Tradicionalmente se considera que el llamado nuevo periodismo surgió de las plumas de Truman Capote o Günter Wallraff, pero en este volumen de editorial Edhasa el escritor y periodista cultural Sergi Dòria reivindica a una generación de escritores que también ejercieron de periodistas, con la selección —y a veces traducción del catalán— de una serie de nombres del mundo del periodismo de la época. Nombres que se movían sin problemas entre Madrid y Barcelona.
Esa generación, nacida entre 1900 y 1910, se caracterizó por lanzarse muy joven a la escritura en prensa. En ellos, la influencia de la naciente radio se plasmó en un estilo más corto y directo. Estaban acompañados por fotoperiodistas, pues el semanario gráfico estaba en su apogeo, son ventas que se movían alrededor de los cien mil ejemplares. Una generación que no solo padeció la Guerra Civil, sino las consecuencias políticas, sociales, culturales y creativas de la dictadura franquista.
Es revelador cómo las distintas piezas transpiran precariedad, crisis económica, pobreza y hambre; incluso en una ciudad de Barcelona escenográficamente abocada al turismo. Algunas de ellas sirvieron de inspiración a otros, como la de Francisco Madrid a Buñuel por su crónica sobre una semana en Las Hurdes; o como la muerte del torero Ignacio Sánchez Mejías, narrada por Juan Ferragut, sirvió de inspiración a Federico García Lorca para su poema elegíaco.
La recopilación la conforman, entre otros, Gaziel, González-Ruano, Carles Sentís, Ignacio Agustí, Agustín de Foxá y Paulino Masip. Por las páginas desfilan el paso de la vedette Mistinguett por España (Braulio Solsona), las colas de los comedores sociales (Magda Donato), un trayecto entre Barcelona y Sitges con Buster Keaton (Irene Polo), unos gitanos que se quejan de la competencia (Rosa María Arquimbau), el Barrio Chino de Barcelona (Francisco Madrid), tres días como chica de servicio en el Palace de Madrid (Josefina Carabias) o el asesinato de Marcelino Oreja (Josep Pla).
Un interesante volumen que constituye lo que Unamuno acuñó como una intrahistoria de la República, es decir, la letra pequeña de cada época: maneras de vivir, trabajar, divertirse, comer, cantar. La vida misma.