El escritor palestino de origen libanés Mazen Maarouf publica en castellano y catalán Chistes para milicianos, una historia de la vida en área de guerra, desde el punto de vista de un niño con gran imaginación.
Toni Montesinos
Pocas trayectorias tan particulares hay en el mundo literario actual como la del autor Maren Maarouf (Beirut, 1978), que acaba de publicar entre nosotros una obra sumamente atípica y al tiempo valiente, Chistes para milicianos (en castellano, en Alianza Editorial; en catalán, en Navona), ambientada en una zona de conflicto armado.
Algo que él conoció desde pronto por su origen y que continuó hasta el punto de que ha ido viviendo toda su vida como refugiado palestino en Líbano –sus mismos padres ya estaban ahí recién casados–, hasta que recibió recientemente asilo en Islandia a través de la Red Internacional de Ciudades Refugio.
En varias localidades de España, como Barcelona o Sevilla, Maarouf estuvo promocionando este libro en el que impera el humor como primer plano dentro de un ambiente trágico, por medio de catorces textos en que lo real y la fantasía, lo surrealista y lo tragicómico conviven para, en la mayoría de ocasiones, sorprender al lector. Sin embargo, los inicios de Maarouf tendieron a la campo científico: fue profesor de Física y Química durante años, para luego ya consagrarse a tareas de traducción, al periodismo y la literatura. Y con gran éxito, pues Chistes para milicianos se ha traducido a diez idiomas, ha recibido el premio literario Almutaqa, algo así como el Man Booker árabe, y se ha ganado a la crítica internacional.
La apuesta del autor, lo decía él mismo en su visita española, era borrar la frontera entre la cruda realidad y la fantasía desde el sentido del humor. Y ningún personaje mejor para tal cosa que un niño: con sus ingenuidades y ambiciones, sus juegos y vulnerabilidades, su mirada pura y su capacidad de adaptabilidad ante situaciones escalofriantes. «En el hospital nos dijeron que mi padre no había muerto. Eso sí, había perdido ambos brazos. Estaba en la cama, con esos hombros anchos, parecido a un superhéroe que se hubiera quedado tullido tras una pelea sin cuartel con los villanos», se lee en el relato titulado El gramófono, en que este aparato del padre acaba en un bar –«el más barato de Beirut durante el asedio»– donde hace explosión una bomba.
De este modo, a través de una serie de retazos autobiográficos, Maarouf presenta una ciudad dominada por el miedo y el hambre, lo cual queda suavizado ácidamente por la forma de expresarse de ese niño que hasta se autolesiona para presumir en la escuela de que su padre es el que más lo maltrata, en una disparatada competición entre compañeros. A ese padre, regente de una lavandería, lo van a visitar los milicianos que defienden el barrio, que le piden, a cambio de su protección, que les cuente chistes divertidos. Lo cual originará que padre e hijo se pongan a inventar historias. La moraleja será que ver la realidad desde el enfoque sarcástico puede ser un medio de salvación, siquiera psicológica y emocional, en un entorno bélico que convive a diario con la muerte.
Una sensación esta que, al desaparecer tras poder salir del horror cotidiano, se hace impactante cuando uno descubre que vivir en calma y sin una acuciante presión política es posible. Y así lo sintió el autor al instalarse en la tranquila Reikiavik, en la que se puso a escribir este libro en que el realismo mágico se abre paso –por ejemplo, cuando vemos a una vaca pisar un cine en ruinas–, o la parte más humana cobra forma mediante la evocación de personas reales que conoció y a las que, de alguna forma, dio voz desde unas páginas ante las que el lector adoptará una sonrisa tierna y triste, pero una sonrisa al fin y al cabo.
CHISTES PARA MILICIANOS, Mazen, Maarouf, Alianza, traducción de Ignacio Gutiérrez de Terán 168 pp., 15,50 € / ACUDITS PER A MILICIANS, Navona, traducción de Margarida Castells Criballés, 160 pp., 14,50 €.
Toni Montesinos.
(c) Raphael Lucas.