Homo Lubitz, Ricardo Menéndez Salmón. Seix Barral. 272 pp., 18,50 €
«Leer a Menéndez Salmón es siempre una sacudida, un golpe helado. Trasladar una alegoría filosófica y especulativa, como en el caso que nos ocupa, a la narrativa, no es empresa apta para cualquiera.»
El presente libro bebe de dos situaciones acontecidas en 2015, una de carácter personal y la otra global. La particular fue un viaje del autor a China y la pública, que aconteció dos meses antes, fue el accidente aéreo de Germanwings en los Alpes provocado por el piloto Andreas Lubitz. Precisamente el apellido del suicida, que con su vida se llevó también la de otras 149 personas, es el que da título a Homo Lubitz (Seix Barral). Ese gesto nihilista y vano del piloto kamikaze le sirvió a Menéndez Salmón como ejemplo de una sociedad que asiste a su destrucción entretenida, como si de una performance artística se tratara —de ahí las referencias a pintores como Pollock en la novela.
Un acto «caótico» y «oscuro», que es como Control —el enigmático personaje cuyo despótico poder planea sobre este texto— asume que es el mudo a pesar —o precisamente por intervención— del esfuerzo humano. La urgencia que nos mueve y la espectacularidad que persigue nuestra singular raza ha logrado que los viejos paradigmas para separar lo moral de lo inmoral se hayan quedado vetustos… y en evidenciar este hecho se afana toda la obra del asturiano, a través de una eficaz imaginería expresionista, insólita en la literatura contemporánea en nuestra lengua.
Vaya por delante que aunque sigue habitando en su ADN narrativo la necesidad de desentrañar síntomas de la sociedad en la que vivimos, hay un cambio de perspectiva en esta última novela, en tanto que ya no hay una mirada hacia el pasado sino una anticipación sobre el futuro inmediato (2025, en este caso), muy próximo al presente y con los mismos códigos que manejamos en la actualidad.
Así, conoceremos a Richard O’Hara, artífice de un fabuloso convenio entre las autoridades chinas y Arconte Limited, una multinacional farmacéutica presidida por Control, para que millones de personas puedan consumir lácteos. Semejante acuerdo desata un capitalismo salvaje y una manipulación política que encubre un verdadero genocidio de dimensiones terribles. Esta trama supone la primera parte de una lograda nouvelle con verdadero acierto al describir los contrastes entre oriente y occidente, minuciosos retratos humanos, conseguidas imágenes, pinceladas de humor y atinados apuntes morales. Pero hay una segunda parte… y, sabedor el novelista de que le sienta bien el corto aliento, acaso debería haber recordado el verso, y no haber abundado más, «porque la rosa es así». No obstante, la peor página del autor de La ofensa es infinitamente más interesante que la más aseada cuartilla de muchos de sus contemporáneos. En este segundo tramo asistimos a la satisfacción de Control con O´Hara. Amén de abonarle una suculenta cifra por la mediación del citado acuerdo, le hace un insólito encargo: localizar en algún punto del planeta el sitio exacto recogido por una fotografía. Poco importa que la idea sea escasamente creíble —en narrativa todo sirve—, el problema está en el tratamiento, que hace que Salmón se afane en encajar piezas como en un endiablado Tangram. Desde luego no me parece ni gratuito ni inexplicado como a otros compañeros críticos, simplemente intenta arriesgar —aunque no haya salido victorioso—, y ese fue el impulso que permitió que saliéramos de las cavernas. Ya se ha dicho que se producen revisitaciones al cineasta David Cronenberg, a escritores como Ballard o William Gibson y a pintores tales que Pollock y otros artistas nihilistas… Pero queda el homenaje más importante y sobre el que quiero incidir: Menéndez Salmón nunca ha fantaseado con la idea de ser heredero de DeLillo —autor, por cierto, más citado que leído— sino que hemos sido los demás quienes le hemos empujado a que lo intentara, a fuerza de menciones y comparaciones de ambas cartografías del mal y sus alrededores.
Leer a Menéndez Salmón es siempre una sacudida, un golpe helado. Trasladar una alegoría filosófica y especulativa, como en el caso que nos ocupa, a la narrativa, no es empresa apta para cualquiera. Aunque se detecte algún entumecimiento en un miembro, el novelista, como siempre, sale victorioso. El pensamiento alegórico que propone no puede dejarnos indiferentes: un Armagedón por inanición, por pulsión al vacío, que convierte a este libro en una entrega magnética, reflexiva y sensorial. Sin duda, su obra es el faro de algo distinto en nuestras letras: incómodo, osado, descreído y poético.