Contra la lectura, Mikita Brottman, Blackie Books, traducción de Lucía Barahona, 168 pp., 7.90 €
Hay algo muy atractivo en un libro que, a priori, parece herirse a sí mismo. Contra la lectura, reza el título. Esto es, ¿un libro que está en contra de los libros?. Y en la preciosa portada, sello distintivo de la casa —los frescos y barceloneses Blackie Books—, una mujer que, por el contrario, disfruta de un libro. Nos lanza claims contradictorios: «Un ensayo dedicado a los lectores que no creen que los libros sean intocables». Bien.
Por lo visto, este ensayo viene a desmitificarnos el mundo del libro. Otra cosa es que deseemos que nos lo desmitifiquen. Y si giramos la portada, dardos que nos hieren en lo más hondo de nuestro corazón letraherido: «Te dijeron que no podías subrayar ni doblar las páginas de los libros —si lo haces a boli… casi como si fueras un asesino—. Te dijeron que tenías que leer un clásico del siglo xix a los doce años —porque todos sabemos que Madame Bovary es lo mejor para engancharse a la lectura—. Te dijeron que nunca podías dejar un libro a medias —y por eso mientes y finges haber terminado Moby Dick».
Mikita Brottman ama los libros, eso vaya por delante. Estudió Literatura Inglesa en Oxford y en la actualidad es profesora. Y precisamente porque le encanta la lectura, y la practica como afición y de forma profesional, está más que autorizada para criticar el aura sagrada que rodea los libros. Porque todos los que escribimos y leemos un medio como esta revista sentimos, en cierto modo, una adoración ciega por los libros, y como toda adoración ciega… a veces se pasa de la raya. Acertadamente, Brottman afirma: «No hace tanto tiempo nuestra fe indiscriminada en el acto de leer hubiera parecido gloriosamente demente».
Este ensayo, breve, muy bien documentado, divertido de verdad, debe leerse a ser posible con un lápiz o un bolígrafo en mano. Viene a proponer un par de argumentos: por un lado, que los libros en sí mismos, por el mero hecho de serlo, no son intrínsecamente mejores que otras formas de cultura. Lo importante es qué se lee. Y por otra parte, leer demasiado a veces puede resultar perjudicial para ciertos lectores, sobre todo a edades demasiado tempranas en que el individuo quizás se vea absorbido por mundos imaginarios y experimente una gran frustración ante la realidad, como le sucedió a la autora, que se paseaba entre tumbas para fingir que estaba en una de sus novelas góticas. A raíz de este punto, Brottman elabora un interesante retrato histórico de aquellos momentos en los que leer era considerado casi un hábito de mal gusto —mucho más si eras mujer—; al mismo tiempo que las clases intelectuales temían que el gusto de la clase obrera por la «literatura popular», los conocidos penny dreadful, se convirtiese en el canon imperante.
Leer no te hace mejor persona. Ni siquiera te hace más culto. La autora critica, entre otros aspectos, la permanencia inalterable e intocable de los grandes clásicos, solo por el hecho de ser antiguos y haberse conservado, cuando es más que probable que no sean las lecturas más recomendables para nuestra época. Nadie finge haber estado en Tailandia si no ha ido, pero, ¿por qué muchos fingen haber leído el Ulises de Joyce?
Raquel Moraleja