Rafael Ruiz Pleguezuelos (Granada, 1974) es Doctor en Filología Inglesa y licenciado en Filología Hispánica y Teoría de la Literatura. Profesor en EM La Inmaculada, Universidad de Granada. Su intensa vocación literaria le lleva a trabajar géneros muy diversos, desde la novela, el teatro o la crítica cultural. Colaborador habitual de Qué Leer, ahora publica la novela La piel del lagarto, galardonada con el premio TIFLOS de novela 2020.
Una novela, en palabras de Luis Mateo Díez, «con mucha capacidad de ambientación y de recursos narrativos». La obra narra la peripecia del pintor Miguel Ángel Almagro, que vive retirado del mundo en una zona rural de Granada, dedicado por completo a una serie de cuadros de gran formato, cuando, de repente, se ve sorprendido por la noticia de que en la sala de subastas londinense Christie’s, la más influyente del mundo, acaban de pagar una fortuna por una pintura suya de juventud. El problema es que ese cuadro no es suyo… Esa atribución errónea lo conducirá de vuelta a Londres, ciudad en la que se educó como artista. Y a partir de ese momento, todo se complica: el reencuentro con su primera y única mujer, la investigación de lo sucedido y, sobre todo, el mirar cara a cara a un pasado que creía olvidado. La vida se convierte entonces en una carrera obsesiva de ida y vuelta que trastoca su existencia. Con pluma ágil y vívida, casi periodística a la vez que mágica, el autor toma la agitada biografía de un pintor hiperrealista para especular sobre una de las grandes luchas del arte contemporáneo: la batalla eterna entre el arte figurativo y el conceptual. Una novela espejo del propio autor y de la sociedad que nos ha tocado vivir.
Según el texto de contraportada, una de las cuestiones que plantea la novela es la batalla entre el arte figurativo y el arte conceptual. ¿No pueden coexistir sin ningún tipo de rivalidad? ¿O lo que quiere es, en realidad, cuestionar ciertos extremos a los que ha llegado el arte contemporáneo?
Lo ideal es que convivan, por supuesto. El artista tiene que expresarse sin normas ni restricciones. Pero la situación, tal y como yo la veo y he reflejado en la novela, es que el conceptual ha canibalizado (incluso diría que humillado) al figurativo. Como amante del arte, no perdono al conceptual que haya echado a la gente corriente de los museos y las galerías, porque «no pueden ver nada» en esas obras de arte incomprensibles. El conceptual ha creado un universo con unas reglas que solamente siguen y entienden los que están en el negocio, y el protagonista de La piel del lagarto, un huérfano con un talento descomunal para la pintura, se siente parte de esa gente corriente y se rebela contra ese imperio del arte invisible.
¿Cuánto cree usted que hay de boutade en el arte contemporáneo?
Hay muy buenos artistas contemporáneos, porque no hay época sin talento, y si uno le dedica tiempo a buscar la flor en el barro, acaba encontrándola. Pero el tinglado del arte es un cuento del traje del emperador sostenido por jugosos cheques. Miguel Almagro, mi protagonista, comienza una cruzada contra ese estado de cosas. Y es un artista tan puro que siente que le va la vida en ello.
En la novela, el protagonista vuelve a Londres para resolver un asunto y, en cierto modo, se enfrenta a su pasado y a una mujer. Y en el texto se habla a menudo de que el pasado es como una serpiente que criamos en casa de manera ilegal y que el día menos pensado, ataca. ¿Es siempre así? ¿Qué le quedó al personaje protagonista por resolver?
Creo, como mi personaje, que es tremendamente peligroso dejar cabos sueltos en tu vida, historias sin resolver. Porque lo inacabado (sea una relación o un deseo) te impide pasar página del todo. En algún momento vas a caer en la tentación de mirar atrás, o vas a sentir cómo ese fuego no extinguido vuelve a quemarte. Las relaciones, de una en una. A mi personaje le quedó en Londres una historia de amor inacabada, tras una separación que no debió producirse de dos personas condenadas a estar juntas.
El personaje de Tracey es altamente tóxico, imprevisible y retorcido. Parece ser una mujer con dificultades para amar y dejarse querer. ¿No cree que ha dibujado una personalidad demasiado extrema? ¿O bien, como sostiene, la mayoría de los artistas son extremadamente infantiles o con un gran ego?
He conocido tantos artistas devorados por su ego que empiezo a pensar que son más los que lo tienen desatado que los que saben controlarlo. Todo artista deber quererse, porque si se desprecia no puede tener confianza en lo que es capaz de producir… Pero es que el artista necesita justamente lo contrario, poseer una humildad tremenda. Ser consciente de que el arte que se escribe con mayúsculas es un Everest al alcance de muy pocos, y que en el caso de que tengas el talento necesario, durante tu vida podrás llegar a la cima como mucho una o dos veces. La humildad te hace mejor artista, porque quien cree que ya sabe no aprende, y además el ego envenena tus relaciones, tu entorno. Tracey no se quiere y Miguel se quiere demasiado, y esa es su tragedia como pareja.
Usted vivió un tiempo en Londres cuando preparaba su tesis doctoral. ¿Ha reflejado elementos autobiográficos en el texto? ¿Es el racismo uno de ellos?
Quería reflejar en la novela que el racismo es una cuestión puramente económica, que no está tan dirigida a una raza o procedencia como a un estatus. En mi tiempo en Londres, lo comprobé de la misma forma que lo ha hecho mi personaje: cuando por las mañanas asistía a las clases de la facultad, era para los ingleses una fruta exótica, un encanto de español que estudiaba literatura en su tierra. Todos querían conocerme y que habláramos de libros, y a nadie le importaba de dónde fuera. Para pagarme esos estudios, por la noche trabajaba en el kebab de un barrio bajo. Ahí la historia era muy diferente: los clientes me trataban como a otro incómodo inmigrante, que lo mejor que podía hacer es desaparecer de su vista, no fuera que me encontrara con un problema. Más de una vez la cosa se puso fea.
En la novela se da un hecho extremadamente violento (que no vamos a desvelar para no hacer spoiler). ¿Cómo cree que un acontecimiento así puede marcarnos, tanto colectiva como individualmente?
El europeo, afortunadamente, no sabe nada de la violencia. Desde hace años vivimos en un estado de paz que no apreciamos lo suficiente. La violencia -en el mundo occidental- no es más que un recurso narrativo de un videojuego o una película. Por eso cuando nos enfrentamos cara a cara con ella, como mi personaje lo hace, el efecto es devastador. Como si tu cerebro explotara.