Vencidos ya más de veinte años de este siglo XXI, nos vamos dando cuenta de que el reto no se encuentra tanto en leer mucho o poco, sino en recordar lo que se lee. Nos ocurre continuamente: acabas un libro que te ha parecido increíble, intentas explicarle a un amigo por qué es tan valioso… y descubres que apenas recuerdas unos rasgos generales del mismo.
Cuando quieres reconstruir la trama para convencerle de que lo lea, pareces uno de esos malos estudiantes que fingen haber leído un clásico ante el profesor repitiendo lo que algún compañero le ha contado en el recreo.
No sé si leemos más o menos que antes (para eso están esas encuestas que no acabo de creerme), pero desde luego peor. Una de las claves de por qué no recordamos lo leído es que la tecnología nos ha hecho confundir la recepción de información con el aprendizaje o conocimiento. Uno puede informarse rápido, pero conocer siempre va lento. Leemos ficción porque nos interesa esa textura de detalles, la profundidad y humanidad de un personaje, el modo en que se nos revela una trama que el autor ha tejido de manera sabia. Estarán de acuerdo conmigo en que lo verdaderamente interesante de un libro es lo que no puede ponerse en la sinopsis. Ese proceso de libación del texto necesita de una lectura lenta, recreativa en el sentido de que se detiene siempre que sea necesario. Incluso puede necesitar de un lápiz siempre a mano, para subrayar esas frases que podrían estar esculpidas en mármol. El buen lector, el que después recordará lo que ha leído y que será otra persona al incorporar esa lectura a su vida, en ocasiones tiene que volver a leer el capítulo anterior porque quiere entender mejor un suceso, o volver a disfrutar de un diálogo.
La otra razón por la que los libros pasan de puntillas por nuestra mente es que no repetimos nunca. Sin reiteración no hay aprendizaje. Una de las razones por las que los niños aprenden tanto y tan rápido es porque tienen un umbral de tolerancia a lo repetido infinitamente mayor que el adulto. ¿Cuántas veces pueden sus hijos ver el mismo episodio de su serie favorita, y además con la misma diversión y como si cada vez fuera la primera? Los hábitos de consumo contemporáneos, que incluyen esa voracidad de lo nuevo, provoca que nunca queramos volver a tomar un texto, por mucho que lo disfrutáramos. La relectura es una actividad en decadencia. Fíjese en lo que le ocurre con las series: puede ver aquel capítulo de Friends por décimo quinta vez, pero no tiene ningunas ganas de repetir Los Bridgerton. Eso ocurre porque su cerebro de los noventa tolera la repetición y admite la nostalgia, pero no el de 2020.
Quizá la solución a esta amnesia lectora pase por llamar a la buena lectura slow reading, porque ya se sabe que hoy en día, para popularizar algo, es imprescindible buscarle un nombre en inglés. ¿Cuándo se ha lanzado la gente a la calle de manera masiva a correr? Cuando ha descubierto que se puede llamar running.
El caracol no hace un gran camino al día, es bien sabido. Un libro que tuve en primaria hablaba de 14 mm por segundo, una de esas cifras que te sorprenden pero tampoco te dicen nada. Sin embargo es posible que otorgue bastante más valor al camino que esos que hacen mil piruetas y alcanzan tanta velocidad.