«Mi obra gira alrededor de la desaparición»
Resulta extraño que la autora canadiense en lengua francesa Jocelyn Saucier no haya sido traducida antes en nuestro país. Ahora lo ha hecho Minúscula, de la mano de Valeria Bergalli, con Y llovieron pájaros, una pequeña gran joya. Esta historia situada en la foresta canadiense, pivota alrededor de la vejez, el amor, la huida y la libertad de elegir cómo vivir y morir. Una novela poética, poderosa y lúcida, con una muy cuidada traducción de Luisa Lucuix Venegas. No se la pierdan.
Llegó de Canadá hace pocos días, dejando su país a unos veinte grados bajo cero en pleno mes de abril, y está disfrutando de unos primaverales días mediterráneos. Es una mujer menuda y sonriente, de ojos vivos y que se expresa en un español más que aceptable, que se muestra gratamente sorprendida por nuestra «suavidad» y cercanía en el trato.
Tengo entendido que el punto de arranque de la novela fue la vida de una anciana tía suya, Marie-Ange Saucier, a quien dedica el libro, para que ella tuviera su propia historia.
No fue exactamente así. Yo la conocía, la visitaba a veces, pero no sabía que iba a convertirse en un personaje de mi obra. Cuando empecé con esta novela, la idea inicial era centrarme en la desaparición, en quienes deciden huir del mundo y vivir como ermitaños. Me he dado cuenta de que mi obra gira alrededor de la desaparición; no sé por qué, pues ni hay grandes desaparecidos en mi vida, ni tampoco yo me he marchado del mundo.
Siempre empiezo a escribir a partir de una imagen, una frase o una impresión y nunca sé dónde me llevará, es una aventura. Así que me centré en este tema a través de Charlie, un hombre enamorado de la naturaleza, al igual que muchos vecinos míos de la zona donde vivo. Hay otro personaje enamorado de la botella, también como muchos otros. El tercer personaje es un hombre que desea desaparecer por el gran dolor que arrastra. A la hora de encontrar el origen de ese dolor, di con los Grandes Incendios, que asolaron la zona de Ontario a principios del siglo xx y alrededor del tercer capítulo vi aparecer a esta mujer… ¡Era mi tía!
El libro presenta una vuelta a la naturaleza y me pregunto si se enmarca dentro de esta corriente que propugna un abandono de la metrópoli y la recuperación de un entorno más auténtico. En nuestro país se están publicando numerosas obras como, por ejemplo, reediciones de Thoureau.
Ciertamente en mi país la naturaleza está muy presente, muchos de mis conciudadanos viven en íntima conexión con ella. Mi marido, por ejemplo, es un poco como Charlie. Me hablaron también de esto en Francia, pero no soy consciente de formar parte de ninguna corriente. No me interesa la naturaleza en sí misma, sino como telón de fondo de estos personajes que viven y se comunican de manera real con ella, sin mitificaciones, pues no son científicos, sino personas corrientes.
Aparte de la naturaleza, otro elemento alrededor del cual gira la novela es la vejez, entendida como una nueva oportunidad de amar y de vivir en libertad, sin dramatismos.
Lamento que en la literatura y la televisión, cuando se habla de la vejez se haga hincapié en la queja, el lamento, el dolor, los duelos. Siempre me ha interesado la gente mayor, me fijo en ellos para saber cómo voy a envejecer. Al igual que la juventud, la vejez no dura mucho. Hay quienes incluso no la vivirán, así que la considero un privilegio que no se nos concede a todos. Ya no hay ambiciones, responsabilidades, trabajos… Creo que hay que vivirla bien, haciendo uso de la libertad y disfrutando de los pequeños placeres.
El personaje de la fotógrafa ¿también busca un modelo de vejez?
Sí, esos ancianos sabios le dicen que tiene que salir, alejarse de ahí y vivir la vida. (Ríe). Pero a mí también me interesa la vida de los otros, y quizás así no me pregunto sobre la mía. Tener una novela en mente quizás sea una manera de interesarme por otras vivencias.
Sí, pero aquí usted es la poderosa creadora.
