Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948) es autor de más de quince obras (novelas y relatos) publicadas con gran éxito de crítica y público, traducidas a varios idiomas y merecedoras de premios como el Café Gijón, el Sésamo, Premio Andalucía de la Crítica 2002 o el Premio Pluma Literaria «por su trayectoria y su compromiso de visibilidad personal y profesional de la diversidad de las personas LGTB» en 2017. Entre sus numerosas novelas, El palomo cojo y Los novios búlgaros, fueron llevadas al cine por Jaime de Armiñán y Eloy de la Iglesia respectivamente. Este 2020 publica Para que vuelvas hoy (Tusquets), en la que una anciana, que fue prostituta, le habla a su cuidadora de su pasado y descubre así que tuvo un amor platónico. Todo ello con un indiscutible toque de humor.
ANIKA LILLO. Anika Entre Libros. anikaentrelibros.com
© Iván Giménez.
¿Por qué es escritor?
Porque quería ser como Pemán. Después, descubrí quién era Pemán y cómo escribía, pero ya no tenía remedio. Lo de escribir, digo. Lo de Pemán, espero que sí.
¿Tiene algún ritual para escribir?
Solo escribo por las tardes, salvo casos de fuerza mayor. Por ejemplo, contestar tests urgeeeeeentes, recién llegado de Nueva York.
¿Cómo encaja las críticas?
Las positivas, la mar de bien. Las otras me dan ganas de echarme a dormir.
¿Qué libro/s está leyendo?
La madre de Frankenstein, de Almudena Grandes. Y, en puertas, Cruising, de Alex Espinoza.
¿Qué tiene para usted más importancia a la hora de vender un libro, la portada, el nombre del autor o el título?
El nombre del autor. Y, a veces, su foto, si es un chico guapo.
¿Qué es lo que más le gusta de escribir novelas?
Llegar a los límites de la indiscreción. Claro que, al final, lo que más me divierte es ser indiscreto sin límites. Luego, hay gente que se me enfada. Gente que no sabe leer.
El libro que le hubiera gustado escribir y escribió otro…
Plegarias atendidas, de Truman Capote. Al final, escribí Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, pero me salió El palomo cojo, de un servidor. Media familia, la que no sabe leer, se enfadó conmigo.
¿Qué libro no ha leído ni piensa hacerlo?
Las caídas de Alejandría, de Luis Antonio de Villena. Yo ya no tengo el cuerpo para disgustos.
¿Qué le motiva a la hora de escribir?
Codearme con Marcel Proust, no te digo…
Si sufre la «página en blanco» ¿cómo se reactiva para volver inspirado a las teclas?
Nunca he sufrido semejante cosa. Siempre sé de antemano lo que voy a escribir y siempre dejo el texto en un punto estimulante para no tener problemas a la hora de reemprenderlo.
¿Cuántos libros lee al año?
Antes, muchos, entre 40 y 50. Ahora, pocos, dos o tres al mes.
¿De quién es fan? (literariamente hablando).
De Almudena Grandes. Y de Capote. Y de Bassani. Y de Mujica Láinez. Y de Pedro Lemebel. Y de Fernando Vallejo.
¿En qué libro «entraría» como personaje para vivir la historia in situ con los protagonistas?
En El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. Sobre todo, en las fiestas locas que organizaba aquel señor.
¿Puede elegir entre Oscar Wilde, Cervantes, Shakespeare, Virginia Woolf, Jane Austen, Poe y Lovecraft?
Pues mira, Oscar Wilde, aparentemente el más frívolo de todos. Hay que reivindicar una pizca de frivolidad en la literatura.
Si tuviera una ouija ¿con qué autor o autora conectaría y qué le preguntaría?
Con Jean Genet. Le preguntaría cómo se las apaña para que lo sublime parezca cochón y lo cochón resulte sublime.
Viaja al pasado y puede pasar un día con alguien ¿dónde y con quién?
En mi juventud, con Joe Orton por los urinarios de Londres. Ahora, con el Capitán Ryder de Retorno a Brideshead, de Evelyn Vaugh. Así está uno de deteriorado.
¿Su leyenda urbana favorita?
La del huerfanito que entra de botones en uno de los grandes bancos y llega, sin pisotear a nadie ni acostarse con nadie, al máximo mandamás del banco en cuestión. Es ridícula, ¿no?
Cuénteme una metedura de pata sonada.
En una fiesta literaria me pasé un buen rato hablando con un periodista cultural, convencido de que era Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando el bueno de Rubalcaba aún vivía, creo. Al final, el periodista, un buen tipo, no tuvo más remedio que decirme: yo soy fulanito. Casi muero. Las fiestas literarias son peligrosísimas, y eso que soy abstemio.
¿Suelta tacos?
De vez en cuando. Poca cosa. En general, soy una persona timorata.
¿Qué tal su sexto sentido?
Yo no tengo de eso. Jamás me entero de nada hasta que no lo tengo delante de las narices. Y a veces, ni eso.
¿Ha visto un ovni, un fantasma, algo raro…?
Como ya he dicho que ya no tengo cuerpo para disgustos, diré que, de niño, vi a los Reyes Magos atravesando todas las paredes de la casa. Lo juro. Qué mono, ¿no?
¿Le avergüenza que le hagan preguntas de este tipo?
Sí, un poco. Pero ya puestos, como que quiero más…
¿Qué palabra no aceptada aún añadiría Usted a la rae?
Pitijopo, en su acepción de «persona, hombre o mujer, joven o mayor, muy escuchimizada y con ademanes volanderos, y por lo general muy porculera» (otra).
