«El leitmotiv en el que Pron se va a recrear a placer es la paradójica incomunicación que vivimos en medio de las más avanzadas telecomunicaciones»
Patricio Pron es un entomólogo. Disecciona desapasionadamente, con lupa y a una distancia más que prudencial, una colonia compuesta por individuos casi anónimos a quienes ni siquiera da nombre, solo iniciales, encabezada por Él y Ella, que algo sobresalen entre sus iguales, otros jóvenes urbanos de clase media cercanos a los cuarenta años. Viven en el Madrid actual, Ella es arquitecta, y Él, ensayista de oficio, es su pareja desde hace cuatro años. La historia parte de su ruptura sentimental, que ya da buena muestra del leitmotiv en el que Pron se va a recrear a placer: la paradójica incomunicación que vivimos en medio de las más avanzadas telecomunicaciones. Nos irá sugiriendo que el contexto de precariedad socioeconómica, laboral y, por ende, de valores, tiene mucho que ver, mostrándonos cómo acaba arrastrando los vínculos amorosos, tan frágiles, a una precariedad semejante. Desde la primera página, la novela arde en deseos explícitos de dejar testimonio de un siglo XXI neurótico, de confusión en roles y relaciones interpersonales, convertidas en un producto más de consumo a golpe vertiginoso de clic, que condena a lo provisiorio y la más absoluta de las soledades en compañía de muchos. Terminar un noviazgo por WhatsApp o conocer los gustos y la vida interior de tu esposo gracias a haberle robado la contraseña del móvil se acuñan como estampas habituales en una cotidianidad de titulares sobre la posverdad y cierre de librerías tradicionales, que no es baladí, porque el derrumbamiento de la pareja va, en este libro, en paralelo al derrumbamiento de toda una cultura (y editorial, se subraya).
En torno a Él y a Ella, revolotean amistades que intentan ayudar pero que acaban aportando más dudas que certezas, y vislumbramos cómo puede dejar de funcionar por primera vez en la Historia, con la generación Tinder, el clásico de que los muñecos menos rotos puedan sostener momentáneamente a los que acaban de hacerse añicos.
Para ilustrar la desolación sin tregua, está muy bien hilado el carnaval de pantomimas sociales y epifanías del desastre, desde matrimonios deshechos que fingen felicidad en las fiestas de cumpleaños infantiles y maternidades de anuncio publicitario inspiradas por el egoísmo hasta parejas incapaces de cerrar un mínimo compromiso, maridos ridículos que calibran su infidelidad a conveniencia y mujeres acomodadas en la sordidez de cualquier migaja de afecto a su alcance.
Queda la duda de si esta radiografía de un grupo social desencantado en un tiempo y un país, con unos nuevos usos sociales marcados por lo efímero, es más bien una autopsia.
La gran pregunta que interpela al lector es si Pron, con su desesperante racionalismo, nos está colocando frente al final de una era: «¿Está terminando el período histórico en que el interés por las artes, también la literatura, no había sido visto como un defecto de carácter sino como una forma de habitar el mundo?». O acaso nos está allanando el terreno para situarnos delante de un nuevo principio. La única esperanza de resistencia sentimental nos la deja en lo más íntimo de lo intrahistórico, al fin claro y sin circunloquios. Nos llega con Él, a quien por primera vez vemos abrirse y no cerrarse al mundo, con un primer paso fuera de la colmena de la alienación al asumir con responsabilidad que «lo que diferencia el amor del deseo es que el primero conoce la renuncia y el segundo, no». ¿Sencillo, verdad? Pues Pron parece decirnos con todo este largo trayecto introspectivo plagado de elucubraciones que hay a quien, en nuestros días, le puede llevar no toda una novela, sino toda una vida, entenderlo. Podríamos aferramos a esto para concluir que, en la decadencia que dibuja, no está señalando un punto de no retorno. Es un chico listo, y lo demuestra en estas últimas páginas que hacen la novela merecedora de una relectura para poder valorarla como lo que es, un texto inteligente cuya frialdad permite que no falle la pluma sobre la llaga.