El 15 de enero habrán pasado 400 años desde el nacimiento del autor teatral que cambió las formas convencionales del teatro francés, unificando música, danza y texto, y luchando a la vez contra las hipocresías de su tiempo mediante el sarcasmo.
Para celebrar los cuatrocientos años de Molière, o sea, de Jean-Baptiste Poquelin (pues con este nombre nació, en París, el 15 de enero de 1622, ciudad en la que murió en 1673), nada mejor que conocer o volver a sus textos. Y es que hace unos meses, la editorial Cátedra ofrecía la gran biografía Molière, de Georges Forestier, que trataba de presentar al Molière que conocieron sus contemporáneos más allá del mito edificado sobre diversas leyendas (marido celoso y malhumorado, soñador y melancólico, actor dotado solo para la comedia, enfermo crónico), que todavía hoy componen su retrato. No en vano, para poder conocer la figura del hombre, el actor itinerante, el audaz director de teatro, el creador ingenioso, hace falta bucear en testimonios desconocidos, documentos olvidados que ayuden a reconstruir la figura del hombre, de su familia, de una compañía de teatro excepcional, de un artista que llegó a ser favorito de Luis XIV, que nos puedan aclarar las luces y las sombras del gran autor cómico.
Asimismo, también en este año, aparecieron dos volúmenes en Debolsillo, el primero de ellos Teatro I. Aparecía así uno de los mayores dramaturgos europeos en una edición magistral, pues este volumen reúne cinco de las obras más destacadas de Molière, piezas tan fundamentales para la historia del teatro europeo como Don Juan o El Tartufo, junto con El avaro, Anfitrión y La escuela de las mujeres. La introducción de Mauro Armiño ofrece las claves para profundizar en la vida y obra del padre de la Comedie Française y uno de los dramaturgos más representados de hoy. Los lectores podrán apreciar con lujo de detalles su Don Juan, famosa tragicomedia sobre un noble libertino y vividor inspirada en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, o revivir la representación original de El Tartufo, que despertó la ira de la Iglesia y se prohibió durante años al verse en su crítica a la hipocresía un ataque frontal a la religión. Completan este volumen indispensable para todo amante del universo molieresco tres comedias que fueron recibidas con gran entusiasmo en su época y siguen siendo de gran relevancia en la actual.
Por otro lado, el segundo tomo de las obras esenciales de Molière, también a cargo del traductor Mauro Armiño, completaba la selección del teatro de Moliere, reuniendo cinco de sus grandes comedias, estrenadas entre 1668 y 1673, durante el último lustro de vida del autor. Jorge Dandín castiga los sueños de ascenso social; El avaro ataca la codicia de la burguesía en el siglo XVII; El burgués gentilhombre satiriza los códigos huecos de la aristocracia; Las mujeres sabias pone el punto de mira en la pedantería; y El enfermo imaginario ironiza sobre los límites subjetivos de la salud. En estas piezas tardías, el inigualable comediógrafo amplía su registro hasta alcanzar por momentos el sentimiento trágico de la vida. Cada uno de los volúmenes, cabe decir, se completaba con notas explicativas y cuidadas noticias sobre el contexto histórico-literario de las comedias.
Del favor del rey a la marginación
Esto es lo más importante: tener al alcance las obras de un autor de vida igualmente apasionante: la de un hombre enfrentado al sistema social y por ello incómodo para el Gobierno, la Realeza y la Iglesia. Nacido en una familia de la rica burguesía comerciante, su padre era tapicero real. Molière perdió a su madre a la edad de diez años y fue alumno del colegio jesuita de Clermont hasta 1639; más adelante, se licenció en la facultad de Derecho de Orleans en 1642. Molière, por entonces, estaba vinculado al círculo del filósofo epicúreo Pierre Gassendi y de otros intelectuales liberales como Chapelle, Cyrano de Bargerac y D’Assoucy. Fue en 1643 cuando empezó a ser conocido como Molière, y fundó L’Illustre Théâtre junto con la comediante Madeleine Béjart; dirigida por ella, primero, y luego por el mismo Molière, esta compañía teatral intentó establecerse en París, pero al cabo de dos años, sin financiación, tuvo que cerrarse y Molière permaneció unos días arrestado por deudas.
En ese momento, empezó a recorrer las regiones del sur de Francia, durante trece años, con el grupo encabezado por el actor Charles Dufresne, al que sustituyó como director a partir de 1650, y con él representó tragedias de autores contemporáneos y algunas farsas propias, con mucho elemento de improvisación. Al final, esta compañía se estableció en París con el nombre de Troupe de Monsieur en 1658, alcanzando notoriedad con la sátira Las preciosas ridículas, un año después, del mismo Molière. Sin embargo, este autor que tanto admiraba a dramaturgos trágicos como Corneille y Racine, no triunfó en este género, como le ocurrió con la obra Don García de Navarra, que fracasó por completo.
El punto de inflexión vino con La escuela de las mujeres (1662), con la que se ganaría el favor de Luis XIV, meses después de casarse con Armande Béjart, veinte años más joven que él. El rey apadrinó a su primer hijo, que murió poco después de su nacimiento, en 1664. En 1663, mientras llevaba las tragedias de Racine al escenario y organizaba festivales en el palacio de Versalles, presentó los tres primeros actos de Tartufo, obra tan irreverente que terminó por prohibirse, lo cual sucedería también con Don Juan o El festín de piedra, tras sólo quince representaciones, especialmente criticadas desde la Iglesia.
Vivió así una etapa llena de deudas y falta de apoyos, con algún éxito aislado, como El médico a palos, pero al final tantos problemas dificultaron tanto seguir con la compañía como mantener la salud. Aun así, en estos años se estrenaron algunas de sus mejores obras: El misántropo, El avaro o El enfermo imaginario. En 1673, durante la cuarta representación de esta última obra, sintió un gran dolor y, tras ser trasladado a su casa, murió a las pocas horas. Es probable que, frente a este hecho, y por temor a que la Iglesia lo marginara a la hora de su funeral, el rey interviniera para que se le concediera el derecho a tierra santa, aunque al parecer fue enterrado de noche y prácticamente sin ceremonia.
© Retrato de Molière, por Pierre Mignard, alrededor de 1658.