Revisamos la obra narrativa de esta escritora superventas, premio Planeta en el 2016, y nos adentramos en su nueva novela.
«Este tipo de asesinos despiadados conocen bien los estragos que el viento puede hacer en las casas y son capaces de manipular objetos y cuerpos post mortem sin que se note que tal cosa ha venido de la mano humana»
«Otro término fundamental ligado al proceso de enfrentarse a un caso en busca de certezas será el de corazonada, ese instinto que lleva al investigador a suponer ciertas cosas sin planteamientos necesariamente racionales»
«El norte a veces es el verdadero hilo conductor de todo, calificado como “el lugar más desolado del mundo es la cara norte del corazón humano”. Palabras enigmáticas que indican cierto reverso del individuo, su parte más oscura, la que sale a relucir en circunstancias personales aciagas, de soledad o recuerdos funestos»
Hace justamente diez años, Dolores Redondo hacía su debut como narradora. Tenía cuarenta años, de modo que su incursión pública en la literatura –que no en la escritura– fue algo tardía. Hasta aquel momento, se había dedicado a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Deusto -aunque no la terminó- y Restauración gastronómica en San Sebastián; de hecho, trabajó en diversos restaurantes e incluso llegó a tener uno propio. Su debut fue bastante discreto: su novela Los privilegios del ángel vio la luz en una pequeña editorial local, Eunate, pero ya marcará ciertos aspectos que serán significativas en sus obras posteriores.
Así, ambientada en la zona pesquera de Pasajes en los setenta, y en el San Sebastián del siglo XXI, veíamos a su protagonista, Celeste Martos, que sufría con cinco años la desaparición de su amiga de juegos, viendo quebrarse la armonía de la que disfrutaba hasta entonces; lo cual daba paso a un desmesurado duelo que se extendía durante más de veinte años. Era aquel texto un tour de force psicológico, pues se presentaba a este personaje en situación extrema de negar esa muerte hasta límites insospechados, en medio de una sensación de irrealidad y de ir a la deriva en la vida. Un prometedor debut, en todo caso, que tampoco hacía presagiar lo que no iba a tardar en suceder: que mediante las siguientes novelas, Redondo se convertiría en una autora superventas, con multitud de traducciones a diferentes idiomas y hasta con una adaptación cinematográfica.
Poco tiempo después, todo devino vertiginoso: en enero de 2013 publicó El guardián invisible, primer volumen de la Trilogía del Baztán, seguido en noviembre del mismo año por la segunda parte, titulada Legado en los huesos, y terminada en noviembre de 2014 con Ofrenda a la tormenta. El éxito abrumador, finalmente, le abriría las puertas del premio Planeta, que conquistó en el año 2016 por Todo esto te daré, la historia, de inequívoco carácter noir, de cómo un hombre llamado Álvaro sufría un accidente mortal en la Ribeira Sacra, en la zona sur de la provincia de Lugo y el norte de la provincia de Orense, y cómo su esposo Manuel, al ir a Galicia para reconocer el cadáver, descubría que la investigación sobre el caso se había cerrado con demasiada rapidez. Entonces se iba complicando todo, cuando debía enfrentarse a su adinerada y privilegiada –de forma sospechosa– familia política, y de la mano de un guardia civil jubilado iba averiguando que esa no era la primera muerte de su entorno que se ha había supuesto accidental.
Con esta novela, que la aupó más si cabe a la popularidad gracias al millonario premio, apuntalaba Redondo parte de las premisas narrativas que habían sido claves para sus obras anteriores, en las que entraremos enseguida. En Todo esto te daré, la amistad, tan importante en su primera novela, se manifestaba por medio de un sacerdote amigo de la infancia de Álvaro, que se unía al viudo y al agente para tratar de reconstruir la vida secreta de quien creían conocer bien. Pero, inevitablemente, irán apareciendo trapos sucios del pasado, en contraste con la memoria tierna sobre el fallecido, en pos de alcanzar la máxima verdad posible. Y es que no es este el objetivo de las tramas de un género que Redondo ha ido perfeccionando y que, como decíamos, tuvo en la trilogía ambientada en el valle de Baztán su gran clímax literario.
La exitosa trilogía
En El guardián invisible aparecía ya su lugar fetiche, los márgenes del río Baztan, en el valle de Navarra, donde se descubría el cuerpo desnudo de una adolescente en unas circunstancias que lo ponían en relación con un asesinato ocurrido en los alrededores un mes atrás. Amaia Salazar, la inspectora de la sección de homicidios de la Policía Foral, se encargaba de dirigir la investigación, pero tal cosa tenía un reverso afectivo particular: debía regresar a Elizondo, la pequeña población de donde era natural y a la que había intentado evitar durante toda su vida por poderosos motivos personales. Todo lo cual respondía a los cánones del género, por cuanto el agente entregado a atrapar al criminal tenía que afrontar sus demonios interiores, en este caso relacionados con su familia.
