Un especialista en la música española publica una novela de suspense y crímenes turbadores con Madrid como escenario de fondo en dos tiempos: las noches de la Movida y el inicio de los años 2000.
Coinciden ahora mismo en las librerías dos historias que tienen un mismo escenario social, ya histórico: la famosa Movida madrileña. En Todos estábamos vivos (AdN), Enrique Llamas hace un retrato social de aquella España de los ochenta, que ha sido idealizada a medida que pasaban los lustros. Han quedado los conciertos, la ropa de cuero, los jóvenes talentos que despuntaban en el ámbito intelectual o musical, pero también aquellos cuyos excesos les dejaron fuera de la vida antes de tiempo, cuando la sombra del sida era una amenazadora realidad entre las gentes homosexuales. Llamas, al nacer en 1989, no tuvo ocasión de ver todo ello en primera persona, así que debió documentarse para ir concibiendo sus personajes, para lo cual, reconoce él mismo, le fue útil Crónica del desamor, de Rosa Montero, y las películas de Eloy de la Iglesia, y por supuesto las primeras cintas de Pedro Almodóvar.
Por otro lado, aparece también la obra de un autor que, de entrada, conoce de sobra esa etapa, pues ha estudiado la trayectoria de diversas figuras de la música española, como Joaquín Sabina y el grupo Extremoduro, respectivamente, la trilogía compuesta por Perdonen la tristeza, En carne viva y No amanece jamás, y De profundis. Se trata de Javier Menéndez Flores (Madrid, 1969), que ya ha firmado las novelas Los desolados, El adiós de los nuestros y, junto con el periodista Melchor Miralles, El hombre que no fui –basada en el crimen de los marqueses de Urquijo; fue finalista del Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón 2018–, además de libros de entrevistas como Miénteme mientras me besas y Arte en vena, y hasta un ensayo cinematográfico, Guapos de leyenda.
Pues bien, Llamas regresa al terreno de la ficción con Todos nosotros, thriller ambientado en Madrid en dos tiempos: justamente, la década de 1980, con la Movida de fondo: sus barrios y sus descampados, sus bares sofisticados y sus antros sórdidos, configurando por lo tanto una mirada hacia lo que ocurrió durante la Transición, en un país decidido a encaminar sus pasos hacia la democracia. El otro periodo que lleva a la obra es el año 2000, pero en cualquier caso, al evocar esos tiempos en que la música fue algo tan inmensamente importante para cierta generación de españoles, en esta historia también habrá mucha mención de canciones, de los Beatles, Radio Futura, Nacha Pop, Mecano, The Clash, Bruce Springsteen, Ramones, The Jam, Neil Diamond, Cecilia, Isabel Pantoja, José Luis Perales o Julio Iglesias…
Chicas desaparecidas
Todos nosotros comienza con una escena turbadora: el sonido de una película en blanco y negro que dan por la televisión y que intenta mitigar el sonido de los disparos de una pistola y una escopeta. Entonces, alguien dice: «Estás muerto». Y es que en ese Madrid de 1981 que surge desde la primera página, sucede el mortal atropellamiento de una joven en una fría madrugada de noviembre, llamada Elena Vicuña. Al parecer, estaba huyendo de algo o de alguien. Lo único cierto es que corría desnuda tras llevar dos semanas desaparecida. Del caso se encarga Diego Álamo, al que han asignado el caso junto al veterano Roberto Guzmán, y ambos descubren mediante el informe forense que la chica presentaba además unas terribles heridas previas al accidente, y queda descrita así: «De tan blanca como era, la piel de aquella chica resultaba luminosa. Su cuerpo parecía un brote de belleza truncada en un reino de oscuridad».
El entorno de Elena era potente, al ser hija de un matrimonio bien posicionado, y hasta poderoso. Lo último que se sabe de ella es que había estado con sus amigos en un local de moda, bailando en la pista. Lo inquietante, por si fuera poco, es que ella no es la única joven desaparecida, ya que tras el atropello desaparecen otras dos chicas, Ana Casado y Patricia Feijoo, asimismo desvanecidas tras haber estado en locales de copas. Así las cosas, Álamo y Guzmán se enfrentan a lo que se denominará la «Operación Copas», lo cual les conducirá a una serie de descubrimientos personales en que la maldad y la violencia se abren camino a través de una trama intrépida y absorbente. Los policías visitan La Vía Láctea, el Penta y la discoteca Joy Eslava, hacen preguntas a los vecinos de Carabanchel, el barrio donde fue atropellada Elena… Pero todo en vano.
Por otro lado, tenemos al Madrid del 2002. Álamo se ha convertido en inspector jefe y está al frente de la operación «Ángela y Demonios», que intenta desarticular una red de prostitución y trata de mujeres, sin haber perdido de vista aquellos casos que les duele no haber podido resolver. Pero entonces llega la gran sorpresa que marcará sus pasos siguientes: la noticia de que varias jóvenes han desaparecido sin dejar rastro después de estar en una discoteca madrileña. ¿Habrá algo en común con lo que les ocurrió a Elena Vicuña, Patricia Feijoo y el resto de las chicas desaparecidas en 1981 con estas otras jóvenes, Ainhoa Rojas, Verónica Salcedo y Teresa Valverde? A ello se consagran también los inspectores Sara Segura y Mateo Suárez, pues se sospecha que todas esas desapariciones, las del pasado y las del presente, responden a un mismo criminal. El caso, al fin, deviene toda una obsesión para los investigadores, que no tienen otra opción que trabajar a contrarreloj en busca de respuestas clarividentes.
Pura maldad
Menénez Flores consigue crear un protagonista malvado sin resquicios, un psicópata para quien las muchachas son conejillos de indias para llevar a cabo sus tenebrosas maniobras psicológicas y abusos sexuales. «Nadie, nunca, regresó al mundo de la luz y la esperanza, a la vida, después de haber estado con él», se lee en medio de un argumento en que el autor recurre argots propios de los distintos ambientes que lleva a su narrativa: el policial, el de los bajos fondos, el de los interrogatorios, el de los bares, etcétera. Sin embargo, el escritor también logra que dentro de estas oscuridades del alma humana, también se cuele la esperanza a través de la fuerza del amor, que puede con casi todo, pese a la aparición de terribles criminales que no tienen piedad alguna. «El hombre subía a la muchacha tirando de las piernas y la cabeza iba chocando con cada uno de los escalones»; «El mismísimo diablo disfrazado de hombre», escribe Menéndez Flores para escarbar en comportamientos macabros y describir los espacios donde las víctimas son retenidas, violadas y torturadas.
Son, cómo no, sótanos que pasan inadvertidos, insonorizados, todo «un ataúd en forma de habitación», en palabras de los policías, que tienen el difícil objetivo de desenmascarar a la red de depravados que llevan a cabo semejantes atrocidades, atando con cadenas y con collares de hierro en el cuello a chicas que pierden toda la dignidad humana, que son tratadas como auténticas bestias a las que se puede vejar sin consecuencias. Al hilo de esta investigación, habrá un constante personaje, tan importante como los que tienen nombre y apellido: la propia ciudad, de los ochenta y de los dos mil, con sus bares de Malasaña o discotecas míticas como Pachá y Cerebro, el Paseo de la Castellana y el Madrid más popular, desde luego, y también el más actual, el de los afters y el de la música House. El que nunca duerme.
TODOS NOSOTROS
Javier Menéndez Flores
Planeta, 544 pp., 19,90 €
TODOS ESTÁBAMOS VIVOS
Enrique Llamas
AdN, 288 pp., 18 €