«La flamante finalista del Premio Planeta 2018 ha mamado literatura desde pequeña. Pero no es un nombre más que ha de batirse en duelo con la sombra de su famoso progenitor. Ayanta Barilli no mata al padre ni pasa cuentas con la controvertida figura de Sánchez Dragó. Las mujeres de su familia materna son las absolutas protagonistas de Un mar violeta oscuro».
La viralización del movimiento #MeToo y la comercialización editorial del empoderamiento femenino está proporcionando buenos réditos a la industria del libro. Pero Planeta, mucho antes de que las redes sociales ardieran en llamas dignificando la figura femenina, ya había apostado por las mujeres, las más ávidas lectoras y las más entregadas al oficio de escribir. El ganador de este año, Santiago Posteguillo, se alzó con el suculento premio pontificando las virtudes de la artífice de toda una dinastía romana, pero la finalista ha ido más lejos y, a la vez, más cerca. En su novela Un mar violeta oscuro son su bisabuela, su abuela, su madre, su hermanastra y hasta ella misma las que llevan el peso de la historia. Historias de mujeres sometidas, a pesar de su brillantez, envueltas en relaciones tóxicas, heridas de muerte por el cáncer de mama y desgraciadas a pesar de no ser ni pobres ni ignorantes.
Memorias sin aspavientos
Estructurada como unas memorias, la autora deja en el aire qué es realmente cierto y qué partes están recreadas. Como hacían las mujeres de su familia, que ocultaban, que no decían y que tenían terror a las verdades. Mujeres que se engañaban a sí mismas para sobrevivir y que aprendieron a callar.
Vivencias y entorno intelectual no le faltan a Ayanta Barilli. La vida de cada una de las mujeres de su familia es tan jugosa que bien se podrían haber escrito tres libros conclusivos, o ya puestos a rizar el rizo, pergeñar una exitosa trilogía. Pero Barilli se conforma, con una elogiable humildad, con esbozar unas personalidades dramáticas sin caer ni en espavientos ni en un criticable victimismo.
Es sobrecogedor comprobar la locura, o la no locura de su bisabuela, que como muchas mujeres de su época fue internada en un terrorífico manicomio porque estorbaba, porque su vida no era como las demás o porque simplemente la cortedad de miras no daba con unos trastornos que eran eso, trastornos, y no rematada demencia. El lector agradece que la siempre cacareada felicidad de la infancia no exista; que la dolorosa orfandad no sea desgarrada y que no se escuchen de fondo gritos de italianas temperamentales. Elegancia, sensibilidad y mesura explicando unos hechos que en otras manos se podrían haber convertido en novela de terror, folletín romanticón o soflama feminista.
Sobre los hombres cae una mirada hasta indulgente. No carga las tintas sobre el denominado sexo fuerte. En lugar de esgrimir un arma afilada, la autora describe sin recrearse hechos deleznables. Esos que en todas las familias han existido y que todos y todas han tratado de esconder. Hasta la figura paterna, que podría haber salido mal parada en un coherente ajuste de cuentas, resulta entrañable. Porque aquí es donde entra el morbo aliado con el marketing. Ayanta Barilli es periodista, actriz y ahora escritora, pero es para lo bueno y para lo malo hija de Fernando Sánchez Drago. Un progenitor que «me ha enseñado a tener como escudo un libro y como espada una pluma» y que, con henchido orgullo, califica a su hija como «la bendición de su vida».
Así que, si los lectores buscan en las páginas de la obra finalista del Planeta sapos y culebras contra el controvertido escritor, se van a llevar un chasco. Y no ha debido de ser fácil pergeñar un retrato del escritor tan aséptico y a la vez tan humano. Un padre ausente, nada convencional pero que no aparece ni como héroe ni como villano. Todo un ejercicio de generosidad. Porque en estas páginas las que de verdad cuentan son ellas, las mujeres. Mujeres que sufren el cáncer, viven las infidelidades, injusticias y humillaciones. Madres que no se desgarran la camisa ni gritan a los cuatro vientos su coraje; mujeres que viven las relaciones sentimentales sabiendo qué es amor, qué es conveniencia y qué es pasión; qué merece la pena y qué no. Aunque sea para caer de bruces y sin remedio con quien no deben. Historias que se silencian o adornan pero que Barilli ha sabido recuperar para, como dice ella misma «entenderme, para saber quién soy».
Palos y astillas
España es un país prolífico en sagas artísticas. También de familias en que solo la mención del apellido remite a bufetes de abogados y a consultas de médicos. Pero la sombra de los padres autores es como poco intimidante porque los linajes de escritores no son muy habituales por estos lares.
Franz Wright y su hijo James; Kingsley y Martin Amis, John y Susan y Benjamin Cheever o Arthur y Rebecca Miller son nombres que se repiten en los medios literarios anglosajones y en este aspecto por aquí andábamos algo cojos. En esta edición del Planeta se ha premiado a la hija de un también planetario ganador pero Ayanta Barilli no está sola. Todavía resuenan los ecos del éxito de la novela de Milena Busquets glosando a su madre, Esther Tusquets.
No es el único caso femenino: Vicky González Torralba ha rescatado al inspector Méndez, el personaje también laureado con el Premio Planeta, que su padre Francisco González Ledesma ha dejado como legado a toda una generación de escritores noir.
Daniel Vázquez Sallés ha heredado la laboriosidad y profesionalidad de su padre Manuel Vázquez Montalbán… Bueno, haciendo este repaso nuestras letras no salen tan mal paradas. Tal vez la genialidad no se herede, pero el amor por la escritura sí.
REYES SALVADOR
UN MAR VIOLETA OSCURO, AYANTA BARILLI, 408 PP., 21,50 €