El elemento macabro es consustancial a la novelística de Redondo, como en el resto de autores de novela negra, y El guardián invisible no era una excepción: «… alrededor de los cadáveres aparecían pelos de animal, restos de piel y rastros dudosamente humanos, unidos a una especie de fúnebre ceremonia de purificación. Una fuerza maligna, telúrica y ancestral parecía haber marcado los cuerpos de aquellas casi niñas con la ropa rasgada, el vello púbico rasurado y las manos dispuestas en actitud virginal». Y en Legado en los huesos el impacto de las imágenes criminales no iba a ser menor: «Jasón Medina aparecía sentado en el retrete con la cabeza echada hacia atrás. Un corte oscuro y profundo surcaba su cuello. La sangre había empapado la pechera de la camisa como un babero rojo que hubiera resbalado entre sus piernas, tiñendo todo a su paso. El cuerpo aún emanaba calor, y el olor de la muerte reciente viciaba el aire».
En este caso, ya ha pasado un año después de resolver los crímenes que horrorizaron al pueblo de Baztán, y la inspectora Amaia Salazar acudía embarazada al juicio contra Jasón Medina, acusado de violar, mutilar y asesinar a su hijastra imitando el modus operandi terrorífico del basajaun, el llamado «Yeti Vasco», personaje de la mitología vasca y aragonesa de grandioso tamaño y fuerza que habitaban los montes y bosques más remotos. Sin embargo, el acusado se quitaba la vida y el juicio debía cancelarse, dándose la sorpresa de que la policía encontraba una nota del suicida dirigida a la inspectora, que contenía un mensaje de lo más enigmático: «Tarttalo». Una palabra que desencadenaba toda una trama de gran suspense y acción.
Por fin, en Ofrenda a la tormenta, lo más espeluznante, la muerte repentina de una niña en Elizondo, hacía saltar las alarmas al tratarse de otro caso truculento: la criatura mostraba unas marcas rojizas en la cara que indicaban que había habido presión digital, con el añadido de que su padre intentaba llevarse el cuerpo. De nuevo, surgía el trasfondo fantástico norteño de la mano de la bisabuela de la niña, que aseguraba que la tragedia era obra de Inguma, el demonio que inmoviliza a los durmientes, se bebe su aliento y les arrebata la vida durante el sueño. Una explicación imaginativa que no iba tan desorientada, pues los análisis forenses empujaban a la inspectora a investigar otras muertes de bebés, que pronto revelaban unos rasgos inauditos inherentes al valle.
El paisaje interior
De hecho, el paisaje vasco entronca con la biografía de la protagonista de estas novelas, pues, como se dice en la obra que ve la luz este octubre, La cara norte del corazón: «Cuando Amaia Salazar tenía doce años estuvo perdida en el bosque durante dieciséis horas. Era de madrugada cuando la encontraron a treinta kilómetros al norte del lugar donde se había despistado de la senda. Desvanecida bajo la intensa lluvia, la ropa ennegrecida y chamuscada como la de una bruja medieval rescatada de una hoguera, y, en contraste, la piel blanca, limpia y helada como si acabase de surgir del hielo».
Aquella Amaia surge con el doble de edad en esta historia que retrocede en el tiempo con respecto a la trilogía de Baztán, pues todo empieza en agosto de 2005, cuando ella -por entonces subinspectora de la Policía Foral- participa en un curso de intercambio para policías de Europol en la Academia del FBI en los Estados Unidos, que imparte el reputado Aloisius Dupree, el jefe de la unidad de investigación, y que se convertirá en un personaje principal desde la primera hasta la última página.
Según una nota inicial de la autora -en que afirma que este libro forma parte de un ciclo de novelas inspiradas en el norte y que no siempre Amaia es la protagonista- el norte a veces es el verdadero hilo conductor de todo, calificado como «el lugar más desolado del mundo es la cara norte del corazón humano». Palabras enigmáticas que indican cierto reverso del individuo, su parte más oscura, la que sale a relucir en circunstancias personales aciagas, de soledad o recuerdos funestos. Amaia tiene su propia cara norte, la desolación de un pasado con el que no se reconcilió del todo y episodios como ese de estar perdida en un bosque de chiquilla. Todo ello conecta misteriosamente con lo que se insinúa al comienzo: un desencuentro fatal con su padre, y más tarde con una llamada de su tía Engrasi desde Elizondo que hará que la joven deba encarar heridas abiertas de su infancia.