Sí, cuando escribo, vivo. La literatura es el único lugar donde encuentro libertad: escribo cuando quiero, como quiero, sin compromisos editoriales.
En el texto encontramos a un hombre enamorado de dos mujeres, incapaz de amar, cuya vida gira alrededor de ese amor no consumado. ¿Por qué esta incapacidad?
Durante los seis días que Ted pasó errando entre cenizas, en medio del paisaje desolado después de los incendios, se impregnó de tal manera del dolor, que luego fue incapaz de amar. Por eso acaba marchándose al bosque. Solo cuando pinta es feliz. Como me pasa a mí con la escritura. ¡Es lo que siento a medida que escribo! Es muy gratificante, esa es la magia… y mi sueldo. (Ríe). El camino es incierto, como un hilo de Ariadna al que seguir, pero sé que llegaré a buen puerto.
Me ha parecido una novela muy colorista, con grandes contrastes entre la oscuridad del paisaje calcinado y el sol, los cuadros oscuros y los puntos luminosos, la vida y la muerte. La ceguera masculina no ve más allá de unos cuadros oscuros, solo el ojo de la mujer —especialmente el de la fotógrafa, educado estéticamente— ve qué representan y la luz que contienen.
Todo es eco de la escritura y la imaginación, pues ambas se alimentan mutuamente. Es lo que me gusta sentir con la ficción, esa llave que nos abre nuevas e interminables puertas.
¿Cómo se documentó sobre los Grandes Incendios? Apenas deben de quedar testimonios.
Durante años anduve por el norte, buscando —igual que la fotógrafa— inspiración para mi obra. Así tuve noticia de los Grandes Incendios. Me basé en testimonios escritos y me entrevisté con hijos de supervivientes. Iba tomando notas —a las que no siempre hago caso—. Cuando ideé el personaje de Ted como un superviviente, aún no era consciente de que el telón de fondo de su dolor sería la devastación forestal. A media novela ya sabía cómo sería el final, que me parece que es necesario para redondear la historia.
La muerte y la posibilidad de la misma están muy presentes.
Sí, ciertamente. Un hermano mío se suicidó hace años y siempre me pregunto cómo una persona puede matarse, pues no creo en otra vida y para mí, por tanto, es el fin. Creo que fue Camus quien dijo que la única pregunta importante es el suicidio.
En el caso de la vejez es distinto. Mientras escribía este libro, tenía miedo, pues en Canadá existe debate social sobre eutanasia. Mi generación, la de los baby boomers, somos muchos y en diez o veinte años seremos aún muchos y me pregunto si quizás por motivos económicos (gastamos mucho) vamos a acabar pidiendo la eutanasia por compasión hacia los otros (no hacia nosotros mismos). Hay que ser muy cautos. Tenía miedo de las preguntas de la prensa y, curiosamente, nunca me han preguntado sobre ello; es usted la primera.
En cambio el amor lo redondea todo.
Es un regalo que le hice a mi tía: quise darle algunos años de felicidad.
¿Falta aún reconocer la literatura amerindia canadiense?
Desde hace unos diez años, todo está cambiando. Ahora los amerindios ya no son sociedades tan cerradas, tienen acceso al colegio y la universidad. Las mujeres escriben y dejan constancia de sus quejas e inquietudes. Pienso que ellas serán los motores del cambio, pues son quienes se responsabilizan de los hijos y velan porque no caigan en el alcoholismo y en conductas autodestructivas.
¿Qué lee en su tiempo libre?
Me gusta leer ficción y tipos de literatura alejada de la mía, que saboreo con sana envidia.
¿Qué escritores admira?
Hace años me empapé de literatura sudamericana (mi primer marido era peruano) y pienso, por ejemplo, en Jorge Semprún. En los últimos años he leído numerosas novelas gráficas, creo que encierran grandes posibilidades creativas y van a ir a más.
¿Qué libro le habría gustado escribir?
Alguna novela de Semprún o La historia del amor, de Nicole Krauss (publicado en nuestro país por Salamandra), es pura poesía.
© de la autora: Cyclopes.
Y llovieron pájaros, Jocelyn Saucier, Minúscula, traducción de Luisa Lucuix Venegas, 187 pp., 18,50 € MB