TECNÓLOGAS, HABERLAS HAYLAS
«Hay demasiados hombres escribiendo códigos, hay mucha testosterona en las órdenes que hacen funcionar los aparatos»
El futuro será digital y, si no cambian las cosas, seguirá teniendo barba dada la escasa presencia femenina en los estudios de las disciplinas STEM (Ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Sin embargo, nadie discute que la panacea laboral estará en la tecnología, entonces ¿por qué una parte de la población, las mujeres, va a quedarse fuera? ¿Por qué desciende la presencia de tecnólogas? ¿Por qué, por ejemplo, la representación femenina en los estudios informáticos es en la actualidad de un 12%, cuando entre 1985-1987 era de un 30%? ¿Faltan referentes femeninos en el ámbito tecnológico?
La respuesta es un «no» rotundo. Hay muchos nombres de mujer asociados a los inicios de Internet, la programación o el desarrollo tecnológico. Son, una vez más, las olvidadas por la historia, las grandes desconocidas, mujeres determinantes como Ada Lovelace, hija del poeta Lord Byron, considerada la inventora del código de programación y creadora del primer algoritmo para ser procesado en una máquina. Hoy en día su figura es ampliamente reconocida, después de muchos años desterrada a un ignominioso silencio.
Silenciadas, olvidadas y alejadas de la tecnología, no es hasta 1965 cuando encontramos a la primera doctora en ciencias de la computación: la hermana Mary Kenneth Keller, quien ayudó a desarrollar el lenguaje de programación BASIC. Y, hasta 1986, también permanecieron ocultas las seis mujeres que se ocuparon de la programación de la máquina ENIAC (Betty Snyder Holberton, Jean Jennings Bartik, Kathleen McNulty, Mauchly Antonelli, Marlyn Wescoff Meltzer, Ruth Lichterman y Teitelbaumy Frances Bilas Spence). Ellas sentaron las bases de la programación en 1946, pero durante cuatro décadas se consideró que las féminas fotografiadas junto a la máquina… ¡eran modelos!
También fue una mujer, Grace Murray Hopper, la inventora del lenguaje de programación COBOL, y fue ella la que popularizó el término debugging para corregir errores ya que, cuando trabajaba en Harvard, tuvo que quitar un insecto (en inglés, bug) que se había atascado en una computadora.
En la pantalla grande, no en el ámbito académico, triunfó la actriz austriaca Hedy Lamarr, la primera mujer que protagonizó un desnudo en la historia del cine, y también la primera persona que concibió la versión del espectro ensanchado que propiciaría la tecnología wi-fi.
No podemos olvidar a Evelyn Berezin, desarrolladora del primer sistema de reservas de billetes aéreos, y considerada la creadora de los procesadores de texto, pues en 1968 ideó un programa que permitía almacenar y editar textos. Junto a ella, Jude Milhon, la madre del ciberpunk, hacker, feminista y defensora de los ciberderechos. También Carol Shaw, la primera mujer diseñadora y programadora de videojuegos.
Falta espacio para mencionar aquí a todas las tecnólogas históricas, pero no podemos olvidarnos de la leonesa Ángela Ruiz Robles, que inventó el libro mecánico y anticipó el ebook en los difíciles años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil española. Su deseo de facilitar el aprendizaje, su obsesión por el peso de las carteras, y su convicción de que era necesario transformar la educación tradicional (memorística) en una enseñanza interactiva y razonada, le llevaron a idear -en los años cuarenta del siglo pasado- un nuevo formato de libro. Doña Angelita, como era conocida, llegó a patentar su Enciclopedia Mecánica, y el Ministerio de Educación autorizó su eventual uso en las aulas. El proyecto no fructificó por falta de financiación que, tal vez, hubiera conseguido si se llamase Don Ángel.
En definitiva, referentes femeninos ocultos, desconocidas por mujeres de todas las edades; mujeres que son mayoría en las aulas universitarias, algo que, como dijimos, no ocurre en las carreras STEM. Hay varios factores que parecen incidir esa ausencia. Uno de ellos es la publicidad, ya que los anuncios han propiciado esa idea de que la tecnología «es cosa de niños», como el coñac «es cosa de hombres». Ese estereotipo de género pervive en series y películas protagonizadas por frikis y hackers masculinos.
