Proust era un entusiasta de las cervezas que se servían en el bar del hotel Ritz y que tomaba en compañía de su colega Scott Fitzgerald, que a su vez incluyó ambos (el hotel y el bar del hotel) en su novela Suave en la noche.
La generación beat se dejaban arrastrar por el ambiente artístico del Hotel Muniria, un auténtico paraíso para los hedonistas que dedicaban sus días a escribir, tumbarse al sol y fumar marihuana.
Stephen King aprovechó inquietantes sensaciones y transfiguró el Hotel Stanley, de Colorado, en el espeluznante Hotel Overlook, escenario de El resplandor.
El Ritz madrileño ha sido testigo de la historia de España. Proyectado por el rey Alfonso XIII con la idea de poner Madrid en los mapas de los turistas europeos de alto copete, por sus pasillos alfombrados han caminado políticos, artistas, presidentes, reyes y reinas.
Atravesar una puerta giratoria y cambiar de rumbo. En los hoteles no conocemos a los vecinos y podemos fingir ser lo que no somos a ritmo de hilo musical. Romances que comienzan, que terminan, romances prohibidos o de tropezón en el ascensor. Puertas numeradas que pueden encubrir crímenes o reuniones clandestinas del Club Bilderberg. Todo es posible en los hoteles. Son escenarios fascinantes y no es de extrañar que a muchos escritores se les haya estimulado la imaginación y que incluso los hayan elegido como morada. Se podría trazar un itinerario turístico y dar la vuelta al globo recalando únicamente en hoteles con sabor a letra impresa.
Hoteles emblemáticos
Es casi seguro que el Ritz de París sería uno de los que encabezarían la lista de los preferidos por los escritores. Llegó a ser la segunda casa de Marcel Proust, que aseguraba que allí nadie le metía prisa. Quizás alguna de las magdalenas del desayuno tuvo algo que ver en… bueno, ya saben. En la actualidad el establecimiento cuenta con un salón y una suite bautizadas con el nombre del autor de En busca del tiempo perdido. Lo que sí parece confirmado es que Proust era un entusiasta de las cervezas que se servían en el bar del hotel y que tomaba en compañía de su colega Scott Fitzgerald, que a su vez incluyó ambos (el hotel y el bar del hotel) en su novela Suave en la noche. Tan entusiasmado estaba Fitzgerald con el lugar que quiso compartirlo con Ernest Hemingway. Juntos disfrutaron de esa Europa de entreguerras que se les quedaría impregnada para siempre: «Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, París te acompañará vayas donde vayas, el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue». Hoy el bar del hotel lleva el nombre del autor de El viejo y el mar.
Ernest Hemingway no solo estaba enamorado de la eterna fiesta de París. Como todos sabemos también quedó seducido por la magia de La Habana. Vivió en el Hotel Ambos Mundos antes de comprar la que sería su residencia en Cuba. El escritor de Por quién doblan las campanas dedicaba sus mañanas a escribir y las tardes a pasear hasta La Bodeguita del Medio o el Floridita.
Posiblemente el responsable de que los Sanfermines sean tan universalmente célebres sea Hemingway, que los describió al detalle en su obra Fiesta. El escritor estadounidense visitó en numerosas ocasiones Pamplona, hospedándose en el Gran Hotel La Perla, donde aún conservan como el primer día la habitación 217 (ahora la 201). Orgullosos como están de su ilustre huésped, en la actualidad organizan rutas turísticas para dar a conocer la ciudad que enamoró al nobel de literatura.
Otro establecimiento emblemático es el Chelsea Hotel de Nueva York, hervidero de artistas desde que abrió sus puertas en 1884, en principio como cooperativa privada de apartamentos. El primer literato que se hospedó en él fue Mark Twain, tras el cual la lista se fue ampliando. Sin entrar en polémicas, y si consideramos que Bob Dylan merece el Nobel de literatura, otro posible galardonado hubiera podido ser Leonard Cohen, que escribió el tema Chelsea Hotel en honor a Janis Joplin cuando se enteró de su muerte: «Te recuerdo claramente en el Chelsea Hotel./ Ya eras famosa, tu corazón era una leyenda./ Volviste a decirme que preferías hombres bien parecidos/ pero que por mí harías una excepción».
