«Tiempos recios se trata de una historia de conspiraciones políticas, ambientada en tiempos de la Guerra Fría, en concreto en la Guatemala de 1954»
«Vargas Llosa habla de cómo para la United Fruit lo problemático era la democracia, por una serie de reformas agrarias que se implantan, y cómo entonces surgiría una idea genial: inventar una conspiración comunista que hiciera que la opinión pública variara su visión de los acontecimientos políticos»
«Si hubiera permanecido en Perú, tal vez MVLL se hubiera limitado a ser un autor de corte realista, como se desprende de sus primeras obras. Pero Europa, los narradores estadounidenses, representantes de una estética más personal, en especial Faulkner, cambian su perspectiva literaria»
El nivel de popularidad de MVLL, tras el premio sueco y el amarillismo que ha impregnado su vida privada, lo ha puesto siempre en el ojo del huracán, y ha empleado sus dotes de comunicador nato para denunciar injusticas o posicionarse ideológicamente frente a, por ejemplo, el desafío secesionista catalán.
Mario Vargas Llosa sabe lo que significa ser ciudadano del mundo implicado en la sociedad, incluso desde la vertiente política y con mucha actividad de tinte periodístico. Para tantos y tantos lectores, parece un hombre incombustible e infatigable, prolífico y polifacético; todo un «obrero literario», como lo llamó Carlos Barral en sus memorias, recordando un verano en que el autor peruano, en el hogar de Calafell del editor, trabajaba «ocho horas diarias en la redacción de La casa verde», novela que aparecería en 1966 y obtendría el premio de la Crítica.
Autor de una obra ingente, en número y géneros literarios –aparte de narrativa, ha firmado nueve obras teatrales, por ejemplo–, Vargas Llosa se abrió a la celebridad artística gracias al premio Biblioteca Breve, comandado por Barral, recibido por La ciudad y los perros (1962), también premio de la Crítica. Un inicio despampanante porque, además de estar asociado a importantes galardones, fue acompañado por el llamado boom latinoamericano.
Vargas Llosa fue el primer autor que descolló desde América Latina en España, el que abrió la senda para que el mundo editorial acogiera a autores mayores que él, como Julio Cortázar o Gabriel García Márquez. Barcelona era por entonces, para los literatos, lo que había sido París para los poetas modernistas, y Vargas Llosa aprovechó esa relación de forma primorosa. Disciplina, tesón, curiosidad infinita, tales son las cualidades con las que aquel veinteañero llegó a la capital francesa desde Lima, en 1959, se puso a leer toda una noche Madame Bovary y se entregó a emular a Gustave Flaubert en su dedicación imparable. En ese año había publicado el libro de cuentos Los jefes y le esperaba una década gloriosa, con las obras mencionadas más el relato largo Los cachorros y Conversación en La Catedral, un título tan paradigmático que fue usado por su gran amigo, el escritor uruguayo Ruben Loza Aguerrebere, en su libro de charlas con Jorge Luis Borges y Vargas Llosa Conversación con las Catedrales (Funambulista, 2014), haciendo un guiño a este título de 1969. Ya han pasado pues cincuenta años, y aún se mantiene como de las referencias inexcusables de la narrativa en español de la contemporaneidad.
El inicio de la historia no puede ser más directo y franco: «Desde la puerta de La Crónica [diario siempre ligado al gobierno de turno] Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?». A partir de esa preocupación, los dos personajes principales, el pesimista Santiago Zavala o Zavalita, joven de familia pudiente, que estudia en una universidad que es núcleo de la propaganda comunista que enfrentaba a la dictadura, y el zambo Ambrosio, que había sido el chofer –y algo más íntimo– con su padre, se desarrolla una conversación que dura cuatro horas, pero en la que van teniendo voz otros personajes secundarios.
El contexto en que sucede todo es el «ochenio» dictatorial del general Manuel A. Odría (años cuarenta y cincuenta), y la charla, se mantiene a mediados de los sesenta, en el modesto bar La Catedral, en alusión a la gran altura de su techo y a la forma de portón de iglesia de su entrada. El resultado de tal conversación fue esta novela de la que el propio autor habló en estos términos: que ninguna otra le había dado más trabajo, entre revisiones y reescrituras. «Si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría esta», sentenció. Y ahora no sólo el autor hispano-peruano está de actualidad –¿cuándo no lo está?– al celebrarse el cincuentenario de esa obra que le abrió al mundo y de la que Alfaguara acaba de publicar una edición conmemorativa, sino por su última historia, titulada Tiempos recios, que no habla de cómo, medio siglo después, el autor sigue apostando por un trasfondo hispanoamericano y político.
Una mentira convertida en verdad
Se trata de una historia de conspiraciones políticas, ambientada en tiempos de la Guerra Fría, en concreto en la Guatemala de 1954. El hecho es que un golpe militar, por obra y gracia de Carlos Castillo Armas, y apoyado por la CIA estadounidense, hace que quede derrocado el gobierno de Jacobo Árbenz. Lo que trata Vargas Llosa de literaturizar en esta novela es cómo una mentira se transformó en una verdad que todos asumieron y que iba a trastornar el destino de América Latina, esto es, la acusación por parte del gobierno de Eisenhower de que Árbenz animaba la incorporación del comunismo soviético en el continente.
