Cuenta la leyenda que El Ávila, la hermosa montaña que separa Caracas del Mar Caribe, en realidad es una ola gigante y destructora que algún dios convirtió en el último momento en piedra, salvando así a la capital de Venezuela. Desde entonces, El Ávila nos enseña que belleza y destrucción son las dos caras de una misma moneda.
Este es el punto de partida de La ola detenida (HarperCollins), la novela con que Juan Carlos Méndez, nacido en Barquisimeto en 1967, ha asombrado en el último festival BCNegra. La férrea protagonista de esta novela vertiginosa, cruda, violenta, es Magdalena Yaracuy, una investigadora venezolana afincada en Madrid que debe regresar a Caracas en busca de la sobrina de un potentado español. Magdalena debe luchar por su vida en una Caracas trufada de grupos paramilitares, delincuentes y espías, aunque para sobrevivir cuenta con una insólita baza: es seguidora de la diosa María Lionza, uno de los cultos más desconocidos y asombrosos de América Latina.
Se ha repetido hasta la saciedad que todos los argumentos novelísticos han sido ya explotados. ¿La calidad de una novela ya solo reside, pues, en personajes potentes, llamativos, incluso extravagantes como el de Magdalena?
Ha sintetizado en una pregunta algo sobre lo que he reflexionado muchas veces. Sobre si todas las historias han sido ya contadas, y si es así, cómo conseguir entonces el efecto de que la historia que estás contando es la primera vez que se cuenta. Yo parto de la base de que las historias que a mí me interesan son las que están construidas sobre un personaje inolvidable. Con el tiempo se borran muchos detalles de los argumentos, pero permanece la fuerza de ese personaje. Yo ahorita podría leer La vida exagerada de Martín Romaña de Bryce Echenique, y me sorprendería porque se me han olvidado muchas cosas, pero el personaje sigue ahí, acompañándome años después. Es un ejemplo. Imaginemos que desde el principio de los tiempos hay, no sé, siete historias básicas. Pues a lo mejor el peso del personaje es lo que produce una cierta singularidad. Y también, aunque es menor, el peso del lenguaje.
Quiere decir que solo a Martín Romaña podría darle ese salvaje ataque de hemorroides que precipita el desenlace…
(Ríe). Sí, sí. En Martín Romaña, ese ataque es verosímil y muy divertido. En otros casos sería absurdo e incluso inadecuado. Es cierto que el personaje te dice «escríbeme de esta forma» o «escríbeme de esta otra».
¿Cómo se llega a construir un personaje tan potente como el de Magdalena, una detective bruja, luchadora, sagaz y al mismo tiempo profundamente humana? ¿Se ha basado en experiencias personales?
Yo tenía claro que algún día ese personaje iba a existir. Por lo que le decía, porque me interesan los personajes potentes, libres, valientes. ¿Por qué? Porque la realidad de la brujería marialioncera es una realidad que yo conozco bastante y he estado en muchísimos rituales de este culto. Este culto ha sido una parte muy importante de mi infancia y mi adolescencia. Pensé que de esto se hablaba poco, y a partir de ahí fui construyendo el personaje.
Precisamente, el culto a María Lionza es uno de los aspectos que más llaman la atención de su novela. ¿Hay muchas diferencias entre la santería, una creencia caribeña de fama mundial, y la religión marialioncera?
Son parecidas porque son mixturas entre el catolicismo y otras religiosidades. Pero también son diferentes. La santería tiene un origen africano más claro e incluye cultos como el sacrificio de animales. El espiritismo marialioncero no tiene esa raíz africana tan acentuada. Y excluye por completo el daño a los animales. Ese daño es casi un tabú. Pero hay otras diferencias. El espiritismo marialioncero es bastante pop, tiene cultos de origen popular. Por ejemplo, extrae personajes de los cómics de vikingos, por raro que pueda parecer, y de ahí que haya una corte celestial vikinga, además de la corte militar, fruto de las guerras de independencia, o de la corte africana, o de la corte indígena. La razón es que los cómics de vikingos estuvieron muy de moda en Venezuela hace años. Es una religiosidad muy reciente, con ciento y pico años, y muy permeable.
¿Usted cree en la brujería en general, y en María Lionza en particular?
Lo respeto.
No me ha contestado…
Sí creo, sí creo. Soy agnóstico, pero sí creo. Vivo en esa contradicción.
¿Es supersticioso? Muchos escritores lo son…
Mucho. No solo no paso jamás por debajo de las escaleras o no derramo la sal… Por ejemplo, en Venezuela hay un concepto que se llama «la pava». Son las cosas de mal gusto que por ser de mal gusto dan mala suerte. Es algo que a García Márquez le interesó mucho cuando fue a Venezuela. Fumar desnudo y con calcetines, por ejemplo. Colocar caracoles detrás de la puerta. Todo eso da pava. Se asocia lo feo con la mala suerte. (Ríe) Un venezolano me dijo una vez que la tuna da pava.