Thomas Wolfe aseguraba que solo podía escribir encerrado en este hotel. Así lo hizo hasta su muerte, en 1938. Arthur Miller también escribía de vez en cuando en el Chelsea mientras su por entonces esposa, Marilyn Monroe, dejaba las sábanas impregnadas con el olor de su piel y del Chanel N.º 5.
El autor de divulgación científica y de ciencia ficción Arthur Clarke se instaló en la habitación 1008 con su telescopio, quizás para dar luz a lo que sería su 2001: Una odisea del espacio. Y la plana mayor de la generación Beat, William Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack Kerouac escuchaba jazz en sus habitaciones mientras despotricaba contra el sistema y enaltecía la liberación sexual y el consumo de estupefacientes.
El brasileño Rubem Fonseca, en su libro de crónicas La novela murió, cuenta que en septiembre de 1953 recaló en el Chelsea. Una noche, mientras se encontraba en el bar del hotel, tropezó con el poeta y dramaturgo Dylan Thomas, hospedado a su vez en la habitación 206. Al parecer el joven galés bebía sin parar, con la mirada de los que se despiden de la vida. Al día siguiente Fonseca se enteró de que una ambulancia había venido a recoger al poeta. Murió en el Hospital St. Vincent. Sus últimas palabras fueron: «He bebido dieciocho whiskys; creo que es todo un record».
Hoteles para vivir
Pero si realmente hubo un lugar en el mundo en el que la Generación Beat se sentía mejor que en casa fue en Tánger. Abandonaron una América encorsetada para instalarse en el Hotel Muniria. Allí se dejaban arrastrar por el ambiente artístico, un auténtico paraíso para los hedonistas que dedicaban sus días a escribir, tumbarse al sol y fumar marihuana. De Tánger dijo Burroughs que era el único lugar del mundo donde el sueño coincide con la realidad. Allí escribió El almuerzo desnudo.
A finales de 1912 Rainer Maria Rilke realizó un viaje por España bajo el patrocinio de su editor. Visitó Toledo, Córdoba, Sevilla… pero la belleza de estas ciudades no llegó a impresionarle tanto como lo hizo la malagueña Ronda. Se instaló en el Hotel Victoria y allí vivió y escribió durante más de dos meses. El hotel aún conserva inalterable la habitación 208, que se puede visitar.
Vladimir Nabokov convirtió el suizo Hotel Montreux Palace en su hogar. Él y su familia ocuparon la actual habitación número 65 desde 1961 hasta 1977, cuando el autor de la controvertida Lolita falleció.
Hoteles para morir
En uno de los barrios más hermosos de París, Saint-Germain-des-Prés, murió Oscar Wilde, el 30 de noviembre de 1900, en la habitación número 16 de un hotel de cuarta categoría llamado DʼAlsace. El autor de El retrato de Dorian Gray, amante de la belleza y la elegancia, el que en otros tiempos fumó cigarrillos en boquilla de oro y paseó por las calles con un girasol en la mano, dejó este mundo rodeado por un mobiliario de pesadilla: un sofá viejo, una cama demasiado pequeña para su soberbia estatura, una mesa coja y un papel de pared tan horripilante que le dijo a Reginald Turner, el amigo que lo acompañó en sus últimas horas: «Este papel me está matando. Uno de los dos tiene que marcharse». Dejó sin saldar una cuenta de más de cuatro mil francos. En la actualidad el Hotel DʼAlsace ha cambiado su nombre por el de LʼHotel.
Atrás quedaron sus miserias. Ahora está convertido en un lujoso establecimiento de cinco estrellas que presume de su ilustre inquilino con una placa en su fachada.
