El pasado 19 de junio moría Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Ángeles, 2020), uno de los autores de mayor éxito comercial en lo que va de siglo en todo el mundo.
2011 no fue un año cualquiera para este amante de los dragones, los teclados musicales y las novelas de aventuras decimonónicas: se celebraba un decenio desde que viera la luz una obra que se convirtió en uno de los fenómenos editoriales más importantes de todos los tiempos: La sombra del viento. A su vez, Carlos Ruiz Zafón llevaba otros diez años consagrado a la literatura tras un debut exitoso en el mundo de la literatura juvenil, en 1993, con El príncipe de la niebla –premio Edebé–, a la que siguieron El palacio de medianoche y Las luces de septiembre, lo que llamó la Trilogía de la Niebla, para más tarde dar a conocer, en 1998, Marina, lectura habitual en los institutos de enseñanza secundaria. Atrás quedaba su licenciatura en periodismo y su trabajo como creativo en una agencia de publicidad (había cursado estudios de Ciencias de la Información). Empleos estos que, junto con el de guionista en Los Ángeles en los años noventa, iban a cimentar su modus operandi literario.
Y es que todo el que se enfrenta a un público adolescente o uno que busca una imagen instantánea sabe cuán resbaladizo y difícil territorio pisa: has de impedir que el joven lector tenga la ocasión de apartar la mirada; hay que atraerlo con intensidad, fuerza y misterio. Ese aprendizaje sería clave para el autor barcelonés, que consiguió ver publicada La sombra del viento gracias a la insistencia de Terenci Moix –el libro había sido presentado al premio Fernando Lara 2000–, que vio las virtudes de una historia que englobaba lo mejor de las novelas de entretenimiento: trasfondo histórico, lejano en el tiempo y a la vez próximo a la sensibilidad del lector actual (año 1945), ambiente enigmático (el llamado Cementerio de los Libros Olvidados, en el corazón de la ciudad vieja) y hallazgo de un objeto casi mágico (un libro que llevará al joven protagonista a una serie de descubrimientos intrigantes).
Semejante combinación es hoy en día sinónimo de best-seller. Tanto es así que, desde la eclosión de La sombra del viento –le esperarían al autor que sus obras fueran traducidas a más de cincuenta idiomas y la venta de millones de ejemplares–, muchos escritores han querido asimilar, en vano, las virtudes novelescas de Ruiz Zafón, si bien otros despreciaron estas por considerarlas fáciles de desarrollar (Enrique Vila-Matas llegó a decir, con tono de desprecio, que él mismo hubiera podido hacer fácilmente tal cosa, pero que no era su estilo). Pero la fórmula del éxito es indescifrable: mezcla talento artístico y suerte, duro trabajo y capacidad de conexión con los gustos del público. En su caso, pudo leerse, gracias a una entrevista de Carles Geli (El País, 30 de mayo del 2008), titulada “Aquí la literatura es un gueto de mediocridad y pretensión”, cómo el escritor concebía sus creaciones: «Mi método de trabajo está dividido por capas. Escribo como se hace una película, en tres fases». Curiosamente, sin embargo, siempre se negó a que sus obras se adaptasen a la gran pantalla, y eso pese a trabajar para el mundo cinematográfico, al considerar que con ello estaría traicionando su obra y que sería algo «redundante, irrelevante y totalmente innecesario», como dijo a un entrevistador de Radio Nederland, Servicio Latinoamericano, el 29 de octubre del 2011.
Y seguía explicando en aquella conversación con Geli: «La primera es la preproducción, en la que creas un mapa de lo que harás, pero cuando te pones a hacerlo ya te das cuenta de que vas a cambiarlo todo. Luego viene el rodaje: recoger los elementos con los que se hará la película, pero todo es más complejo y hay más niveles de los que habías previsto. Entonces, a medida que escribes, ves capas y capas de profundidad, y empiezas a cambiar cosas. En esa fase es cuando empiezo a preguntarme: “¿Y si cambiase los cables, o el lenguaje, o el estilo?”. Ahí creo la tramoya, que para el lector ha de ser invisible: el lector ha de leer como agua, le ha de parecer todo fácil… Pero para que sea así hay que trabajar mucho».
