Comprar (tus) libros
Rafael Ruiz Pleguezuelos
Llevaba mucho tiempo queriendo escribir sobre la autoedición, uno de los fenómenos más curiosos y escurridizos de nuestra sociedad libresca. Si uno teclea en ese Santo Grial contemporáneo llamado Google la palabra libro, o escribir, y no digamos ya si introducimos el término publicar, se produce en nuestra pantalla una invasión de editoriales (la cursiva se entenderá según continúen leyendo el artículo) que están deseando publicarle tan pronto complete un cuestionario o envíe un correo electrónico.
Son tantas las ofertas que casi da la impresión de que había mucha gente al otro lado de internet esperando con angustia a que usted se decidiera a escribir un libro. El fenómeno es ridículo porque constituye la situación opuesta de lo que ocurre en el ring verdadero de la literatura: que el escritor auténtico, aún teniendo talento, tiene que luchar mucho tiempo para hacerse notar, y le resulta muy difícil que su texto llegue a ser leído por las personas adecuadas. Solo si realiza un asedio constante al mundo editorial, con buenos textos y no poca suerte, el escritor novel encontrará el rincón del sistema por el que puede comenzar su carrera literaria.
De entrada, no me gusta la autoedición porque publicar fácil y rápido es lo contrario de lo que alguien que comienza en el mundo artístico necesita, entre otras cosas porque rompe la regla de mérito y esfuerzo que el arte merece. La cuestión evidente por la que encontrábamos esa propuesta editorial fácil e incomprensiblemente rápida después de tres clics es que la empresa en cuestión pide dinero al autor para publicarle, por supuesto. Las empresas más honestas hacen una exposición clara de lo que ofrecen y cuánto cobrarán por ello, y las más oscuras utilizan dudosas promesas de promoción y distribución, manipulaciones del ego del aspirante a escritor (que suele ser mucho) y venta del humo barato de esos autores-milagro que saltaron a la fama desde la compra de sus propios libros. Algunas empresas del gremio de la autoedición ni siquiera tienen la decencia de contestar después de que haya pasado tiempo suficiente para suponer que han leído el manuscrito. Una editorial seria no puede confirmarte que publica tu texto tres días después de que envíes un archivo de trescientas páginas, porque la edición auténtica es un proceso de meses, a veces años, en el que se miden y pesan muchas cuestiones.
Hay muchas empresas de autoedición distintas, pero todas tienen algo en común: el libro resultante tiene una vida tan breve como la de una crisálida, y en la mayor parte de los casos la publicación no suma nada en la carrera del aspirante. El proceso se reduce a la cadena: 1. el autor paga poco o mucho (hay autoediciones para todos los bolsillos) 2. recibe una caja con sus ejemplares 3. monta una presentación a la que acudirán los amigos, personas que quieran complacerle y con mucha suerte algún seguidor de Twitter 4. las ventas rara vez alcanzan el optimismo inicial 5. el escritor autoeditado que mejor vende cubre gastos.
Todo lo dicho no evita que yo respete las editoriales que trabajan el mundo de la autoedición, siempre que sean honestas con quien paga y tremendamente claras en cuanto a qué ofrecen. También respeto a la persona que opta por la autoedición de su texto porque su única aspiración o deseo es ver encuadernado y en forma de libro lo que ha escrito. No seré yo quien diga que el disfrute del arte debe reservarse a un número reducido de profesionales; cada cual puede practicarlo con el recorrido y calidad que quiera o pueda. Pero sufro tremendamente cuando personas que realmente tienen una aspiración literaria y pueden poseer talento optan por el camino fácil de la edición instantánea y autofinanciada. La razón fundamental por la que me parece que es la vía equivocada para un autor verdadero es que estoy convencido de que esa facilidad para conseguir editor (mercenario, pero editor) provoca que autores que podrían alcanzar cierta calidad se lancen a publicar su obra cuando aún no está lista, sin alcanzar el esfuerzo imprescindible para crear algo redondo. Han llegado a mi escritorio demasiados textos en los que interpreto que la comida rápida de la autoedición impedirá que ese autor llegue algún día a saborear el manjar del público amplio, de la editorial seria.
Convencer a una editorial auténtica de que te publique, o ganar un premio literario, solamente puede hacerse con un buen texto, porque para persuadir a un jurado de muchas personas de que tu obra es mejor que la de los otros cientos de aspirantes necesitas buen material. Los profesionales del libro aciertan en más ocasiones de las que se equivocan: el manuscrito rechazado en un premio puede necesitar otra vuelta, la editorial seria que declina tu ofrecimiento puede haber encontrado fallos graves en la propuesta. Ese fracaso te ayuda porque te hace mejor. Un tanto por ciento altísimo de editoriales de autoedición publicarían literalmente cualquier cosa. Una lista de la compra, si alguien está dispuesto a pagar por ello. Un editor que toma el dinero y corre sin corregir o criticar tampoco te hace crecer como escritor. Muchos escritores autoeditados se han quedado en una fase anterior a la verdadera literatura, y tendrían que pelear por lo que quieren, hacerse mejores en el fracaso. Los concursos literarios pequeños y medianos son a día de hoy la mejor tabla de salvación y el único trampolín fiable para el aspirante a escritor. La publicación llegará cuando se merezca. El futuro literato debe estar preparado para esa lucha contra el tiempo, contra el rechazo y la corrección, y sobre todo debe aspirar a ganar dinero con su arte, no a perderlo.