Es curioso que Marcos Giralt arrancara a escribir como gesto de rebeldía contra su padre (el pintor Juan Giralt) y que luego su desaparición de este mundo le inspirase uno de los libros más luminosos de la literatura reciente. Desde aquel Tiempo de vida (con el que ganó el Premio Nacional de Narrativa) el autor nos tenía huérfanos de su palabra… hasta que ha llegado este «cuentario», cuyo título, Mudar de piel, proviene de la frase de uno de los relatos que no es sino una metáfora de lo que sucede en cualquier historia: la descripción de un cambio, de una mutación de piel. Esa que nos describe cómo un personaje empieza siendo de determinada manera y, como consecuencia de los hechos narrados, termina siendo de otra.
Así son las nueve historias que componen este libro, contadas de un modo sutil y rotundo, como cosidas a mano, con tramas diversas pero en las que todos sus protagonistas están mutilados —o discapacitados— por los afectos. La existencia, la casualidad, sus propias decisiones o el devenir de la vida consiguen hacerles llegar al final de cada relato de un modo distinto a como lo empezaron. Aunque la culpa, la maldita culpa judeocristiana, persiga sus pasos…
La ausencia del padre o la madre, el perdón, la deslealtad, la traición, el destino, el clasismo, el paso del tiempo, la búsqueda de la aceptación social, la condición de hijo único (recurrente en la literatura de Giralt)… Todo ello está comprimido en este volumen. Los lazos de sangre y el modo de hacerse o deshacerse de ellos son el eje central de su verbo. La familia, aquello que alguien definió como la primera célula terrorista de la historia, late en estas páginas. En algunos casos serán simples escaramuzas, pero en otras narraciones se parecen a agotadoras campañas de asedio en las más duras trincheras.
No son vidas remotas ni titilantes, sino existencias corrientes como la de cualquier lector. Ese es el punto en que apela, nos apela, de forma directa: todas las familias, por comunes que nos parezcan, esconden anomalías. Descubrir esas incoherencias es, en definitiva, el leitmotiv de esta colección de cuentos. En la primera historia, Lucía, habla con su hermano sobre «familias normales» y asevera con la soberbia de la adolescencia que «ninguna lo es». En Abrir ventanas el protagonista es un escritor —aparecerán varios, a lo largo del volumen—, pero sobre todo es un padre que cría a su hija sin madre y trata de no perderse en la evolución de niña a mujer y en Rendijas, islas, el narrador vive una cercanía escasa con un padre con el que «o atraviesas las incertidumbres de la vida, aunque sea a costa de cerrar los ojos, o te recreas en el malestar. Pero el daño acaba por salir, también eso he aprendido». Pero, sin lugar a dudas, el cuento más esplendoroso es Mudar de piel, verdadero proyecto de novela, donde se nos muestra a dos hijos vulnerables de un padre inventor, con la cabeza en la estratosfera.
No sé si se me permitirá decirlo, o algunos me criticarán, pero en ocasiones, y solo de forma excepcional, Giralt Torrente me desconcierta del mismo modo que lo hace el Nobel Kazuo Ishiguro, en tanto que incomoda, desacraliza, va más lejos de la fe y de la moral… de alguna forma próxima —sin serlo— a la corriente «concernista», con fábulas sin moraleja aunque en un presente y no en un futuro… inquietantes, siempre. Nos presenta a sus protagonistas sin más, como si estuvieran liofilizados hasta que fueran rescatados de la tinta. Con su imposibilidad para comunicarse, su soledad, el peso abrumador del azar y los problemas de identidad siempre a la deriva. El autor es un genio, un valor en alza, un escritor que nos enseña lecciones valiosas sobre la percepción —sin subirse a ningún púlpito— con una memorable fuerza poética.
Mudar de piel, Marcos Giralt Torrente, Anagrama, 240 pp., 17,90 €
ÁNGELES LÓPEZ