Dacia Maraini es una escritora todoterreno, tan comprometida como versátil, cuya obra ha transcurrido entre el ensayo, la dramaturgia, la novela y el guion. La piedra de toque de su producción es el difícil contexto de la mujer a lo largo de los años. Desde hace poco, Altamarea ediciones ha seleccionado algunos de sus títulos, los ha traducido y publicado en nuestro país. El último de ellos en llegar a las librerías es Diálogos de una prostituta con su cliente. Se trata de un texto que apareció en Italia en 1978 y que ahora consigue llenar un vacío en nuestro panorama editorial.
Diálogos de una prostituta con su cliente contiene en un mismo volumen tres obras de teatro. La primera, y coincidente con el título, es la más corta. Describe un encuentro singular entre una hetaira que sabe más de la vida por su dolor que por ser mujer, aunque ambas cuestiones están conectadas, y un cliente. Hay en ella ecos dramáticos de Matrimonio a la italiana (1964) de Vittorio De Sica, aquella joya del neorrealismo muy tardío que dignificaba a una Sofía Loren, prostituta de clientes fijos, entre los que se destacaba Marcello Mastroianni. El clímax narrativo se encontraba en la resistencia de ella, en los años finales de vida de él, a la hora de decirle cuáles de sus vástagos eran de aquella relación inapropiada y cuáles no. Así, su prole podría disfrutar de manera eventual y completa de la supuesta herencia paterna. Hay mucho de esa injusticia patriarcal enraizada en esta primera dramaturgia, asunto clave también en las demás. Proxenetismo encubierto, negación de la esencia femenina y mucho descaro son los ingredientes que sazonan esta creación. Sobre el intercambio de la carne es complejo que nazcan flores, pero sí, desde luego, puede surgir una reflexión sobre el sexo, el dominio y la conciencia. No por nada Dacia Maraini es una de las grandes figuras vivas de la literatura italiana. Su compromiso con la denuncia y recuperación de la mujer en la historia y en el presente es una constante. Construir literatura sobre el dolor nunca ha sido fácil, pero sí necesario.
La segunda obra de teatro es Dos mujeres de provincias. Algo más extensa, recoge la historia de dos amigas de toda la vida que, mientas limpian el piso del sobrino de una de ellas, se sinceran. Con la excusa de una conversación banal comienzan a aparecer en escena, nunca mejor dicho, boutades como el estudio antropológico de la forma de los culos (que recuerda lejanamente a una suerte de frenología capaz de detectar y predeterminar el carácter de las personas), la presión del control marital, un corolario descriptivo de las tradiciones amatorias y matrimoniales italianas (extrapolables a cualquier latitud), prácticas sexuales tan costumbristas como aberrantes e insatisfactorias para la mujer y un sinfín de miserias. El catálogo es tan abrumador como la vida misma. A pesar de ello, crece, como una planta entre las grietas del hormigón, una solidaridad femenina que podemos identificar muy fácilmente con la sororidad.
La tercera es una revisión del Agamenón, primera parte de la trilogía de la Orestiada. Los clásicos están para guiarnos, pero también para someterlos a una tensión generada por siglos de arquetipos y visiones matizadas de lo que aquellos pasajes simbólicos significaban. Maraini trae las miserias de Agamenón, Clitemnestra, Casandra e Ifigenia a un momento mucho más cercano a nosotros, pero no tanto en las épocas como en las mentalidades. El eje de la obra bascula de nuevo en torno a las vicisitudes conocidas, como la muerte del patriarca a manos de su esposa, vengadora de la hija perdida, y todo lo que ello conlleva. Sin embargo, el punto de vista es manifiestamente diferente. No han sido pocos los filólogos y especialistas en el mundo griego los que han afirmado que el título de esta obra parecía algo destinado, ya que la verdadera e indiscutible protagonista era Clitemnestra. Bien, pues Maraini resuelve de un plumazo y para siempre esta querella. El título que nos regala es nada menos que Los sueños de Clitemnestra. El lugar en el que ponemos el foco resulta, como es lógico, una decisión de carácter moral, no solamente narrativo, por decirlo parafraseando la famosa sentencia de Godard sobre la ubicación de la cámara, que no es otra cosa que el punto de vista.
Podría apuntarse que estamos ante una Medusa de tres cabezas. Es decir, un corpus de obras completamente diferentes, y lo son. Cambia en ellas la forma, las maneras y el modo concreto de aproximación. Sin embargo, anida en todas un latir común, un costumbrismo salpicado de provocación que en otros tiempos debió ser muy irreverente. Del mismo modo, existen vasos comunicantes entre las tres tragedias (como también ocurre con el resto de la producción de la autora), por no citar los temas, las inquietudes y las reivindicaciones colegiadas que arrojan estas páginas. La mujer, destinada históricamente a los espacios periféricos, que no marginales, es colocada por la autora en el centro de sus narraciones. Clitemnestra, las dos amigas (Magda y Valeria), Manila (la meretriz)…todas son vértice y motor de las historias. De igual modo, las mujeres son el camino, como una metáfora tradicional, sobre las que se construye el relato. Así, ellas analizan y critican algunas realidades tan acusadas como ocultas. Por ejemplo, la de aquellos hombres que son amantísimos con la madre, pero en la calle se convierten en verdaderas bestias, proxenetas o maltratadores. La afirmación es de calado, pues mientras en nuestra sociedad casi nadie se declara abiertamente machista u homófobo, lo cierto es que los delitos de odio hacia las mujeres y colectivos LGTBI no dejan de sucederse.
El miedo a la alteridad, sea la otra mitad del ser humano o al que se considera distinto, está posiblemente enraizado en nuestro ADN (o en nuestra cultura popular). Quizá esa es una de las grandes funciones de la literatura, la de denunciar aquellas miserias del sentir que a pesar de los años no logramos extirpar. Pocos correctivos son más efectivos para los dolores del alma que poner al lector (espectador) frente al espejo de sus ruindades. Hay veces que creemos que el tiempo las ha vencido, pero basta una leve llama para demostrarnos lo contrario. Maraini está más de actualidad que nunca, pues araña nuestra conciencia de una manera sutil, nada evidente. Denunciar las costuras mugrientas de ciertas prácticas sociales sólo puede invitar a la reflexión. Las cargas de profundidad están celosa y sabiamente escondidas en estas dramaturgias. No dejen de buscarlas. Sólo hay que atreverse a mirar.
Juan Laborda Barceló.
DIÁLOGO DE UNA PROSTITUTA CON SU CLIENTE
Dacia Maraini
Altamarea, traducción de Raquel Olcoz, 160 pp., 18,90 €