Nueva obra de un autor sobre el que se estrenó hace unos pocos meses una película, que se vio marginado por la Unión de Escritores soviética y vivió en la desesperanza absoluta hasta que emigró a Estados Unidos.
El cine y unas cuantas traducciones habrán de contribuir a que la figura de un autor ruso muy poco conocido, Serguéi Dovlatov, ya sea una referencia de cierta época de represión hacia los escritores, en una Unión Soviética para la cual sólo podía existir una línea de pensamiento, de escritura. Entre nosotros, la editorial Fulgenio Pimentel, desde hace pocos años, ha proporcionado la ocasión al lector de conocer en español tres sus obras: Retiro, en que se contaba cómo un autor decidía irse a una especie de parque temático en honor a Pushkin, con un tono sarcástico y conciso; Oficio, cuyo manuscrito una mujer francesa pudo sacar de la URSS oculto en un microfilm, en que Dovlatov retrata la censura oficial del aparato soviético y cómo sistemáticamente todas las editoriales le rechazan sus escritos; y La maleta, en la cual, una cita al comienzo del poeta Alexandr Blok, «Incluso así, Rusia mía, eres mi tierra más querida», refleja bien a las claras la relación de amor-odio del autor hacia un país que le puso las cosas tan difíciles que hubo de exiliarse.
Aquella novela empezaba realmente de un modo bien llamativo, en una evocación del Departamento de Visas y Registro, el organismo policial encargado de los trámites de salida al extranjero de los ciudadanos soviéticos, cuando el escritor reunía el papeleo para irse de tierras rusas. Era un texto delirante mediante el cual el autor borraba todo rastro de dramatismo en torno a la obligatoriedad de sólo poder llevarse un equipaje mínimo una vez cruzase la frontera. Así, la maleta que lo acompañaría en su salida y que contenía algo de ropa y poco más servía de presencia continua, simbólica, sobre la pobreza y esperpento comunista que se vivió en la URSS.
Dovlatov escribió este libro después de llevar viviendo en Estados Unidos diez años, y en él fue rememorando episodios de su vida, desde sus andanzas cuando era estudiante en la Universidad de Leningrado, tenía una novia que estaba en contacto con gentes cultas y sofisticadas y había de subsistir por medio de todo tipo de peripecias que acababan en diversos trapicheos que jamás eran como se preveía. De este modo, la alocada historia de cómo robó los botines al alcalde, o su situación en casa (su mujer le reprocha ser tan perezoso que ni siquiera se molestaba en abandonarla), se contaban con gracia y desparpajo en una prosa llena de anécdotas biógrafas.
Fondo autobiográfico
Tales anécdotas retratan muy bien una época, como la de los años sesenta, cuando Dovlatov trabajaba en la redacción de un periódico, o como cuando se despertó borracho en un hospital, siendo miembro del ejército soviético después de una etapa como boxeador profesional. Toda esta andadura tan particular tiene etapas decisivas para su escritura como la experiencia de ser guardián de un campo de prisioneros en Komi, su traslado, en los años setenta, a Estonia, donde intenta convertirse en escritor (aunque el KGB le confisque algunas de sus obras), o su trabajo como guía turístico en el museo Pushkin.
Todas estas experiencias le inspirarán cada uno de sus libros, el último en llegar a nosotros Los nuestros, en que penetra en los recuerdos de sus orígenes, mediante la crónica de cuatro generaciones marcadas por el ocultamiento o la intimidación del Estado, y en que diversos personajes se dan cita por vínculos de sangre o geografías tan diferentes como comunes (judíos de Oriente, armenios del Cáucaso). Su perseverancia hará que sus creaciones lleguen a Estados Unidos microfilmadas y transportadas por algunos amigos. Allí, gracias a Joseph Brodsky, que tiene una marcada presencia en la película, colaborará con The New Yorker y llegará a ser redactor jefe del periódico ruso The New American, y por fin se hará un nombre como narrador –«Tu voz es profundamente auténtica y universal. Tenemos suerte de tenerte con nosotros. Tienes grandes dones que ofrecer a este loco país», dijo el narrador estadounidense Kurt Vonnegut de él– mientras en su tierra se le ninguneaba.
Pero añadamos algún que otro detalle atrás en torno a la vida del autor al que el cineasta Alexey German Jr. llevó al celuloide por medio de Dovlatov (2019). El film, con una fotografía tenue que es clave para dar la sensación de grisura vital que sufría la población, y unas interpretaciones naturalistas que dan una imagen de verosimilitud tanto como de cierto ambiente surrealista, reconstruye seis días de la vida de este hombre nacido en la localidad de Ufa, en 1941, que era hijo de un director de escena judío y una actriz armenia que acabaría trabajando como correctora periodística, y que pasaría gran parte de su vida en San Petersburgo. Primero, estudia en una escuela de arte y trabaja en una imprenta y, más adelante, ingresa en la Facultad Estatal de San Petersburgo para estudiar finés, aunque lo expulsan dos años después. Le llega el turno de los tres años de servicio militar obligatorio, y, aunque ya en la película la voz en off, él mismo, dice que le comunicó a su madre a los ocho años que quería ser escritor, en esos años de juventud es cuando realmente emerge con una característica voz propia con la novela La zona.
Tras cumplir el servicio militar regresa a San Petersburgo con el objetivo, que tan bien refleja la película mediante el protagonista, Milan Maric –que encarna a la perfección la permanente desilusión vital que arrastraba Dovlatov, siempre integrado en diferentes grupúsculos artísticos y a la vez con una mirada independiente hacia todos, que lo admiran casi de forma unánime–, de conseguir que la Unión de Escritores le acepte. Sin embargo, tendrá que ejercer de negro literario, ayudante de escultor, periodista y secretario para sobrevivir, al tiempo que escribe con una actitud que choca frontalmente con lo que espera el rígido sistema soviético. Dovlatov es el espejo de aquel clima represivo e intimidante, en que las necesidades básicas diarias eran lo corriente y la poesía era un asunto social palpitante.
El resultado: ser rechazado por las editoriales, frente a las que no se doblega. Hasta que consigue publicar algunas de sus obras en el extranjero y llegar a Norteamérica siguiendo los pasos de su mujer y su hija, que en la película tienen un peso determinante para transmitirnos la idea de un Dovlatov que no sabía ser un hombre familiar y a la vez se ganaba el afecto de otros colegas artistas y la atracción de otras mujeres. Al final, después de publicar doce libros, entre novelas y colecciones de cuentos, le llegará la muerte mientras es transportado en ambulancia al hospital tras sufrir un ataque cardíaco, sin haber alcanzado aún los cincuenta años y sin que en la Unión Soviética hubiera visto la luz ninguna de sus obras.