Dani Montero Bejerano (Madrid, 1978) es licenciado en Periodismo en 2001 por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y ha formado parte de algunas de las redacciones de información más importantes de este país. Tras comenzar su carrera en El Mundo, participó en distintos programas de investigación para televisión hasta que en 2005 pasó a la redacción de la revista Interviú, en la que trabajó durante nueve años. Después fue miembro de la redacción fundacional del diario El Español, y en la actualidad está en Nius Diario, el periódico digital del grupo Mediaset, donde colabora de forma habitual en distintos programas informativos del holding, de la mano de la productora Unicorn Content.
Es autor de libros periodísticos (La Casta, La correa al cuello y El club de los pringaos) y ahora se estrena en la ficción con un trepidante thriller, donde un asesino en serie asola los mejores barrios de la ciudad. Sus atroces puestas en escena horrorizan a los investigadores más curtidos. Solo el inspector Lobo y la psicóloga Gabriela Salcedo serán capaces de analizar las motivaciones más íntimas de los actos del Lutier y seguirle los pasos en una carrera desesperada contra la muerte.
Esta es su primera incursión en la ficción después de algunos libros de investigación periodística (que constituye su profesión). ¿Ha sido difícil dar el salto?
Ha sido complicado porque la escritura de ficción no tiene parapetos. Cuando escribe basándose en la realidad, el autor muchas veces aterriza en los datos y no es dueño de llevar la historia sobre un punto u otro. En el caso de la ficción dicho soporte argumental no existe, por lo tanto la construcción de ese universo es mucho más maleable, pero como autor no te puedes escudar en nada más si la estructura o la historia no funciona. Para bien o para mal, escribir una novela es una experiencia creativa sin parapetos.
El libro contiene muchísimos elementos, desde el crimen puro y duro hasta el funcionamiento de las fuerzas de seguridad, la psicología, la música, la criptografía, el control ciudadano, los poderes ocultos que manejan el país… ¿fue difícil engarzarlos todos y que no quedara nada fuera de la lógica? Cuando empezó a escribir, ¿tenía ya toda la trama en mente?
Empecé a escribir con los grandes hitos de la novela en mente, y sobre todo con la idea clara de lo que quería conseguir en el lector. De hecho, uno de los libros que tomé como referencia para preparar la estructura del texto fue uno de los manuales más famosos del mundo de cartomancia. Al final, la sensación de leer una buena novela negra es parecida a la que te deja un buen truco de magia, sencillo y realizado delante tuyo. Sabes que es una ilusión, un mecanismo artificial, que sorprende y funciona, aunque te mente te diga que no puede ser.
En este caso, antes de escribir la novela tuve una fase de investigación que se prologó durante más de un año. Estudié los documentos de la operación MK Ultra en EEUU, patentes de determinados aparatos sobre control mental, criptografía, arqueoacústica… fue un camino apasionante que creo que ha quedado plasmado en la novela.
Entiendo que el texto refleja muchos aspectos que usted ha vivido por su oficio periodístico pero… ¿qué elementos son reales y cuáles de ficción? ¿La más que inquietante Corporación que describe está inspirada en alguna organización de la que Vd. tenga noticia?
La novela es una ficción, pero prácticamente todos los pasajes están inspirados de una forma u otra en cuestiones reales. De hecho, muchas de las descripciones y sucesos que se describen están basados en asesinatos de conocidos asesinos en serie de la década de los 70. Las músicas que aparecen reflejadas, los procesos policiales, las metodologías de escucha.. todo tiene una base real. Incluso La Corporación, ese gobierno en la sombra.
En Marruecos por ejemplo, es un concepto mucho más definido que en España. Se conoce como Majzen al gobierno en la sombra: un grupo de oligarcas cercanos al rey que marcan las decisiones por encima de las voluntades populares. En España, ese fenómeno no funciona de una forma tan directa pero también impera de alguna manera. Cuando una empresa o un grupo de influencia está en la cima, le cuesta menos intentar modificar el escenario de competencia para que le sea beneficioso que invertir en investigación y desarrollo para ser los más competitivos del mercado. Eso es lo que trata de reflejar La Corporación: la figura de aquellos que influyen bajo cuerda en la voluntad de una sociedad para mantener su posición de poder por encima del interés general.
