Con el pretexto de dos libros recientes de mil páginas cada uno de ellos revisamos la narrativa corta de Henry James, así como su condición de crítico literario.
Como quizá en ningún otro caso entre los escritores canónicos, la figura de Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916) es tratada a mitad de camino entre la admiración, por un lado, y el cuestionamiento de sus presupuestos literarios, por el otro, debido a su exceso de retoricismo. Esta oportunidad de acercarnos al autor neoyorquino, en un portentoso trabajo de Eduardo Berti, que ya había traducido dos volúmenes de cuentos anteriores del autor de la novela corta fantasmal Una vuelta de tuerca, no es una excepción. Así, el narrador argentino habla en el prólogo a Cuentos completos (1895-1910) de una decisión que tendría consecuencias en la escritura del James: el hecho de dictar sus obras, lo que podría explicar encontrarse con expresiones de tipo oral en ciertos escritos.
Berti menciona unas palabras de Bruce McElderry, que habla del «uso exagerado de frases parentéticas, la acumulación de abstracciones, el ritmo distraído y el frecuente efecto de total nebulosidad». Lo cual, a ojos de Berti, se compensa con la maestría del autor a la hora de «representar», como se muestra a los personajes sobre un escenario en el teatro. La abstracción, pues, cabe cambiarla por sutileza, pues ya Borges afirmó que sus negligencias enriquecen sus textos. De tal modo que estamos ante un escritor que se lee interpretando cómo escribió, si bien leerle siempre es acercarse a un tipo de realismo narrativo de índole psicológica digno de valorar. Y este volumen es una ocasión magnífica, mediante muchas páginas (casi mil) y pocos textos, pues James fue autor de relatos muy largos (poco más de treinta aquí; podía escribir uno por semana), en que según Berti hallamos un James mayor, pródigo en innovaciones vinculadas al punto de vista.
He aquí diversas alegorías sobre lo que significa el éxito y el fracaso en torno a críticos literarios y escritores, el sufrimiento por una dolencia ocular por parte de una bella mujer, la curiosa figura de una celestina enamorada, galanteos alrededor de señoras casadas, una ruptura nupcial, un joven mediocre que ha recibido una educación desmesurada, detalles de tinte fantástico… Cuentos publicados en Inglaterra o Estados Unidos donde la mujer misteriosa, la crisis de la identidad creativa y los infinitos factores que marcan el amor se abren paso a través de una prosa distinguida y llena de lecturas entre líneas; un libro indispensable para el amante del también dramaturgo, género en el que no tuvo tanta suerte, o tedioso para el lector del siglo XXI, obligado a encarar su obra poniendo en la balanza bondades artísticas y retoricismos que lastran muchas páginas.
Y es que, pese a que el prestigio literario de James se ha mantenido vivo gracias a múltiples estudios y adaptaciones fílmicas de sus obras, cuesta creer que su literatura no haya caducado hace mucho tiempo. Ciertamente, el cine ha transportado su singular estilo, tan serio y solemne, a un lenguaje visual de suprema elegancia, pero también es verdad que a menudo no ha podido evitar llevar a la pantalla el ritmo farragoso de sus historias. No en vano, dijo Oscar Wilde que «el señor Henry James escribe historias de ficción como si fuera un deber penoso, y dilapida en motivos mezquinos y “puntos de vista” imperceptibles su pulcro estilo literario, sus frases felices, su sátira certera y cáustica».
El lector soberbio
En todo caso, el lector dispone continuamente de nuevas ediciones del autor, por ejemplo, de los cuentos completos referidos y, también, de una nueva traducción con una antología de mil páginas, Daisy Miller y otros cuentos escogidos, con textos tan destacados en la trayectoria de James como «La lección el maestro» o «Los periódicos»; una veintena de historias, desde la primera que publicó, «Una tragedia de enredo», que apareció anónimamente en The Continental Monthly en 1864, hasta el breve «El guante de terciopelo», de 1909, de tal modo que el volumen pretende mostrar prosas de diferentes etapas. La edición, además, tiene el gran aliciente de contar, a modo de introducción, con un texto de G. K. Chesterton, un obituario que vio la luz el 5 de marzo de 1916. En él, el creador del Padre Brown llega a decir, con su tono retórico tan característico, que «James debe ser considerado un gran literato, y la grandeza es algo que poseyeron genios del todo diferentes de él. Tal vez el propósito de compararlo con Dickens o incluso con Shakespeare parezca desconcertante y aun chistoso; pero lo que lo vuelve grande a él es lo mismo que los vuelve grandes a ellos, y además es lo único que puede volver grande en sentido concluyente a un literato. Se trata de su inventiva, su facultad de generar y hacer vívida una incesante producción de ocurrencias».
Otra faceta de James muy acusada será la de lector y crítico literario, y tal vez para aquel que visite las páginas de La imaginación literaria (Alba, 2000) el autor inglés le muestre un lado algo antipático. Porque, a tenor de este libro, que incluyó diversos textos seleccionados y traducidos por Javier Alcoriza y Antonio Lastra, el pensamiento del escritor, a mi juicio y al menos aquí, es aburrido, carente de ideas concretas que hagan atractivas sus reflexiones y, lo que es más grave, superficial y disperso.
Por otra parte, el criterio elegido para unir escritos de muy diferente procedencia era demasiado complicado, lo que necesitó de una introducción para justificar tanto la invención del título, demasiado pobre, como sus tres secciones, tituladas «Biografía literaria», «Arte de leer» y «Crítica y ficción», las cuales, en un exceso de manipulación textual, venían encabezadas por citas del propio James. Así, íbamos leyendo textos de los años ochenta y noventa del siglo XIX que estaban sacados de contexto: una carta a un amigo, en la que le recomendaba un par de libros, aparecía junto a dos monótonas descripciones de Concord y Nueva York y una epístola a su sobrino donde le apuntaba algo de su tema preferido: la comparación entre Estados Unidos e Inglaterra. Le sucedía después una serie de largos comentarios en los que, sin escrúpulos, se ensañaba con la obra de Whitman, Goethe y Dickens, perdonaba los errores de Taine y George Eliot e incluso tenía palabras amables para Matthew Arnold, acabando por alabar a Stevenson (en el único caso en que iba al grano y resultaba interesante), Balzac, Ibsen y Shakespeare.
Ni siquiera la última parte del libro, que contenía ensayos sugerentes como «El arte de la ficción» y «El futuro de la novela», se salvaban de una pedantería y una retórica vacía que podían crispar los nervios del lector más paciente que, buscando brotes de imaginación entre alusiones nacionalistas y un gusto desmesurado por todo lo francés, quedaba en estado de letargo y demasiado decepcionado para tratarse de uno de los más respetados escritores ingleses. Pues, de repente, James se convertía en alguien antipático que buscaba mensajes morales en lo que leía y que no estaba a la altura de su posterior grandeza.
Toni Montesinos.
©William M. Vander Weyde/George Eastman House Collection.
Cuentos completos (1895-1910)
Henry James
Páginas de Espuma, traducción de Eduardo Berti, 1.002 pp., 39 €
http://paginasdeespuma.com/catalogo/cuentos-completos-1895-1910-de-henry-james/
Daisy miller y otros cuentos escogidos
Henry James
Valdemar, traducción de Fernando Jadraque, 944 pp., 38 €
http://www.valdemar.com/product_info.php?products_id=898