El autor ha declarado que escuchó esta historia tres años atrás en la República Dominicana, y que le pareció realmente «bastante insólita»: «El asunto me intrigó tanto que comencé a investigar al respecto, hice dos viajes a Guatemala, entrevisté a mucha gente, leí periódicos de la época y, añadiendo muchas cosas imaginarias, de todo ello resultó Tiempos recios. Como algunas de mis novelas, tiene un fondo histórico que he respetado en sus grandes líneas pero he añadido fuertes dosis de invención». Así lo había hecho en La Fiesta del Chivo (2000), cuando dio voz, en el Santo Domingo de 1961 –cuando la capital dominicana aún se llamaba Ciudad Trujillo–, al implacable general Leónidas Trujillo, apodado el Chivo, y al doctor Balaguer, presidente del país, en una trama política que captaba las peripecias vividas por una población sufriente que iba a vivir una particular transición a la democracia.
En Tiempos recios, todo parte de una exitosa compañía bananera, la United Fruit, que se extendía por toda Centroamérica, el Caribe y Colombia, y la red de tapaderas y conspiraciones que se desarrollaron en un entorno económico-político entre 1940 y 1959, sobre todo en Guatemala, pero también en República Dominicana, Honduras, El Salvador, Haití e incluso en los despachos de ciertos abogados estadounidenses.
Todo lo cual tendrá repercusiones en otro país que estaba viviendo cambios drásticos desde 1959, la isla de Cuba. De tal modo que Vargas Llosa cuestiona cómo ciertas estrategias e intervenciones han marcado el devenir de Centroamérica. Dwight D. Eisenhower justificó una intervención en una nación que había salido de la dictadura de Jorge Ubico en una época en que el comunismo se configuraba como el enemigo a batir. Y entonces aparecía la presencia incómoda de Guatemala, por ser «un satélite soviético, mediante el cual el comunismo internacional se proponía socavar la influencia y los intereses de los Estados Unidos en toda América Latina», ha declarado el autor.
Tiempos recios se encamina a arrojar luz hacia la sospecha de que Árbenz iba a transformar Guatemala en un Estado comunista o si en todo ese caudal de movimientos se escondían intereses privados de enriquecimiento. Así, la historia se inicia con una reunión en Manhattan entre dos personajes: Sam Zemurray, el fundador de la United Fruit Company, y Edward L. Bernays, el inventor de las relaciones públicas y un gran propagandista; el primero habla con el segundo en busca de asesoramiento al considerar que dicha empresa tiene mala prensa en Estados Unidos y Centroamérica, y que necesita una campaña de lavado de imagen. Un encuentro en apariencia simple y tangencial que tiene consecuencias imprevistas.
Bernays se convertiría en el máximo promotor del consumo del banano en Estados Unidos y su compañía sería sinónimo de progreso y civilización. Pero entonces Guatemala se convierte en un obstáculo, pues ya en época democrática, el presidente Juan José Arévalo y más tarde su sucesor, Jacobo Árbenz, están aplicando reformas que van en contra de los intereses de dicha empresa frutera.
De esta forma, Vargas Llosa habla de cómo para la United Fruit lo problemático era la democracia, por una serie de reformas agrarias que se implantan, y cómo entonces surgiría una idea genial: inventar una conspiración comunista que hiciera que la opinión pública variara su visión de los acontecimientos políticos. En todo ello, destaca el protagonismo de un personaje conocido del autor, Johnny Abbes García, el matón de Trujillo en La Fiesta del Chivo. Él es el hilo conductor para ir conociendo los tejemanejes empresariales y políticos, primero en torno a Marta Borrero Parra, Miss Guatemala, que muy joven queda embarazada del doctor Efrén García Ardiles, amigo de su padre e intelectual de izquierdas, y que acaba siendo la protegida de Castillo Armas. Asimismo, conoceremos la historia del teniente coronel Enrique Trinidad Oliva y sus planes en torno a Castillo Armas. Y en tercer lugar, el lector seguirá los pasos de otros personajes secundarios como el embajador norteamericano John Peurifoy. Siempre para recrear cómo las reformas que introdujo Árbenz fueron en detrimento de los intereses de la United Fruit, y cómo la reacción del Gobierno estadounidense llevó a la invasión de invadir Guatemala desde Honduras y a hundir a Árbenz.
Toda esta fake new creada por el publicista para proteger los intereses de su cliente, la United Fruit, es expuesta así por el novelista: «Lo que sí había funcionado muy bien era la campaña en las radios y la prensa acusando al Gobierno de Árbenz de haber convertido a Guatemala en una cabecera de playa de la Unión Soviética y de planear apoderarse del Canal de Panamá. Pero esa no era obra del Gobierno de Estados Unidos ni de la CIA sino de la United Fruit y de su genio publicitario, el señor Edward L. Bernays. Castillo Armas se había quedado boquiabierto escuchándolo explicar cómo la publicidad podía impregnar a una sociedad de ideas de distinta orientación, así como de temores o esperanzas. En este caso había funcionado a la perfección. El señor Edward L. Bernays y el dinero de la United Fruit habían logrado convencer a la sociedad norteamericana y al propio Gobierno de Washington que Guatemala era ya presa del comunismo, y que Árbenz conducía en persona esta maniobra». Tales maniobras propagandísticas, curiosamente, harán que el mismísimo Fidel Castro busque apoyo logístico en la Unión Soviética para que su país no sufriera lo que le había pasado a Guatemala».