Una librería misteriosa
Stephen King, que de esto sabe de sobra, que es uno de los trabajadores literarios más incansables de las últimas décadas, elogió esta «novela llena de esplendor y de trampas secretas donde hasta las subtramas tienen subtramas». Es más: «Si alguien pensaba que la auténtica novela gótica había muerto en el XIX, este libro le hará cambiar de idea», aseguraba el narrador norteamericano, y añadía: «En manos de Zafón, cada escena parece salida de uno de los primeros films de Orson Welles. Hay que ser un romántico de verdad para llegar a apreciar todo su valor, pero si uno lo es entonces es una lectura deslumbrante».
El éxito volvió a repetirse con El juego del ángel (2008), ambientada en la Barcelona de los años veinte, turbulenta y violenta, que narra la historia de un joven escritor al que un misterioso editor encarga un libro; y así volvía a ocurrir, quién lo podía dudar a tenor de los antecedentes, con El prisionero del cielo, siguiendo con la idea de todo el ciclo novelesco de recrear una Barcelona misteriosa y gótica que iba desde la etapa de la Revolución Industrial hasta los años posteriores a la guerra civil española; en esta ocasión, Daniel Sempere, ya casado y padre de un hijo, recibía la visita de un hombre que buscaba a un amigo y en el que se conducía toda la peripecia hacia un ambiente carcelario. Y, finalmente, en el 2016, se publicó el colofón de la tetralogía, El laberinto de los espíritus, en que Sempere y su librería volvían a ser protagonistas en la década de los años cincuenta, momento en que Daniel, acuciado por la rabia y la necesidad de vengar la muerte de su madre, descubría un entramado de crímenes y violaciones del régimen franquista. A propósito, con esta obra llegó un momento especial para Ruiz Zafón, pues le valió una de las acogidas más cálidas que se recuerdan en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, con el homenaje de miles de lectores; un libro que, en sus propias palabras (en una entrevista de Mercè Pons para El País, el 18 de noviembre del 2016, con el título, fatalmente premonitorio, de “Última visita con Carlos Ruiz Zafón al cementerio de los libros olvidados”), fue «la piedra de encaje del laberinto, el más laborioso, lo que había soñado muchos años antes».
Este triunfo a la hora de disfrutar de admiradores de todas las edades vino acompañado de muchas reacciones entusiastas por parte de la crítica extranjera. Así, el recibimiento de El Juego del Ángel y El Prisionero del Cielo dio para una afirmación como la que sigue, vista en el italiano Corriere della Sera: «Proclamo a Zafón, el Dickens de Barcelona, el escritor actual más dotado para el arte narrativo». Y el USA Today no tuvo una mirada muy distinta, pues pudo leerse en sus páginas: «Ha reinventado lo que significa ser un gran escritor. Su habilidad visionaria para narrar historias ya es un género en sí misma».
El escritor y la ciudad
El día de su muerte, desde el Grupo Planeta se divulgó un comunicado en que se decía que el autor había fallecido a los cincuenta y cinco años, víctima del cáncer de colon que arrastraba desde hacía dos años, en su residencia de Los Ángeles: «Hoy es un día muy triste para todo el equipo de Planeta que le conoció y trabajó con él durante veinte años, en los que se ha forjado una amistad que trasciende lo profesional. Nos ha dejado uno de los mejores novelistas contemporáneos, pero seguirá muy vivo entre todos nosotros a través de sus libros. Porque como Carlos le hace decir a uno de sus personajes literarios, el señor Sempere, cuando lleva a su hijo Daniel a descubrir el secreto de El Cementerio de Los Libros Olvidados: “Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él”».
