a contracorriente. ¿Por qué? Porque defender hoy el buen cine, como la lectura, es un acto de resistencia.
Aunque vivía en Madrid, su Cinema Paradiso particular sucedía en Aranda de Duero. ¿Recuerda la primera película que le deslumbró? ¿Y su primer libro?
Empezaré por el libro Los cinco se ven en apuros, de Enid Blyton. Luego vino el gran Guillermo. Shakespeare y Cervantes tardaron años en interesarme. En cuanto al cine, cierto, mis recuerdos cinéfilos más tempranos me llevan a mis veranos en Aranda, viendo todas las películas que «echaban» en el cine de mi familia. Fue aquí donde vi la que más me marcó, a los once años: La jauría humana, de Arthur Penn. Me impresionó mucho descubrir la maldad de la gente cuando actúa colectivamente, diluyéndose la responsabilidad individual.
Sin embargo, sus inicios profesionales tuvieron como escenario el mundo editorial. ¿Qué le llevó a migrar de Bertelsmann-Círculo de Lectores a Filmax?
Entre Círculo y Filmax estuve tres años vendiendo enciclopedias. Para la Enciclopedia del cine de Sarpe pensé que podíamos incluir un reproductor de VHS y una selección de películas. Hablamos con Filmax. No tardaron en proponerme que fuera con ellos y yo tardé un microsegundo en aceptar.
John Dos Passos tituló varios capítulos de su Trilogía americana como «camera eye» ─ojo de cámara─. ¿También usted «lee» las películas igual que «ve» los libros?
¿Qué entiende por una película literaria?
Cualquiera en que la palabra o el hecho literario cobran protagonismo. En El espíritu de la colmena, pese a que es un guion original de Erice, vemos literatura. Su historia fluye con palabras, sus tres actos están claramente delimitados, es como si estuviésemos leyendo un libro. Esto se puede decir de todas las buenas películas.
¿Basta una buena adaptación para que una película merezca el epíteto de literaria o importa más el estricto lenguaje cinematográfico, a la manera de Hiroshima mon amour?
Sin duda lo segundo. Aunque algunos críticos emplean ese epíteto de manera despectiva, para mí es una virtud. El cine, como el teatro, es un género literario más y su bondad la marca la precisa utilización de su lenguaje.
De entonces a hoy, ¿hasta qué punto la gramática cinematográfica se ha impuesto en el campo de la literatura?
Muchísimo. Gran parte de la narrativa actual parece escrita por cineastas. Autores como Lorenzo Silva o los de la novela negra escandinava está claro que han visto mucho cine y lo aman.
Parafraseando a Giovanni Sartori ─Homo Videns─, ¿hasta qué punto la revolución multimedia ha destronado la cultura escrita por la de la imagen?
Estamos ante un gran problema derivado de un sistema educativo devastador. Se creyó que la aniquilación de las humanidades no tendría consecuencias. Grave error. Es una irresponsabilidad dejar que los niños crezcan enganchados a sus móviles, liquidando el lenguaje y perdiendo la capacidad de disfrutar de textos e incluso historias en imagen que sean demasiado largas. Es urgente poner a los chicos y chicas a leer libros que les toquen, que les lleven a querer leer más. Y lo mismo pasa con el cine. Hoy muchos jóvenes no soportan películas rodadas «literariamente», solo quieren el ritmo endiablado de los vídeos cortos de Internet.
Lope y Calderón presentaron sus obras mayores con títulos como El gran teatro del mundo y La vida es sueño. ¿Estaban avanzando el imperio de las realidades paralelas?
El cine crea mundos y puede contribuir a que el espectador se evada de la realidad. Eso puede ser terapéutico. Recuerda el personaje de Mia Farrow en La rosa púrpura de El Cairo. Este año hemos estrenado una película excelente, Su mejor historia, que describe cómo el Gobierno inglés se apoyaba en el cine para mantener la moral alta durante la II Guerra Mundial. Pero el cine también es un inmejorable medio para reflejar la realidad, despertar emociones y tocar conciencias.
