Para este verano les he preparado un desafío. Uno sencillito, nada de ponerse en cola en el Everest. Les encomiendo el trabajo de ampliar su campo de lectura, si no lo han hecho ya. El mundo editorial se empobrece paulatinamente porque cada vez las mismas personas eligen los mismos libros. El peor regalo de la globalización es la estandarización del gusto. Haciendo un símil de la naturaleza, se podría decir que los nuevos usos culturales nos invitan a comportarnos como si todos fuéramos palomas o cuervos, y nadie se atreviera a ser martinete, verderón o pajarico de las nieves. Vamos por las librerías con mucha prisa y los ojos cerraditos, de modo que o nos entra un Ken Follet o no sabemos qué llevarnos. Eso se lo pone muy difícil a las editoriales medianas y pequeñas, que tienen buenos libros pero nunca tendrán unos de esos grandes cartones de publicidad que anuncian el próximo bestseller.
Lo que les voy a pedir, se imaginarán, es que al elegir sus libros de verano intenten llegar a lo invisible. Que hagan promesa de entrar a una librería de verdad, de las de librero, y salir de ella con un libro singular en la mano. Uno que hayan elegido sin que un gran nombre o un gran rótulo les diga qué tienen que leer. Resistan la tentación de lo fácil: acudir al hipermercado y tomar el primer volumen con profusión de letra dorada y portadas inanes que la cadena comercial haya preparado para ustedes. Visiten esa librería que aún no ha cerrado, aquella que resiste porque es buena, porque tiene de todo, porque saben mucho. Amplíen el ecosistema en el que buscan libros, y conviértanse en un lector más bello. Aquello de la paloma y el martinete. Denle la oportunidad a tantas editoriales invisibles que las pilas de libros idénticos de los centros comerciales no dejan ver.
El editor pequeño y mediano, cuando es bueno, mima cada lanzamiento como si se tratase del nacimiento de un hijo, entre otras cosas porque lo que pone en riesgo es mucho. Incluso la continuidad de la editorial, en los casos más graves. Pero sobre todo cuidan los libros porque no viven tanto de los libros como para ellos. Hay editores pequeños que han demostrado que no son flores de un día, y que con la ayuda de buenos lectores y críticos sin anteojeras, se van abriendo un hueco en el mercado. No me resisto a nombrar algunas de las más queridas por mí, a sabiendas de que cualquier lista es injusta y olvidadiza, y que siempre voy a dejar fuera a otras editoriales de igual valor. Volcano es una editorial que nace con el lema «amar y celebrar la naturaleza». No cesa de ofrecer buenos títulos de ecología verdadera. Xordica tiene un catálogo infalible construido sobre el buen olfato. Editorial Minúscula tiene joyas de la brevedad y veinte años de experiencia haciendo buenos libros. Gallo Nero sabe desempolvar libros de fuera de nuestras fronteras que merecen estar en las estanterías. Acantilado es inabarcable, ciclópea. Nos ha devuelto a Stefan Zweig, y eso merece nuestro agradecimiento. Impedimenta tiene una colección increíble, y ofrece los libros más bonitos y mejor facturados del momento. Reino de Cordelia siempre interesa, y Renacimento pilota desde Sevilla algunos de los mejores estudios culturales que se hacen en nuestro país. La lista puede continuar cuanto se quiera: Lengua de Trapo, Versátil, Maeva, Ediciones del Viento, Libros del Zorro Rojo, Valdemar, Península…
Así que ya saben. Olviden las prisas. Descarten lo evidente. Recuperen el verdadero instinto de lector, ese que la rutina ha aniquilado, y sumérjanse en una buena librería con la pretensión de no salir con un libro, sino con su libro.
Rafael Ruiz Pleguezuelos