Para la creación de semejante Cementerio, se inspiró en unos almacenes de libros viejos de la ciudad californiana que trasladó a una Barcelona gótica –en el cuento Rosa de fuego, publicado en el 2012 en la revista Magazine y Diario de Ibiza con motivo del Día del libro, contó la historia de los orígenes del enigmático lugar, situado en la época de la Inquisición española en el siglo XV–, de tal modo que literatura, historia y viaje se hermanaban a través del espacio y el tiempo. Y es que, muchas veces, el viaje hacia un lugar conocido mediante las páginas de una ficción empieza con un libro, con una lectura, y se extiende para idolatrar al autor amado mediante un billete de tren, un ascenso a un avión, un paseo en la propia ciudad. En este sentido, Fernando Savater, en Las ciudades y los escritores (Debate, 2013), se sabía continuador de otros muchos escritores que también «emprendieron búsquedas semejantes por los lugares de origen de aquellos a quienes ellos consideraban mentores intelectuales», pero no se avergonzaba de lo que daba en llamar «fetichismo», pues al fin y al cabo, todo ello «es una forma perdurable de reconocer que, tanto ayer como hoy y sin duda también mañana, la literatura es una tradición cuyas raíces se hunden en la historia y en la geografía».Así lo ejemplificó el autor vasco mediante una serie de viajes por Europa y América para preparar unos programas televisivos en los que se entrevistó con destacados narradores, prestigiosos profesores universitarios o lugareños propietarios de restaurantes y librerías, en la Florencia de Dante, la Bretaña de Chateaubriand, el México D.F. de Octavio Paz, la Praga de Kafka, el Buenos Aires de Borges, el Londres de Virginia Woolf, la Lisboa de Pessoa, el Edimburgo de Stevenson, el Madrid de Cervantes, Lope de Vega y Quevedo… «Somos adictos a peregrinaciones devotas para ver los rincones y los cielos que contemplaron aquellos a quienes debemos tantos momentos de emoción y de iluminación», afirmaba el autor de Ética para Amador; «Los comprendemos mejor y nos sentimos más cerca de ellos al conocer el marco, a veces ya muy deteriorado por el tiempo inmisericorde, en que transcurrieron sus vidas y se fraguó su escritura». Ese es el ánimo que acompañaba aquel libro para que el viajero-lector obtuviera un vistazo panorámico de la trayectoria del escritor y su vida e influencia en la ciudad que lo vio desarrollarse como artista. ¿Podría añadirse ahora Ruiz Zafón a una retahíla de escritores que hicieron de la ciudad su territorio literario por antonomasia?
El callejero de Ruiz Zafón
Realmente, hay escritores que han captado las ciudades de forma tan completa y talentosa que resulta imposible no relacionar uno con otra, y en el caso de Ruiz Zafón eso ya se asomaba en Marina, donde los protagonistas se movían por una serie de arrabales y calles estrechas de una Ciudad Condal sombría y tenebrosa. Y a la vez, hay ciudades que han sido tan frecuentemente utilizadas para hacer de ellas escenarios ficticios que podemos considerarlas netamente narrativas: sus calles reales tienen su reflejo en novelas y cuentos; la población, convertida en una masa de personajes, guardan su correspondiente vida en negro sobre blanco; los problemas y conflictos provocados por las diferentes etapas históricas se manifiestan en multitud de relatos. Y así, hallamos el Madrid de Galdós, La Habana de Cabrera Infante, la Nueva York de Paul Auster, el San Petersburgo de Dostoievski, el Dublín de Joyce, el París y Londres decimonónicos de los autores realistas y naturalistas… Los caminos urbanos toman el barniz de la prosa y la voz de los protagonistas que encarnan meros tipos, pero también mitos y leyendas.