Volviendo a la novela, la metáfora que da pie al título es un hallazgo… Esa montaña parecida a una gigantesca ola, El Ávila, que protege Caracas y al mismo tiempo puede destruirla…
Desde luego. Es que la protagonista se mueve constantemente entre la fascinación que le provoca Caracas y la certeza de que es una ciudad que puede destruirla. El Ávila tiene dos caras, dos energías, como Caracas. Magdalena se conecta con esa doble dimensión de la ciudad. Por eso en un momento de la novela dice: «El Ávila está cayendo. Los demás no lo ven, pero yo sí».
¿Caracas es la coprotagonista del libro?
Cierto.
Pero la imagen que da de esta ciudad es de puro conflicto, de un caos difícilmente recuperable. «En Caracas hay demasiadas balas en el aire, es una bala perpetua rodeada de aire», reflexiona Magdalena con tristeza.
Los caraqueños solo salen a la calle para enterrar a alguien o para despedir a algún ser querido que se marcha del país. Aunque intento ser optimista. O, como dijo Bryce, otra vez Bryce, soy un pesimista que quiere que todo salga bien. Pero mi infancia en Caracas fue muy feliz. Ahora… Yo he ido a Caracas tres veces el año pasado. El día a día es un infierno. Tú te levantas y te bañas si hay agua. Enciendes la televisión si hay electricidad.
En un momento de la novela, a cierto personaje le cuesta menos comprar una pistola que comprar tampones.
Claro. Se consigue antes un arma de fuego que un artículo de higiene básica. Es una realidad. Hay un periodista amigo que me contaba que había aprendido a hacer jabón artesanal. Ahora hay un plan de salud propuesto por el presidente que se llama «Plan de salud ancestral»: usar las medicinas de las abuelitas. Desde el poder ya te dicen que te olvides de las medicinas modernas. Y yo me pregunto, ¿qué va a ser, por ejemplo, de los enfermos de cáncer?
¿Conocemos en España la realidad de Venezuela o la información que nos llega de su país es sesgada?
Creo que llega una información aproximada. En realidad, menos terrible de lo que es. Es un horror menos modélico de lo que han insinuado ciertos políticos españoles. En general, en Europa se lee Venezuela con claves equivocadas que se basan en la lucha entre izquierda y derecha. Pero las claves de aquí no sirven ahí, porque en Venezuela la derecha es socialdemócrata y la izquierda tiene tintes fascistas. No. En Venezuela lo que hay, lo que ha habido siempre, es una lucha entre el militarismo y los civiles. Por desgracia a veces los desastres económicos favorecen a los gobiernos autoritarios. Es muy difícil que la casta militar que nos gobierna deje el poder.
En tiempos de crisis, la gente regresa a la espiritualidad…
En el caso de Venezuela, la religiosidad ha existido siempre. No creo que haya una relación directa.
En su novela, el único personaje con un cierto grado, por así decirlo, de pureza, es la detective. Pero, curiosamente, en la novela negra los detectives son personajes canallas y llenos de abismos…
Es cierto. Pero yo quería una identificación humana con mi protagonista. Quería que el lector se enamorara de Magdalena, que sintiera la necesidad de tomarse un café con mi protagonista. Yo a Magdalena la construí en base a las imágenes femeninas de mi infancia, mi tía, mis primas, mujeres batalladoras con sus puntos de penumbra, sí, pero personas buenas al fin y al cabo. Absurdamente buenas, a veces. Además, hace falta reivindicar las protagonistas femeninas.
¿La violencia constante en las calles de Caracas que usted describe es real? ¿Es real esa amalgama atroz de grupos paramilitares, espías, delincuentes?
Absolutamente. La novela negra es la novela de las cloacas de la sociedad, y yo me dediqué a la literatura porque no tuve el valor de hacer periodismo. Tengo amigas en Venezuela que están haciendo periodismo de investigación, revelando mentiras del Gobierno, y yo las admiro. No tengo su valor. Pero sí tengo mucha información al alcance de la mano sobre los colectivos paramilitares, el moderno armamento que utilizan, la delincuencia… A veces los asesinatos de estos delincuentes son subidos a YouTube, en vídeos espantosos. Está al alcance de todo el mundo.
«Hace dos meses», cuenta uno de los personajes, «un pana periodista denunció unos negocios fraudulentos de unos militares que tienen una empresa. Al salir de la estación lo estaba esperando un motorizado con una barra de hierro. Le dio por la cara cuatro veces. Solo un avisito, algo en plan suave. Apenas unas fracturitas y unos treinta puntos».
Sí. Caracas es ahora mismo la ciudad más peligrosa del mundo.
¿Volverá Magdalena a esta ciudad que tanto teme y ama a la vez?
Volverá, pero mi próxima novela se desarrolla en España, porque en Caracas los hechos que narro en La ola detenida aún están frescos. Pero volverá para vengarse.
¿Tenemos, pues, serie a la vista?
En la medida en que lo permitan mis proyectos, sí. Ahora en 2019 saco un libro de cuentos, porque quiero hacer otras cosas.
Por cierto, ¿le ha preguntado a María Lionza cómo le van a ir sus próximos proyectos?
Le he pedido que me vaya muy bien. Soy sincero. Yo tengo una imagen de María Lionza donde escribo. Y le he dicho: «Bueno, ahora te he dado a conocer más, échame tú también una mano».
¿Y ha habido respuesta?
Hasta ahora estoy muy contento, y espero que ella también lo esté.
Carlos Luria