Casi una década desde el Nobel
Tiempos recios es su cuarta novela desde que Vargas Llosa recibiera el premio Nobel. El héroe discreto apareció en el 2013, en la que volvía a su Perú natal; luego, llegó Cinco esquinas (2016), también con tierras peruanas como telón de fondo, en el periodo de los años noventa, con la presencia del terrorismo de Sendero Luminoso y la corrupción asentada durante el gobierno de Alberto Fujimori.
Así, en aquel año 2010, el escritor natural de Arequipa tocó el firmamento del Nobel tras una vida marcada por un viaje de juventud a Madrid y París, que lo acabaron convirtiendo en escritor pese a las dificultades económicas y las inseguridades creativas. Si hubiera permanecido en Perú, tal vez se hubiera limitado a ser un autor de corte realista, como se desprende de sus primeras obras. Pero Europa, los narradores estadounidenses, representantes de una estética más personal, en especial Faulkner, cambian su perspectiva literaria. Se adentra en narraciones donde lo realista convive con lo simbólico –La casa verde–, en historias de fuerte trasfondo autobiográfico, como La tía Julia y el escribidor –se casó con dieciocho años con su tía política– y penetra en otros espacios geográficos, desde La guerra del fin del mundo, sobre el Brasil de finales del siglo xix, hasta la mencionada La fiesta del chivo (2000).
Seguramente, el propio escritor sea muy consciente de cómo su trayectoria constituye una gran influencia para varias generaciones de narradores –en España, quizá el más dadivoso con Vargas Llosa haya sido Antonio Muñoz Molina, asombrado por ver cómo a edad tan temprana pudo escribir obras señeras– y un ejemplo para aquel que empiece a escribir. De ahí surgiría su libro Cartas a un joven novelista (1997). No en vano, Vargas Llosa ha reflexionado mucho en torno a la ficción literaria a partir de sus propios desafíos, tan diversos: de corte político, como en Lituma en los Andes (1993), acerca también de Sendero Luminoso; de tono erótico, caso de Los cuadernos de don Rigoberto (1998); con toques humorísticos, como Pantaleón y las visitadoras (1973); o en clave amorosa, como Travesuras de la niña mala (2006), su última novela antes de que El sueño del celta, sobre el irlandés Roger Casement, denunciador de los genocidios del Congo y el Amazonas, ocupase estanterías y escaparates coincidiendo con la noticia del premio Nobel 2010.
Juan Carlos Onetti, al que Mario Vargas Llosa dedicó una estupenda monografía, El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti (2008), dijo que el autor de La ciudad y los perros tenía una relación con la literatura de fidelidad conyugal, mientras que él la consideraba algo así como una amante. Se refería así al tesón con que Vargas Llosa encara cada uno de sus retos literarios, desde el artículo dominical hasta su novela más gruesa; con una constancia tan prodigiosa que parece de otro tiempo, de aquellos escritores en lengua castellana que armaron todo un extenso territorio artístico: un Cela, un Delibes, un García Márquez. Hoy, tras esas figuras ya muertas, destaca Vargas Llosa como resistidor inigualable en el mundo de las letras. Una presencia que va más allá de la novelística y que toca lo político, lo periodístico y lo investigativo.
La literatura como realidad autónoma
Ya en su momento Julio Cortázar ensalzó La casa verde y defendió la siguiente idea de Vargas Llosa que un crítico atacó: «La literatura no puede ser valorada por comparación con la realidad. Debe ser una realidad autónoma, que existe por sí misma». El argentino se identificaba con su colega en su predisposición hacia la obra independiente y el pensamiento social. «Un novelista es un intelectual creador», añadía, y qué mejor ejemplo que Vargas Llosa, atento a todo lo que le rodea y, a la vez, absorbido borgeanamente por su tarea no sólo como narrador, sino como lector y estudioso de la literatura, campo en que no tiene comparación con ningún otro escritor actual. Es más, nuestra opinión sobre su narrativa podrá diferir de cuantos idolatran al hispano-peruano, pero es unánime la admiración por sus obras ensayísticas que tanto nos hicieron ver, sentir, comprender: Carta de batalla por Tirant lo Blanc, García Márquez. Historia de un deicidio, La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary o el maravilloso La verdad de las mentiras ―sobre la mejor narrativa del siglo xx―, son trabajos superiores, de profesionalidad erudita y estilo accesible a todos, tan didácticos como embelesadores.
Toni Montesinos.
(c) Daniel Mordzinski.
Tiempos recios, Mario Vargas Llosa, Alfaguara, 352 pp., 20,90 €