Pues bien, en la última transición del arte hacia la mercadotecnia, en el campo en que lo cultural se convierte en incentivo económico y reclamo turístico, se ha explotado la imagen de muchos de los escritores que llevaron a sus libros las ciudades que habitaron, convirtiéndolos en estandartes de un lugar, en un emblema que explica el desarrollo de la ciudad misma. Así, se crean itinerarios callejeros a partir de relatos célebres, una idea que surge con el Ulises joyceano y llega hasta las novelas de entretenimiento de la actualidad, que explotan ese recurso cuando se dan las circunstancias narrativas adecuadas.
Ocurrió no solo con el impresionante fenómeno editorial que protagonizó La sombra del viento –«La voz de Ruiz Zafón es de una originalidad a prueba de bomba. La Sombra del Viento anuncia un fenómeno de la literatura popular española», escribió Sergio Vila-Sanjuán en La Vanguardia en junio del 2001–, sino también con otro barcelonés, Ildefonso Falcones, con La catedral del mar (2006). A partir de ambos textos, se establecieron rutas preparadas por agencias turísticas para seguir los pasos de sus protagonistas: en el caso de Ruiz Zafón, es posible rastrear a los personajes Daniel Sempere, Julian Carax o Fermín Romero de Torres por el casco antiguo de Barcelona ―por calles, cafés, iglesias, colegios― y visitar la parte montañosa de la ciudad, la del Tibidabo. En cuanto a la obra de Falcones, el interesado también puede seguir, a ras de suelo, las andanzas de Arnau Estanyol, el joven que se fugaba de su señor feudal y llegaba a la Ciudad Condal, donde trabajaba en la construcción del templo de Santa María del Mar.
Si en La catedral del mar la trama se situaba en el siglo XIV, aún en plena Edad Media, en La sombra del viento, la acción transcurría desde la época del modernismo hasta 1945, cuando un chico visitaba con su padre el Cementerio de Libros olvidados, inicio de una serie de intrigas y maldiciones en la que la ciudad devenía un personaje más. Asimismo, en El juego del ángel ―pese a las coincidencias, el autor dijo que no se trató de una continuación de La sombra del viento―, nos trasladamos a la Barcelona de los años veinte, gótica y decadente, siempre con un prurito de romanticismo y elegancia. Y tal vez este sea el secreto de que libros como los del difunto Ruiz Zafón –que se fue del mundo de manera harto discreta, dejando viuda; no tuvo hijos, y su único hermano y sus padres ya habían desaparecido– obtengan tamaña aceptación del público: el hecho de reconstruir lugares conocidos pero con el gusto por infundirles el encanto y el misterio que antaño mostraron al mundo y que hoy aún puede desvelarse, si uno está dispuesto a echarle imaginación.
Toni Montesinos
LA PRENSA HA DICHO
PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS DE LA SOMBRA DEL VIENTO
En España:
Premio de la Fundación José Manuel Lara al libro más vendido.
Premio de los Lectores de La Vanguardia.
Premio Protagonistas.
En Estados Unidos:
Borders Original Voices Award.
Gumshoe Award.
New York Public Library Book to Remember.
BookSense Book of the Year (Honorable Mention).
Barry Award, Joseph-Beth and Davis-Kidd Booksellers Fiction Award.
En Francia:
Livre de Poche 2006.
Premio al mejor libro extranjero.
Prix du Scribe.
Prix Michelet.
Prix de Saint Emilion.
En Holanda:
Premio de los Lectores.
En Noruega:
Bjornson Order al mérito literario.
En Canadá:
Premio de los libreros de Canadá/Quebec.
En Bélgica:
Premio Humus al mejor libro del año votado por los lectores de Bélgica (2006).
En Reino Unido:
Ottakar’s prize.
Nielsen Golden Book Award.
Finalista de Author of the Year 2006 British Book Awards.
Sexta posición en la lista de Waterstone’s de los 25 mejores libros de los últimos 25 años.
En Portugal:
Premio Varzim de Povoa.