De tal modo que aparece ante la joven Amaia el caso de un asesino en serie, a quien llaman «el compositor», que siempre actúa durante grandes desastres naturales –la novela empieza con uno sucedido en Oklahoma– atacando a familias enteras y siguiendo una puesta en escena muy medida, casi de signo litúrgico. «Es común suponer que el crimen es el modo en que el asesino purga su propio dolor, ya que a menudo ha sido víctima antes de ser ejecutor. Y entre todas las suposiciones, la más peligrosa es la de que en el fondo todos quieren ser detenidos, todos quieren ser atrapados y sus crímenes no son más que terribles llamadas de atención sobre su propio padecimiento, excluyendo por supuesto las enfermedades mentales», explica Dupree a los asistentes a su conferencia, en la academia del FBI en una localidad de Virginia, con que arranca el segundo capítulo.
Ya en ese momento en que la protagonista escucha al gran experto, hay una conexión de pensamiento entre ellos, pues una aventajada Amaia ya conoce uno de los conceptos clave que se irán insinuando en la novela, la «victimología», esto es, «la ciencia basada en el estudio del perfil de las víctimas, pero también de las supuestas víctimas, los desaparecidos, los fugados, los que se desvanecen en el aire sin dejar rastro». Otro término fundamental ligado al proceso de enfrentarse a un caso en busca de certezas será el de corazonada, ese instinto que lleva al investigador a suponer ciertas cosas sin planteamientos necesariamente racionales.
Con estos elementos con que se presenta la trama, se iniciará una aventura de suspense que, además, tiene el aliciente de descubrirnos la ciudad de Nueva Orleans, en vísperas del peor huracán de su historia, el que devastó el lugar a finales de agosto del año 2005 –en un hotel de esta ciudad de Luisiana empezó y, casualmente, acabó la obra la autora, según dice ella misma al final; algo más de dos años tardó en escribirla–, para intentar adelantarse al asesino. Un desafío mayúsculo, pues este tipo de asesinos despiadados conocen bien los estragos que el viento puede hacer en las casas y son capaces de manipular objetos y cuerpos post mortem sin que se note que tal cosa ha venido de la mano humana. Amaia y el resto de colegas partirán de lo sucedido en Oklahoma para estudiar los movimientos del asesino y esperar el siguiente crimen de alguien que, para colmo, se presenta como un salvador, que se presenta en el lugar de la catástrofe antes que la policía o los bomberos. Lo cual hace más inquietante si cabe el reto de encontrar a alguien capaz de cosas tan retorcidas como estas: «Después de matarlos cuida de ellos. Es su misión, y seguir realizándola está firmemente ligada al hecho de no dejarse atrapar, de disimular sus crímenes, pero no tanto por su afán de continuar en la sombra como de dotar a los muertos de cierta dignidad».
Una película redonda
La relación entre Dolores Redondo y el cine prolongó y amplificó su éxito literario. El productor alemán Peter Nadermann, responsable de las películas de la Saga Millenium de Stieg Larsson, adquirió los derechos para la adaptación de sus obras al cine en cuanto estas se publicaron. Así, en 2017 se estrenó la película El guardián invisible, basada en la primera de las novelas de la trilogía, dirigida por Fernando González Molina; fue presentada en el Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra, en Pamplona, y fue todo un acontecimiento a tenor de los espectadores que fueron a verla, unos seiscientos en el primer semestre de ese año. La cinta tenía entre el reparto a actores y actrices como Marta Etura, Elvira Mínguez, Francesc Orella, Itziar Aizpuru o Carlos Librado. Sin embargo, algo casi trastoca su arranque en las taquillas justamente el fin de semana de su estreno, pues se produjo un intento de boicot en las redes sociales a partir de unas declaraciones de una de sus actrices, Miren Gaztañaga, quien en un programa de la televisión vasca dijo que los españoles son «culturalmente atrasados». Los responsables de la película se deslindaron por completo de estas palabras de la actriz y la polémica se diluyó. Asimismo, cabe decir que también se está desarrollando la adaptación de Todo esto te daré, y que el próximo noviembre se estrenará la adaptación fílmica Legado en los huesos –habrá un prestreno en el Festival de Sitges– y que en el 2020 llegará la de Ofrenda a la tormenta.
La cara norte del corazón, Dolores Redondo, Debate, 688 pp., 22,90 €
Redacción.
(c) Carlos Ruiz.