No dejamos aún París, aunque sí cambiamos de barrio para llegar a Montmartre. En el Hotel Nice, uno de los mejores amigos del portugués Fernando Pessoa, del que dicen además que fue el inspirador de sus heterónimos, abandonó el mundo vestido con un frac tras beberse cinco frascos de estricnina. Al joven poeta Mário de Sá-Carneiro, afectado por una creciente depresión, le faltaba poco menos de un mes para cumplir los veintiséis años.
En la suite Sunset del Hotel Elysée de Nueva York murió Tennessee Williams el 25 de febrero de 1983, a la edad de setenta y un años. El forense que redactó el informe de la autopsia indicó que el fallecimiento se debía a la asfixia por el tapón de un envase de gotas oculares que intentó abrir con los dientes. Poco después otro informe modificó el primero, añadiendo que el consumo de medicamentos y alcohol pudo haber deprimido el acto reflejo de vomitar para expulsar el cuerpo extraño.
Donde no hubo muertes, pero de milagro, fue en el hotel A la Ville de Courtrai. Paul Verlaine acababa abandonar a su mujer y a su pequeño hijo (por suerte para ellos, ya que acostumbraba a maltratarlos cuando bebía) para vivir libremente su amor por el jovencísimo poeta Arthur Rimbaud. La prueba de que un maltratador lo es con pareja femenina o masculina es que la relación se deterioró hasta el punto de que Rimbaud, cansado de él, huyó a Bruselas. Allí lo encontró Verlaine el 10 de julio de 1873. Borracho y enrabietado le descerrajó dos balas mientras le gritaba: «¡Ten tu merecido! Así aprenderás a no largarte!». Le acertó en la muñeca, lo cual no dio para matarlo, aunque sí sirvió para que condenaran al autor de Los poetas malditos a dos años de prisión, tiempo que aprovechó para escribir y convertirse al catolicismo.
Hoteles que inspiran
Stephen King y su familia pasaron las vacaciones de 1974 en el Hotel Stanley, en Colorado. El establecimiento no terminaba de ser un buen negocio; solo abría en verano porque no contó con calefacción hasta los años ochenta. Pero había algo que amedrentaba a los posibles huéspedes mucho más que el frío, y es que se decía que el lugar estaba encantado. Como es de imaginar, aquellas vacaciones se convirtieron en una magnifica experiencia para un escritor de terror. Años más tarde, Stephen King aprovechó esas inquietantes sensaciones y transfiguró el Hotel Stanley en el espeluznante Hotel Overlook, escenario de El resplandor. En la actualidad, la habitación utilizada por King (la 408) es visitada con asiduidad por estudiosos de los fenómenos extraños, ya que se considera el lugar como uno de los más interesantes del planeta, paranormalmente hablando.
Pero cambiemos totalmente de género literario. Nos trasladamos al elegante Hotel Palácio Estoril, erigido en 1930 en un enclave geográfico privilegiado. La neutralidad de Portugal durante la II Guerra Mundial lo convirtió en nido de espías alemanes e ingleses, servicios de inteligencia, refugiados y familias de sangre azul. Basta decir que aquello terminó por conocerse como «la costa de los reyes». No es de extrañar que despertarse el interés de muchos escritores. Entre ellos Ian Fleming, que se hospedó en el hotel y supo absorber y transmitir el lujoso estilo de vida a su archiconocido personaje James Bond.
Jorge Luis Borges dijo una vez que, en cualquier parte del mundo en la que se encontrase, cuando sentía el olor de los eucaliptus, estaba en Adrogué. Se refería al ya demolido Hotel Las Delicias, donde pasaba las vacaciones infantiles junto a su familia. Madreselvas, estatuas de terracota, espejos… que quedaron impregnados en su memoria y que supo trasladar a sus historias.