Usted tiene algo de hombre orquesta ─distribuidor, productor y exhibidor de cine─. ¿Cómo se ve la película del cine español a un lado y otro de la pantalla?
En España hay muchísimo talento, pero el tejido industrial es muy débil y demasiado dependiente del sistema de subvenciones. Las autoridades no han sido capaces de crear mecanismos que protejan un cine de autor de bajo presupuesto. No hay término medio: o haces una película comercial, o el riesgo es desproporcionado. Por otro lado, España es uno de los países del mundo donde la distribución independiente tiene más dificultades para competir, ya que el sistema está diseñado para proteger un tipo de cine que hacen las televisiones privadas, que promocionan con gran agresividad, dañando cualquier otro título que esté en cartelera y con el que es imposible competir en igualdad de condiciones.
«Todos los cines nacionales bajan» ─apuntaba recientemente Alex de la Iglesia─. «La culpa es del DVD, mientras los productores españoles se juegan la piel». Y usted, ¿acude a menudo al dermatólogo?
Yo he tenido hasta ahora muy buena suerte, pero también un equipo espectacular. Con cada película nos jugamos la piel, tanto da que se trate de apuestas seguras como Intocable o títulos como El ciudadano ilustre. Esta no fue un supertaquillazo, pero remite a lo que más nos gusta: el Cine con mayúsculas.
A Contracorriente Films también distribuye series inspiradas en obras literarias como la de Camilla Lackberg o Harlan Coben. ¿A qué cree que responde la adicción a las teleseries?
Yo no veo series. Intento ver el primer y segundo episodio de las que dicen que son las mejores, pero con las series me pasa como con el golf. Nunca he jugado al golf porque sé que me gustaría y luego no tendría tiempo para practicarlo. Sin duda, se están haciendo series muy buenas, que no dejan de ser películas largas. El misterio no es que las series gusten, sino que la gente, tanta gente, tenga tanto tiempo para ver tantas series.
En 1961, tras el estreno de El año pasado en Marienbad, Alain Robbe-Grillet se propuso publicar sus guiones como «cinenovelas». ¿Para cuándo una editorial española que siga el ejemplo?
Sería una excelente iniciativa. Nosotros la apoyaríamos y creo que en nuestros cines Conde Duque y especialmente Verdi, venderíamos bastantes de estos libros.
En 2017 los cines Verdi ─«el templo del cine en la ciudad», según Varierty─, pusieron en marcha el Festival de Cine de Barcelona-Saint Jordi. El santo que regala libros, ¿favorece el hermanamiento entre cine y literatura?
Barcelona necesitaba un gran festival y creo que hemos dado en el clavo. Las dos ideas estratégicas son el acercamiento a los nuevos públicos y la oportunidad de apoyar un cine «literario». Acercar a la gente joven al cine es una necesidad y una obligación para los que nos dedicamos a la cultura: por eso en el festival hay una sección transversal llamada «Educacine» cuyo premio dan estudiantes y docentes. Cada día hay sesiones especiales para escuelas a precio reducido, con presentaciones y debates. Nos gustaría llenarlas de estudiantes.
Sea moderadamente implacable: ¿Cahiers du Cinèma o Sight & Sound?
(Sonrisas) Me quedo con las dos. Ambas enriquecen. Hubo un tiempo en que prefería la revista inglesa porque Cahiers es a veces un poco demasiado radical, pero disfruto leyendo ambas. De todas maneras, las que más leo y más me gustan son Fotogramas, Dirigido y Caimán. Y en el ámbito libros me quedo con Qué leer.
En El editor de libros, Michael Grandage escenifica la relación entre el mítico editor Max Perkins y un escritor maldito como Thomas Wolfe. ¿Es comparable a la que mantienen hoy ciertos guionistas y ciertos directores?