¿Cuán ignorantes somos los ciudadanos de los hilos que manejan las élites políticas, económicas y empresariales de nuestro país?
Este fenómeno se mide en dos parámetros distintos. Por un lado, tenemos los indicios tangibles y por otro los movimientos clandestinos. El ciudadano suele tener la prueba de que el sistema no está mirando por sus intereses cuando mercados cautivos como la gasolina o la electricidad (básicos para la vida en sociedad) suben sin control mientras la clase política que representa sus intereses no hace nada por evitarlo. Es como asistir a los procedimientos de lobby. Por un lado, está un diputado que tiene capacidad de decisión sobre el mercado de las comunicaciones. Por otro, los grandes conglomerados europeos que presionan para que la normativa sea cada vez más beneficiosa para sus intereses. Y como tercera pata, se encuentra el interés general. ¿Quién hace lobby en ese caso por el interés general? El ciudadano percibe por tanto que sus necesidades no son prioritarias para el sistema, pero no es capaz de saber por una cuestión de transparencia, cómo funcionan y cómo se retuercen los mecanismos hasta llegar a ese punto. Lo que tiene claro es que la banca, como en los casinos, siempre gana.
En la obra apenas hay descripciones físicas de los personajes, ¿cómo los imaginó en su mente?
Ese es posiblemente uno de los elementos del juego dialéctico que presenta esta novela. En mi vida tanto personal como profesional, el juego tiene una gran importancia. He llegado a un punto en el que intento hacer solo cosas que me diviertan. Gamificar la vida te ayuda a recordar que, como cuando eres niño, tienes que intentar hacer las cosas para disfrutar. Y con ese espíritu me puse a escribir. Si no entretiene, es que no funciona. Y dentro de esos juegos, entra el hecho de que las descripciones, no solo físicas de los personajes, sean escasas. El cliché se convierte entonces en un recurso. Economía narrativa. ¿Quieres un detective al uso? ¿Un investigador deprimido y fuera del sistema? ¿Un personaje tantas veces relatado en cientos y cientos de novelas? Aquí lo tienes. ¿Una asesora que le acompañe y le complemente? Otro cliché de novela negra. El juego empieza cuando esas figuras comienzan a deformarse mientras el lector sigue convencido de que está en terreno conocido y los clichés acaban por los suelos.
Hay un auge de la novela negra y del true crime, tanto en la literatura como en la ficción televisiva. ¿Son reflejo del mundo en que vivimos? ¿No cree que, en cierto modo, pueden constituir un ensalzamiento de la violencia?
Ensalzamiento de la violencia es ir a un partido de fútbol de niños de 12 años y ponerte a lanzar insultos al árbitro o a los contrincantes desde la grada. Novela negra ha existido siempre, y si me apuras, una novela mucho más negra que ahora. El problema es que vivimos en una sociedad donde los crímenes además de tener relato, en su mayoría tienen ya una imagen, donde los macarras de barrio ahora se graban pegando al prójimo para subirlo a internet, donde el conflicto se gratifica en las redes sociales y donde existen fenómenos como las bandas juveniles que han hecho subir un nivel de violencia que parece permisible. Y en ese entorno, se conciben también obras literarias, que tienen cada vez un ritmo más rápido, similar al de los productos audiovisuales.
Esa tendencia es innegable, pero hay una norma económica que la explica, y dice que la oferta no genera demanda. Es decir: si mañana todas las tiendas del país se lanzaran a vender piedras de la calle en sus mostradores, eso no dispararía su venta. Por el contrario, es la demanda la que genera oferta. Es el lector el que pide leer determinadas cosas y las gratifica con su bolsillo. Con ese argumento sobre la mesa, escribir novelas cada vez más violentas no anima al lector a consumirlas y si no es lo que el mercado demanda, simplemente serán productos marginales. Otra cosa es que el mercado asuma como éxitos literarios libros de este tipo. Entonces habrá que buscar la causa en otro lado, ya que esa obra llega para cubrir una necesidad. Y sobre todo, habrá que plantearse si la realidad en la que vivimos es más violenta que la de nuestros antepasados.