El homenaje, Andrea Camilleri.
Salamandra, 74 pp., 10 €.
Andrea Camilleri (Agrigento, Sicilia, 1925) durante cuarenta años ha sido guionista y director de teatro y televisión, y en 1994 creó el personaje de Salvo Montalbano, un comisario de Policía muy peculiar, protagonista de más de veinticinco novelas, cuyo apellido es un homenaje a nuestro añorado Manuel Vázquez Montalbán; la televisión lo ha popularizado de manera extraordinaria, también en nuestro país. Camilleri es hoy en Italia el autor más vendido y uno de los más leídos en toda Europa.
Ahora Salamandra, en una edición primorosa, nos ofrece un relato más que divertido, El homenaje. El 11 de junio de 1940, cuando el dominio del continente por la Alemania nazi parecía imparable, Italia entró en guerra, apuñalando por la espalda a Francia en un gesto oportunista muy poco caballeroso. Todo el país celebró la insensata aventura como si fuera un billete de lotería premiado. En Vigàta, tras cinco años de confinamiento por difamación sistemática del glorioso régimen fascista, Micheli Ragusano se presenta de improviso en el Círculo Fascismo y Familia. Como era de esperar, nadie se digna saludarle, pero los ánimos se encrespan y la tensión sube hasta que Manuel Persico, ferviente fascista de 97 años, cae fulminado por un infarto. A partir de ahí se inicia un esperpento que atrapa al lector hasta su desenlace, sin defraudarle.
Hemos dicho que este relato ─una pequeña obra maestra─ es más que divertido, y así es: es revelador de la miseria moral de un régimen ─el fascista─ que durante más de veinte años tuvo sojuzgado al pueblo italiano con la complicidad de todos ─o casi todos─ sus ciudadanos. Cuando cayó su creador, Mussolini, en julio de 1943, las calles de Italia se llenaron de insignias, fotografías y carnets destrozados: nadie había sido squadrista, excepto unos pocos que, rescatado el duce por los nazis de su encierro en el Gran Sasso, crearon la efímera República de Saló. Pero Andrea Camilleri ha sabido reconstruir, mediante un episodio más que regocijante, las entretelas de una dictadura que ha tenido el triste privilegio de perdurar semánticamente: los términos fascista y antifascista, no siempre usados correctamente, hoy siguen vivos en el lenguaje político mundial.
Una sugerencia a Salamandra: ¿por qué no reunir en un volumen, o varios, estos relatos? Uno sabe a poco.
Profesor Elbo