Es una película estupenda que habla de algo tan interesante como la gestión del talento. El trabajo de Perkins se parece mucho al de los productores de cine cuando tienen que lidiar con directores y guionistas. Qué difícil es a veces suprimir una secuencia, y que traumático si la secuencia en cuestión está ya montada…
La Librería, de Isabel Coixet, incide en el mismo martirologio. ¿El verdadero mundo perdido, hoy, es el Jurasic Park de los libros?
Los libros son ese tesoro que hay que proteger como sea. Mi amigo Jordi Nadal, gran editor, gran escritor, gran persona, en su estupendo Libroterapia propone la literatura como algo necesario. Leer es lo que más enriquece a la persona, debería ser algo que los padres inculcasen a sus hijos desde la infancia. Qué sociedad más mejorada tendríamos si el índice de lectura fuera mayor.
En el prólogo de Enrique V, Shakespeare invita a su público a visualizar a través de sus palabras la batalla de Azincourt. Si un buen lector es sinónimo de lector activo, ¿todo espectador ha de ser necesariamente pasivo?
El espectador ha de ser crítico y sería una pena que un exceso de pasividad le privase de alguna de las muchas capas que tienen las películas. El cine empieza cuando te sientas en la butaca, pero luego continúa en el debate. Qué aconsejable sería recuperar esos «cinefórum» que tanto hicieron por consolidar aficionados y despertar inquietudes. Asimismo, leer sobre la película, profundizar en la experiencia, es parte del placer. Es como los libros, no se diferencia.
Durante la primera mitad del siglo xx las grandes conciencias culturales remitían a escritores como Tolstoi, Proust o Mann. Los nombres de los grandes narradores de la segunda, ¿se escriben sobre celuloide?
Sin duda. A los Tolstoi, Proust y Mann hay que unir nombres como Scorsese, Woody Allen, Clint Eastwood, Víctor Erice, Steven Spielberg, Roman Polanski y los clásicos de siempre: John Ford, Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Orson Welles, François Truffaut, Jean Renoir, Charles Chaplin, Andréi Tarkovsky, Alfred Hitchcock y tantos otros maestros.
Tras otorgarle a Bob Dylan el premio Nobel de Literatura, ¿se hace más urgente la creación de un Nobel de la Cinematografía?
No me pareció una buena idea darle a Bob Dylan el Nobel de Literatura, habiendo tantos escritores merecedores del premio. Vería mucho más lógico que se crease el Nobel de la Cinematografía.
¿Qué novelas le gustaría ver convertidas en película?
Véndame sus cinco sueños cinematográficos para 2018.
En primavera estrenaremos la película francesa de dibujos El malvado zorro feroz. Es la bomba, una mezcla entre Miyazaki y Looney Tunes. Luego vendrá Kursk, una superproducción de Luc Besson con un reparto estelar. Después El increíble viaje del faquir, basada en la genial novela de Romain Puértolas. Y con ella Guernsey, basada en la novela La sociedad literaria y el pastel de patata de Guernsey. Finalmente, la adaptación de El collar rojo, de Jean-Christophe Rufin. La protagoniza François Cluzet (el de Intocable).
Ponga la mano sobre la Biblia ─ya sabe, «en el principio era el Verbo»─, y confiese: ¿leyó antes o después las cinco novelas en que se inspiran?
Confieso que las descubrí después. Eso sí, excepto la de dibujos, ninguna de las cuatro se había empezado a rodar cuando tomamos la decisión de adquirirlas. Eso es un problema a veces, sobre todo cuando se trata de adaptaciones. Ya sabes, cada novela propone a cada lector una película diferente. Ojalá que las que nos entreguen los productores sean incluso mejores que las que hemos imaginado.
Álvaro Bermejo es viajero y escritor. Su última novela, Como el bosque en la noche (editorial Versátil), fue ganadora del Premio Alfons el Magnànim de Novela.