Quienes se quejan de que en las obras ganadoras del Premio Planeta había ido menguando la calidad literaria, no podrán quejarse este año, en que se ha alzado con el galardón un autor tan reputado como Javier Cercas. Titulada Terra Alta, el propio autor define esta novela como radicalmente distinta a lo escrito hasta ahora.
Si no nos equivocamos, es su primera incursión en el género detectivesco, ¿cómo se ha sentido desarrollándolo?
Como si pisara territorio virgen, que es lo mejor que le puede pasar a un escritor. Aunque ni es del todo una incursión en el género detectivesco, como usted le llama, ni es del todo la primera. Porque, en la mayoría de mis novelas anteriores -como en la mayoría de las novelas que me importan, según intenté explicar en un librito titulado El punto ciego-, hay siempre un enigma y alguien que intenta descifrar ese enigma. Y ese es básicamente el esquema del género policial. Claro que en este caso hay además, ya de desde la primera página, un policía y un asesinato, lo que significa que, al menos de entrada, he respetado algunas de las convenciones más aparentes del género.
Se diría que el género siempre es una excusa, sea cual sea, en este caso con asunto turbio detrás, para ir a la psicología humana y abrirla para examinarla.
La literatura es literatura, así que, se acoja al género que se acoja, trata siempre de retratar la realidad en toda su complejidad, de mostrar de qué pasta estamos hechos los seres humanos y cosas parecidas. Da un poco de vergüenza recordar lo obvio, pero de vez en cuando hay que hacerlo: no existen géneros mayores o menores -mejores o peores-, sino formas mayores o menores -peores o mejores- de usar los géneros.
¿Para el crimen del matrimonio anciano se basó en algún caso en concreto?
No.
La zona que recrea en la novela ¿ha sido importante para usted, o la conoce en concreto, es decir, tiene una relevancia especial o podría haber ubicado la trama en cualquier masía catalana?
La Terra Alta -un territorio apartado, pedregoso, relegado, relativamente pobre y deshabitado, apenas conocido para muchos porque en él tuvo lugar la batalla más cruenta de la historia de España, la batalla del Ebro- es importante en la novela, aunque más importante aún es el contraste entre ese territorio, que parece salido de un western, con la ciudad, una Barcelona violenta, tumultuosa, nocturna, desgarrada y prostibularia. No digo lo del western porque sí: me gusta pensar en esta novela como un western disfrazado de thriller. Y sí, yo conocí la Terra Alta mientras escribía mi última novela, y me enamoré instantáneamente de ella.
¿Ese clima de pueblo silencioso, pero con cuentas pendientes, aún puede ser vigente en la Cataluña interior de hoy?
Por supuesto: todo el mundo, y no sólo la Cataluña interior, tiene cuentas pendientes, con el pasado y también con el presente.
El protagonista, el joven Melchor Martín, es un delincuente juvenil de pasado tormentoso familiar. ¿Se da la idea de que el seno en el que uno crece es decisivo y se está destinado a repetirlo, casi genéticamente? Aunque se aprecie la redención en el personaje al pasarse al mundo de la ley, lo que da esperanzas a ese destino prefijado.
El lugar y la familia donde nacemos son decisivos, por supuesto. Pero no creo que sean absolutamente determinantes. Siempre existe la posibilidad de decir No. En eso consiste ser humano, ¿no le parece?
¿Hasta qué punto era necesario convertir a ese personaje en voraz lector de novelas? ¿Qué buscaba con ello, considerando que es un tipo de acción principalmente?
Melchor es, para mí, el lector ideal: un lector al que la literatura en general -y en particular una novela: los Miserables- le cambia la vida, y que a partir de entonces se convierte en alguien que no lee por motivos culturales sino vitales: para él, la literatura no está separada de la vida, sino que es una forma de vivir más, es decir, más intensamente, de una forma más rica y compleja. Y también una forma de entender su propia vida.
¿Por qué la elección de Hugo y Los miserables?
Porque, como dice el Francés -el bibliotecario de la cárcel de Quatre Camins, cercana a Barcelona, que introduce sin quererlo a Melchor en la literatura-, la mitad de un libro la pone el autor, pero la otra mitad la pone el lector. O dicho de otra manera: no es Melchor el que elige Los miserables, sino Los miserables los que eligen a Melchor, que ve en esa novela un espejo de su propia vida -y de algún modo le permite entenderla- y en Javert, el prototipo de policía justiciero y teórico malvado de la novela, el hombre que él quiere ser.
También se hace referencia al atentado de Cambrils, lo que nos lleva a pensar que tenía una especial intención de hacer una intriga detectivesca pero asociada al mundo reciente y próximo, ¿cierto?
Claro. El atentado de Cambrils es determinante en la vida de Melchor porque él es el policía anónimo y real que abatió a los cuatro islamistas radicales que, en agosto de 2017, en el paseo de ese pueblo marítimo, asesinaron a una persona e hirieron a varias. Es decir: en algún momento de la escritura de la novela se me ocurrió que mi protagonista podía ser ese policía cuya identidad fue preservada por motivos de seguridad. Ese desconocimiento es ideal para un escritor, porque la ficción puede iluminar las oscuridades de la historia, porque yo podía inventarle una historia a esa persona de la que nada sabemos, que se convirtió en un héroe para mucha gente y que en todo caso hizo algo que pocas personas estamos en disposición de hacer. Por esa vía, me parece, la novela conecta con otras novelas mías, porque es una exploración del heroísmo.
