El Milagro del Prado es una obra de carácter divulgativo acerca de determinadas vicisitudes que, durante la Guerra Civil (1936-1939), vivió el patrimonio histórico artístico ─con especial atención a la salida de las obras del Museo del Prado─ en la zona de España que quedó bajo control de la República.
Tras señalar las tensiones religiosas que se vivieron durante la II República y las que acompañaron en los meses anteriores al golpe de Estado de julio de 1936, nos hemos acercado a la grave situación en que quedó Madrid al tenerse noticia de la sublevación militar encabezada por el general Franco. Desbordado el gobierno que presidía Casares Quiroga ─dimitió el 18 de julio─ durante las horas siguientes, en medio de rumores e informaciones contradictorias, asumió provisionalmente, la presidencia del gobierno, Martínez Barrio, hasta que José Giral asumió el mando del mismo. En esas circunstancias, en Madrid se vivieron jornadas de confusión y caos. Las consecuencias para el patrimonio fueron graves, al materializarse dichas tensiones en la quema de numerosos establecimientos religiosos, así como el asalto a viviendas de aristócratas proclives al golpe de Estado que se había perpetrado.
Hemos querido dejar constancia de que la pronta reacción de las autoridades creando la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Histórico Artístico evitó males mayores. Concentró en varios depósitos las obras de arte provenientes de iglesias y monasterios, donde corrían peligro. Al mismo tiempo, desarrollaba una importante labor pedagógica para evitar desmanes ─sobre todo contra el patrimonio religioso─ que podían desatar las iras populares contra la Iglesia.
Esa labor encomiable tiene su contrapunto en la decisión que, ante la llegada de las tropas franquistas a las inmediaciones Madrid, toma el gobierno presidido por Largo Caballero ─a primeros de septiembre había sustituido al de Giral─ de incautar las piezas de oro y plata del gabinete numismático ─uno de los más importantes del mundo en aquel momento─ del Museo Arqueológico Nacional. Esta incautación se llevó a cabo en unas condiciones lamentables, dada la urgencia con que se exigió a sus responsables la entrega de las piezas. En pocas horas se echó por tierra el trabajo de catalogación realizado durante años por los numismáticos de la institución.
Esa valiosa colección de monedas formó parte del cargamento del yate Vita en que se trasladaron al otro lado del Atlántico, en más de un centenar de maletas compradas en París, junto a importantes obras del patrimonio histórico artístico español. Monedas y obras de arte que se perdieron para siempre en los pliegues de la oscura historia en que terminó todo ese cargamento, una vez desembarcado en México, y que generó un profundo enfrentamiento entre dirigentes republicanos en el exilio que siguió a la Guerra Civil.
Otro de los episodios abordados se refiere a la salida de las principales obras del Museo del Prado, por orden del gobierno de Largo Caballero en el momento en que tomó la decisión de abandonar Madrid e instalarse en Valencia en los primeros días de noviembre de 1936 ante la falta de confianza en que las tropas republicanas pudieran contener al ejército franquista que, tras su paso por Toledo, estaba a las puertas de Madrid.
La dirección del Museo del Prado, que había sido cerrado al público el 30 de agosto de ese año, decidió depositar las pinturas, debidamente inventariadas, en los sótanos del edificio, siguiendo las instrucciones de la Office International des Musées, para situaciones de conflicto bélico. Así se hizo con la ayuda del personal de la pinacoteca y bajo la dirección de Sánchez Cantón, subdirector del Museo, en ausencia de su director, Pablo Ruiz Picasso ─un nombramiento con fines propagandísticos, ya que nunca apareció por el Prado─.
La orden de sacar los cuadros de la pinacoteca causó estupor en Sánchez Cantón, que se mostró contrario a ello, pese a que Madrid estaba siendo bombardeada por la aviación franquista. La salida de los cuadros del Prado fue una decisión política, que trató de revestirse con criterios técnicos. Contravenía la normativa internacional de la época y en el caso de muchas de las obras sus condiciones desaconsejaban cualquier tipo de traslado, contra el criterio técnico.
Las peripecias sufridas por algunos de los cuadros sometidos al traslado serían llamativas anécdotas, si no fuera porque se pusieron en serio peligro obras como Las Meninas, de Velázquez o sufrieron graves desperfectos como Los fusilamientos de la Moncloa, de Goya. Particular preocupación entre los técnicos del Museo e incluso entre los miembros de la Junta de Incautación y Salvamento del Patrimonio Histórico Artístico provocaron los cuadros sacados del Prado, sin apenas protección, cuando en, diciembre de 1936, Rosa León, dirigió el traslado de las obras a Valencia. Obras maestras de la pintura universal, que se encontraban en condiciones complicadas, a riesgos muy graves, fueron sometidas a graves riesgos. Resulta verdaderamente milagroso que no se saldaran con consecuencias mucho más graves de las vividas.
Cuestión muy diferente es el trabajo realizado, entre otros, por Timoteo Pérez Rubio y José María Giner, en su trabajo por proteger los cuadros. Su preocupación por ficharlos, catalogarlos o restaurarlos cuando fue necesario tanto en sus depósitos de Valencia, su primer destino, como posteriormente en su viaje a Cataluña, hasta los depósitos del Castillo de Perelada o el de Figueras. Esa tarea mereció los elogios de los expertos internacionales que, muy preocupados por la salida de los cuadros del Museo, visitaron España durante la guerra. En los compases finales del conflicto, la creación de un Comité Internacional denominado de Salvación del Tesoro Artístico Español, su trabajo y desvelos, como ha demostrado Colorado Castellar en su excelente trabajo sobre este momento, son dignos de encomio. Pero en nuestra opinión no puede perderse de vista que las vicisitudes por las que pasaron los cuadros en su salida de España con destino a Ginebra, en unas condiciones verdaderamente dramáticas, son consecuencia directa de la decisión del gobierno de Largo Caballero de que los cuadros salieran del Prado para que estuvieran en el lugar donde se encontrara el gobierno de la República. Nos parece una mala explicación para justificar los riegos que suponía una aventura tan peligrosa.