«si te ocurren las cosas que cuenta David Foenkinos que le ocurrieron, es muy fácil que termines siendo un escritor. Lo más difícil era serlo excelente. Y el muy jodido lo logró»
Comenzamos octubre con dos títulos de autores franceses que no sólo cuestionan el statu quo político de su país, sino que incluso apuntan al maravilloso mundo global que se nos está vendiendo y que muchos de nosotros compramos porque confiamos en sus vendedores.
Empiezo con Sus hijos después de ellos (AdN), del escritor Nicolas Mathieu, Premio Goncourt del 2018. Si tuviera que clasificar a esta novela en alguna categoría lo haría en la de novela generacional. Estas novelas conforman un género. O como mínimo un motivo literario. La generación que trata es la de los años noventa en Francia. Incluso en una región muy específica del país galo: la Lorena, al nordeste. Esta zona sufrió al principio de la década de los noventa, un proceso muy duro de desindustrialización, creando grandes bolsas de paro, desigualdad y pobreza. Todo ello lo sabemos por un relato omnisciente que sigue las peripecias de su protagonista, un chico de catorce años llamado Anthony, a través del cual se observan y detallan los hechos, los sentimientos de sus personajes. Detrás de ese paisaje humano, se trasluce el social. Anthony tiene amigos, chicos y chicas de su entorno social y escolar. No es un asunto menor en la novela la descripción de la precocidad y promiscuidad sexual de los chicos. Como si el sexo fuera la única cosa cierta a la que aferrarse y con el que comunicarse. En el fondo es una novela, para decirlo con palabras de Balzac, sobre las ilusiones perdidas. Una novela cruda y soberbiamente escrita (y traducida).
En la misma estela de desesperanza y amenaza de pobreza, tenemos el texto autobiográfico de Édouard Louis, Quién mató a mi padre (Salamandra), el autor de la celebrada Eddy Bellegueule. En la faja del libro se reproduce un fragmento del libro donde el autor escribe: «Para las clases dominantes, la política es una cuestión estética. Para nosotros, vivir o morir». En este tan breve como lapidario texto de denuncia, asistimos a la descripción de una plaga social: la imparable pobreza a la que están siendo sometidas amplias capas de la población mundial por culpa de la codicia ilimitada de unos pocos. Édouard Louis no se anda por las ramas. Llama a las cosas por su nombre. Por nombrar, no se ahorra el nombre de los últimos presidentes y primeros ministros franceses que dirigieron el país. De Chirac y Sarkozy pasando por Holland (la esperanza socialista), hasta llegar al actual Emmanuel Macron. Un relato demoledor.
Ahora hablaré de una joyita reciente, un libro de poemas de Joan Margarit escritos en castellano, Una mujer mayor, ediciones La cama sol. Además de los bellísimos poemas de Margarit, encontramos las ilustraciones de la pintora figurativa portuguesa Paula Rego. No puedo evitar trasladarle a los ocasionales lectores un fragmento de poema: «El apego a la vida se acaba mucho antes/de lo que suelen suponer los jóvenes./Todo se enfría, y se necesita/el cansancio que deja haber amado./Para así desear lo que ya está acercándose./Tan distinto».
Dije alguna vez en este este espacio que hablaría de algún libro que hubiera releído. O no leído todavía. Hoy hablaré de Mis recuerdos, libro rigurosamente autobiográfico del escritor francés David Foenkinos. Se trata de Los recuerdos (Seix Barral, 2012). Lo terrible de esta historia es que era única que me faltaba (real o ficticia) leer de Foenkinos. Por el momento, no hay Foenkinos a la vista. De lo que no cabe duda, es que si te ocurren las cosas que cuenta Foenkinos que le ocurrieron, es muy fácil que termines siendo un escritor. Lo más difícil era serlo excelente. Y el muy jodido lo logró.
Hasta noviembre, Dios mediante, amigos.