Más allá de los estereotipos de los medios de comunicación, también el prestigioso premio Turing, el equivalente al Nobel para informática, escora hacia un lado y, desde su creación en 1966, sólo se ha concedido a tres mujeres.
Otro factor que influye en el descenso femenino en las disciplinas STEM es la carencia de reconocimiento y visibilidad en el ámbito tecnológico. Faltan referentes, ya sean lejanas -como las tecnólogas históricas-, o más cercanas; referentes que puedan inspirar a las niñas a estudiar una carrera tecnológica. A esto se suma el hecho de que muchos entornos tecnológicos son misóginos, como la cultura brogrammer, la combinación de brother, conjunto de hombres muy unido y sexista, y programmer: una cultura machista en la que es normal hacer comentarios sexistas y pensar que las mujeres son inferiores. Por eso, tan importante es enseñar a las chicas que la tecnología no tiene género como enseñar a los chicos que es un campo transversal en el que las chicas son iguales o, incluso, mejores. Además, el sistema educativo tendría que incluir, junto con la lectoescritura, una asignatura troncal que enseñase cinco competencias básicas: programación, resolución de problemas y pensamiento algorítmico, manejo y análisis de datos, conocimiento del hardware y redes. En definitiva, conocimiento tecnológico universal.
Avanzamos hacia un mundo controlado por algoritmos y es urgente identificar la parcialidad intrínseca en la cultura, el lenguaje y los hábitos de la sociedad. De lo contrario, esa parcialidad será trasladada (y potencialmente multiplicada) a dichos algoritmos. Hay demasiados hombres escribiendo códigos, hay mucha testosterona en las órdenes que hacen funcionar los aparatos. La inteligencia artificial ¿tendrá barba?.
Hagamos todo lo posible para que el futuro sea diverso… e inteligente.
LECTURAS RECOMENDADAS
Xenofeminismo, Helen Hester, Caja Negra Editora, 142 pp., 14 €
En una época de aceleración tecnológica, ¿cómo podrían reconfigurarse las políticas de género cuando las fronteras entre lo humano y lo no humano, la cultura y la naturaleza, el hombre y la mujer se vuelven cada vez más borrosas? A partir de influencias que van desde el ciberfeminismo, el poshumanismo y el activismo trans*, el xenofeminismo proyecta un mundo más allá de las nociones de género, sexo, raza, especie y clase. La naturaleza se entiende como un espacio de conflicto atravesado por la tecnología, un espacio que debe ser reconquistado, en especial por las mujeres, sobre quienes recae la idea de lo «natural» con su mandato reproductivo. Un texto para refrescar la mente.
Manifiesto para cyborgs, Donna J. Haraway, Infinito, 2018, 93 pp., 15 €
Publicado originalmente en 1985 y revisado en 1991, este manifiesto resume a la perfección el estado de los estudios culturales, los estudios de género y, en particular, la discusión por la identidad y el lugar de las mujeres en los últimos días de la Guerra Fría y el avance del capitalismo postindustrial. Un original alegato del feminismo militante, un cruce de filosofía y ciencia-ficción, una máquina viviente de romper prejuicios. Un clásico para seguir pensando.
El algoritmo de Ada, James Essinger. Alba, 2015, 232 pp., 19,50 €
Cuando Annabella Milbanke, la madre de Ada Lovelace, abandonó a lord Byron, estaba decidida a alejarla de la «locura Byron» y darle una educación severa, centrada en las matemáticas, que no alentase su imaginación. Sin embargo, a los trece años, la niña ya pensaba en una máquina de volar y, a los diecinueve, cuando conoció a Charles Babbage, inventor de un proyecto de «máquina analítica» (una sofisticada calculadora), vio las infinitas posibilidades del nuevo hallazgo y su aportación fue fundamental. Una biografía para futuras tecnólogas.