¿Qué le cabrea especialmente?
Los alardes de sinceridad. Siempre son alardes de mala educación. En general, la sinceridad está sobrevalorada.
¿Si fuera Presidente del Gobierno cuál sería la primera medida que tomaría?
En serio: la denuncia inmediata del Concordato con la Santa Sede. Menos en serio: la prohibición de polémicas literarias entre escritores. Qué pesadez.
Si tuviera que definirse con un pecado capital ¿cuál cree que sería?
Antes, la lujuria bien entendida, o sea, la promiscuidad. Ahora, la lujuria mal entendida, o sea, la castidad.
¿Qué le daba miedo de niño y qué le da miedo de adulto?
De niño, los ruidos en la oscuridad de la noche. De adulto, lo mismo. También, los directores de orquesta, no sé por qué.
La pesadilla que aún recuerda…
Siempre tengo la misma. Voy a coger un avión, se me olvida el pasaporte, y allá voy yo corre que corre con el corazón en la boca para volver a tiempo. Siempre me despierto antes de coger o no el avión, y me alivio mucho.
Sus manías son…
Levantarme temprano, hacerme yo mismo la cama incluso en los hoteles, viajar siempre en avión en un asiento de pasillo… Y un poquito de orden, por favor.
¿Qué tienen los demás que usted envidia?
Ser un manitas. Saber cambiar una bombilla, por ejemplo. No digamos, arreglar un grifo, una cerradura, montar un mueble de Ikea. Cosas así.
Si fuera un personaje lo sería de Almodóvar o de… dígame usted…
Un personaje de Christopher Isherwood en el Berlín de la República de Weimar. Me falta temperamento para ser chico Almodóvar.
¿La última vez que le riñeron?
Desde que me casé – hace un año, con un mozo 34 años más joven que yo – me riñe todos los días. Por suerte, a los dos se nos pasa el enfado en cinco minutos.
¿Sufre alguna fobia?
Las típicas: las cucarachas, las ratas, los murciélagos… Y los recién nacidos, me dan yuyu.
Dígame un personaje de dibujos animados en el que podría reconocerse.
No sé nada de dibujos animados. Nada. Yo me reconocería, puestos a ello, en el David de Miguel Ángel, aunque un poco mejor dotado.
¿A qué persona o animal clonaría si no supusiera un problema ético?
A mi padre. Aún cargo con la pena de haber sido injusto con él.
¿Recuerda alguna travesura de su infancia?
No fui un niño especialmente travieso. Una vez me arrastré por un tejado para recuperar una pelota de goma y me llevé la bronca de mi vida. Todavía me da vértigo cuando lo recuerdo.
A mí me pierde el chocolate, ¿qué le pierde a usted?
Las croquetas cremosas. Puedo comer miles, una detrás de otra. Y el tocino de cielo. Solo me dejan comer uno de vez en cuando.
¿Su filosofía o lema de vida?
Vive y deja vivir. Y no tienes que tolerar a nadie, no seas paternalista, solo respeta a todo el mundo. Bueno, menos a Santiago Abascal y a sus secuaces.
¿Es Usted cocinitas?
¿Yo? No sé ni freír un huevo. Bueno, freír un huevo, sí, si vale romperlo y echarlo en aceite hirviendo de cualquier manera.
¿Ha tenido alguna vez (o tiene), como la protagonista de su libro, un amor platónico?
De jovencito, estaba perdidamente enamorado de Françoise Hardy, aunque parezca mentira. Después, mis amores platónicos y de los otros han sido siempre mucho más acordes con cualquier cosa, menos con el sentido común.
Vuelve a nacer, no se relaciona con la literatura ¿Qué sería?
Marino mercante. El sueño de mi vida. Un amor en cada puerto. Lo malo es que me mareo encima de cualquier cosa que flote.
¿En qué lugar se perdería y con quién o con qué?
En un hotel de lujo al borde de una playa desierta (¿), con mi marido, y con un cargamento de Valium para tranquilizarle a él.
¿Es usted quejica?
Ahora, bastante. Antes, no me quejaba de nada. Envejecer bien es aprender a quejarse y a decir no.
¿Plancha, cose, cocina…?¿Qué se le da bien aparte de escribir?
¿De verdad piensa que escribir se me da bien? Yo, también, pero no todo el mundo piensa lo mismo y no voy a nombrar a quien debería porque ya digo que no tengo el cuerpo para disgustos. De lo demás, nada de nada. Inútil total.
¿Dígame tres cosas que sean mejores que un libro?
Dos libros, tres libros, cuatro libros. Y dormir por la noche de un tirón.
¿A qué es adicto?
A la buena educación. Me encanta la gente bien educada, incluso si no es muy guapa.
¿Qué sabe de Pokémon?
¿Qué es eso? ¿Una película soviética en blanco y negro en la que salía un carrito de bebé rodando escalinatas abajo?
¿Cuál es la pregunta que siempre espera o desea que le hagan y nunca le hacen?
¿Le gustan las entrevistas? Faltaría más. Y los tests. Y los cuestionarios. Aunque después siempre pienso que quedo un poco bobo.
¿Chupachups, chicles, pipas, revistas…? Defínase ante un kiosko.
Yo soy de pipas y revistas. Qué pregunta más rara. ¿Es de psicoanálisis?
¿Se ha divertido con esta entrevista-test o le hubiera gustado más atrevida?
Un poco más de atrevimiento y me habría desatado más de la cuenta. Así que gracias.
PARA QUE VUELVAS HOY
Eduardo Mendicutti
Tusquets, 256 pp., 18 €