Al asomarse todo un caudal de represalias que vienen de la guerra civil, ¿buscaba extender su punto de vista personal de lo que aquello significó o solo es un ardid narrativo que surgió en medio de la escritura?
La guerra civil está muy presente en la Terra Alta, como en toda España. Y por motivos obvios: porque es el principio de nuestro presente. El presente no es solamente hoy; abarca también el pasado. En esto, como en casi todo, España no es ninguna excepción: el pasado, y sobre todo el pasado del que hay memoria y testigos, no ha pasado todavía; es una dimensión del presente sin la cual el presente está mutilado. El presente abarca también ese pasado, y sin él es incomprensible. El problema es que vivimos en una especie de dictadura del presente que impide entender esa evidencia. Y, al menos desde Soldados de Salamina, mis libros pueden leerse como una batalla contra esa dictadura del presente.
Domingo Vivales, su fiel abogado; el Francés, presidiario; Carmen Lucas, ex prostituta casada; el guardia civil Vicente Bigara… ¿Hasta qué punto le ha sido difícil describir a estos personajes para alejarse de los estereotipos que pueden perseguirles, propios del género?
Escribir consiste en batallar contra los estereotipos. Esos personajes -y otros- se me han ido imponiendo de manera natural y han ido cobrando vida a medida que escribía. Simplemente. Los estereotipos -sean los del género policial o los de cualquier otro género- no me interesan en absoluto, salvo para cargármelos.
Cuando encaró la novela, ¿tenía claro el final y entonces desarrolló la estructura, o quiso ir averiguando la esencia del misterio criminal que había concebido?
Como me ocurre últimamente, partí de un esquema inicial relativamente vago, que luego fui modificando a medida que avanzaba en la escritura, es decir, a medida que ésta me llevaba por caminos que yo, inicialmente, no había previsto. Es lo que me ocurre casi siempre. De hecho, la primera versión del libro no se parece mucho a la última.
Hace muchos años publicó Relatos reales, con sus artículos en prensa con tono literario en torno a esa fusión o confusión entre la ficción y la realidad. Decía: «Literatura, pues. Y literatura mestiza. Más: gozosamente mestiza, igual que la de la novela. Porque, si no me engaño, toda buena crónica aspira a participar de una triple condición: la del poema, la del ensayo y la del relato.» Si la crónica tiene ese sesgo, ¿la novela también la interpreta como un campo de algún modo experimental o libre en el que esa fusión-confusión se abre paso? De hecho, Melchor acude a una conferencia de un escritor y saca conclusiones en esa dirección.
El escritor que da una charla en la cárcel es un auténtico papanatas, un escritor de escaparate, un farsante. Pero sí, la novela es un género infinitamente maleable, un género de géneros, un banquete con muchos platos, un saco donde cabe todo -como dijo Baroja-, tal vez el género más libre que existe, cuya primera regla consiste en que no hay reglas: así lo inventó Cervantes y así debe ser. Por desgracia, no siempre somos fieles a esa infinita libertad que nos regaló Cervantes.
¿Esta ocasión de novela detectivesca ha sido una escritura excepcional o cree que volverá a practicar este género? Ahora, ese y el de género histórico son los que se llevan la palma en el mundo editorial y comercial.
Francamente, me da igual lo que se lleva en el mundo editorial o comercial, o en cualquier otro mundo. Yo me limito a escribir lo mejor que sé, un trabajo absorbente que no me deja tiempo para nada más. Y, como ya le he dicho, la mayoría de las novelas que he escrito -y, lo repito, la mayoría de las novelas que me importan-, participan a su modo de los esquemas de ese género también casi infinitamente maleable; así que sí, es posible que vuelva a escribir novelas de una línea semejante. Pero huyendo como de la peste de cualquier tipo de fórmula. Un escritor que escribe con una fórmula no es un escritor: es un escribano.
Usted está acostumbrado al éxito masivo con Soldados de Salamina y otras obras, pero ¿hasta qué punto todo lo que envuelve a un premio tan popular como el Planeta, con lo que conlleva de aparición en medios y asuntos promociónales, está en sintonía con su actividad como escritor? ¿Se siente cómodo o queda algo abrumado por todo ese vendaval?
Si se refiere a la promoción de un libro, trato de disfrutar todo lo posible de ella, y también de aprender, cosas ambas que, aunque parezca raro, es posible hacer. Pero, para ser sincero, mientras estoy de promoción -por ejemplo, mientras contesto a esta entrevista- me siento un poco un impostor, porque en los libros está mi mejor yo, mi yo verdadero: ese yo no es este señor que contesta entrevistas y habla en la radio. Este es un señor que usurpa mi nombre y tiene mi biografía y me presta sus experiencias, pero el que cuenta de verdad es el otro. Y, por supuesto, también soy consciente de que lo mejor sería que no promocionase mis libros. Un lector muy atento de mis libros me dijo una vez que, con mis novelas, yo tiraba bombas muy bien cebadas, destructivas, y que luego, cuando hablaba de ellas, intentaba paliar sus efectos, como si me asustase de haberlas lanzado. Es muy posible que tenga razón: quizá lo mejor sería que, una vez escrito un libro, me callase y me pusiese a escribir otro. Por desgracia, aún no he descubierto la manera de hacerlo sin provocar un estropicio. Así que trato de hacerlo lo mejor posible.
Toni Montesinos.
© Arduino Vanucchi.
TERRA ALTA
Javier Cercas
Planeta, 384 pp., 21,90 €