No resulta fácil, como imaginan, ser justo cuando se eligen los mejores títulos de un año. En primer lugar porque la oferta es tan inmensa que resulta imposible cubrir ni siquiera una mínima parte. En segundo término, porque pasado el tiempo el ruido desaparece, el polvo se asienta sobre los libros y resulta más sencillo considerar qué había de bueno en cada cosecha. Toda lista es por tanto una primera tentativa de ordenar ese caos que es la vorágine editora de cada temporada.
Esta es nuestra propuesta de la mejor narrativa en castellano de este 2018 que se nos va:
Una de las primeras sorpresas agradables del año la brindó Fernando Aramburu con su Autorretrato sin mí (Tusquets), prosa poética de gusto y altura al servicio de la memoria y la experiencia. Después del éxito de Patria encontramos al autor vasco en un registro radicalmente distinto, hecho que supone una valentía por parte del autor que muchos buenos lectores han entendido y sabido recompensar. No repetirá el éxito de Patria, pero sin duda alarga mucho la figura de Aramburu como destacado entre nuestros narradores.
Ignacio Martínez de Pisón nos ofreció Filek (Seix Barral), libro de las andanzas de Albert Von Filek, estafador que recorrerá el país desde 1931 y al que sorprenderá una guerra civil y dictadura en la que el timador encontrará terreno abonado para sus fines lucrativos. Una explicación novelada de la incompetencia de un régimen que, en su crueldad, también tuvo bastante de chusco.
Con Fractura (Alfaguara) Andrés Neuman, argentino afincado en España desde su juventud, nos ofreció quinientas páginas en las que un superviviente de Hiroshima conoce la noticia del escape radiactivo de Fukushima y decide emprender un viaje hacia la región devastada. Watnabe, que así se llama el protagonista, es rondado por un periodista argentino que ejerce como contrapeso a la historia del anciano japonés.
El malagueño Antonio Soler ha dado una obra mayúscula, nombrada con el sencillo vocablo de Sur (Galaxia Gutenberg). Su larga trayectoria ya nos ha demostrado que tiene una voz personal, bien fundada y trabajada a lo largo de su narrativa. Pero esta historia dotada de no pocas dosis de humor y experimentación, que parte de la anécdota de un cuerpo humano que aparece cubierto de hormigas en un descampado de la Costa del Sol, es sin duda lo mejor que ha ofrecido hasta la fecha.
Manuel Vilas nos ha encandilado con Ordesa (Alfaguara), un libro fundado a partir del poder de la memoria. Nostalgia de objetos, de personas. Reflexiones en torno a España como un país de contrastes, capaz de albergar lo mejor y lo peor. Autoconfesión en la historia del derrumbe de su matrimonio. Los hijos. Material fieramente humano, que diría el poeta.
De las profundidades de los letraheridos surgió La novela del buscador de libros (Fundación José Manuel Lara), homenaje de Juan Bonilla al anhelo rayano en vicio de la compra de libros, en un viaje autobiográfico que va más en busca del próximo volumen que de la reflexión sobre uno mismo. Recomendación mayúscula para pasiones bibliófilas irrefrenables.
Rafael Reig lleva tiempo aproximándose a la novela redonda, y en Para morir iguales (Tusquets), su entrega de 2018, doy fe de que ha estado muy cerca de alcanzar la plenitud. Tiene mucho interés esta historia del niño Pedrito en un orfanato madrileño, en el que el final del franquismo está encerrado en la opresiva atmósfera del hospicio.
Falcó ha tenido continuación en Sabotaje (Alfaguara), novela bien armada y de lectura amena que ha compensado la decepción de su anterior entrega de este mismo año, Los perros duros no bailan. Nuestro detective se ve embarcado nuevamente en un mundo inestable, sorprendente, que sabe sacar lo mejor de la tradición de la novela de espías para incorporarlo al saber narrativo de Arturo Pérez-Reverte. No son pocos los críticos y lectores que han afirmado que nos encontramos ante el mejor Falcó.
Ha interesado mucho la novela de Berta Vias Una vida prestada (Lumen), narración sobre la vida de la fotógrafa Vivian Maier, de la que uno cree conocer casi todo lo importante al concluir el libro. Escrito en una segunda persona arriesgada que la autora hace funcionar con pericia, la novela recoge los orígenes europeos de la fotógrafa, su tiempo como niñera en Chicago y Nueva York, pero sobre todo es una aproximación completa a la personalidad de un artista.
Sara Mesa ya había ofrecido en Mala letra destellos de interés, que han cuajado en su entrega del 2018, una Cara de pan (Anagrama) que sabe sacar de una relación entre dos personajes, un viejo y una niña, material que se adentra en oscuridades a las que muchos autores prefieren no asomarse. Mantiene su estilo frío y vacío, en el que no hay lugar para el preciosismo.
De Cuba nos vino La transparencia del tiempo, de Leonardo Padura (Tusquets), libro número nueve de las aventuras del detective Mario Conde. El carácter singular de la novela viene, fundamentalmente, de la sociedad en la que se desarrolla. El lector quedará seducido por la particular visión de una Habana pobre, devastada por la prolongación extrema de una dictadura. La transparencia del tiempo es menos una novela de detectives (que también lo es) y más una historia sobre el mundo de la picaresca y pillería en la Cuba contemporánea, que desnuda al régimen y lo coloca frente a nuestros ojos.
Concluimos esta lista con una de las voces más interesantes del panorama en español contemporáneo: el argentino César Aira. Si ya ha sido importante contar este año con una edición de sus artículos bajo el título de Evasión y otros ensayos (Literatura Random House), sobre todo hemos disfrutado con una novela breve tan hipnótica como extravagante. Hablamos de Prins, publicado en la misma editorial, historia singular en la que un autor célebre especializado en novela gótica abandona la escritura en su frustración por no haber culminado su genuina vocación literaria. Empleará su libertad en consumir opio, hábito que le conducirá a un Buenos Aires tan mágico como decadente.
Rafael Ruiz Pleguezuelos