El Pera Palas de Estambul es una atracción más de la ciudad turca. Antiguo refugio de intelectuales, aristócratas y artistas, no es necesario estar hospedado en él para poder visitarlo. Se construyó con idea de alojar a los pasajeros del emblemático Orient Express. Decorado con una mezcla de estilos art nouveau y oriental fue durante mucho tiempo el único edificio del Imperio que contaba con ascensor y con electricidad.
Agatha Christie se hospedó allí, exactamente en la habitación 411, donde se dice que escribió parte de su novela Asesinato en el Orient Express, conmocionada por la noticia del secuestro y posterior asesinato del pequeño hijo del aviador Charles Lindbergh, que inundó en 1932 los periódicos de todo el mundo.
Hoteles como escenario
Thomas Mann se alojó en 1911 en el Grand Hotel des Bains, en el Lido de Venecia, un impresionante edificio blanco de estilo paladino y decoración art nouveau, de bruñidos suelos de madera y lámparas de araña de cristal de murano. En este mismo lugar se hospeda el protagonista de su novela Muerte en Venecia.
El Hotel Cervantes de Montevideo puede proclamar con orgullo el haber acogido entre sus paredes a un buen número de escritores de renombre: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares… pero fue Julio Cortázar quien lo perpetuó para la eternidad al decidir que el protagonista de su relato La puerta condenada se hospedara en él. En la actualidad el hotel está restaurado y ha pasado a llamarse Esplendor, aunque el cuarto 205 permanece anclado en el pasado.
Los escritores actuales siguen encontrando atractivo situar sus obras en hoteles. Acaba de salir al mercado la novela de Antonio Puente Mayor, El enigma del salón Victoria, que arranca en 1899 al más puro estilo Agatha Christie. Un grupo de intelectuales de la talla de Arthur Conan Doyle, Gustave Eiffel, Sigmund Freud, Henri de Toulouse-Lautrec o Giacomo Puccini, tras una noche de excesos, descubre el cadáver de una joven con la piel recubierta de oro en una de las habitaciones del Hôtel du Palais de Biarritz, antigua residencia de verano de Napoleón III y Eugenia de Montijo. El misterio está servido.
Clásico entre los clásicos, elegido por el rotativo The Times como uno de los treinta mejores del Mediterráneo, el Hotel Formentor de Mallorca inspiró al exministro de Cultura Màxim Huerta para situar al protagonista de su última novela Firmamento.
Para que no quede duda alguna de que un hotel tiene una importancia fundamental en la trama de su obra, algunos autores (y autoras) incluyen el nombre del establecimiento en el título. Es el caso de la novela Hotel Lutecia, de Empar Fernández, que elige como escenario de su ficción el emblemático hotel situado en el 45, Boulevard Raspail de París. Y no es de extrañar que le atrajese, ya que ha acogido entre sus paredes a artistas de diversas disciplinas entre los que cabe destacar a Pablo Picasso, James Joyce, Joséphine Baker, Antoine de Saint-Exupéry…
Y qué decir de las razones que me llevaron a escribir Los lunes en el Ritz. El hotel madrileño ha sido testigo de la historia de España. Proyectado por el rey Alfonso XIII con la idea de poner Madrid en los mapas de los turistas europeos de alto copete, por sus pasillos alfombrados han caminado políticos, artistas, presidentes, reyes y reinas.
Sirvió de hospital de sangre durante la Guerra Civil y en una de sus habitaciones murió el anarquista Durruti. En la actualidad se encuentra en proceso de reforma, pero promete regresar con energías renovadas a finales del 2019. Resultaba demasiado tentador no aprovechar su historia para fabular la mía.
Hoteles, pensiones, posadas, moteles… lugares de reposo para personajes como Emma Bovary, Don Quijote de la Mancha o Phileas Fogg. Seguramente caldo de cultivo infinito para los escritores presentes y futuros. ¿Han salido ochenta? Puede que no. Puede que sean muchos más. Quizás en otro momento.